jueves, 2 de julio de 2015

27. El Gran Gatsby - F. Scott Fitzgerald.

1. En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
“Cuando sientas deseos de criticar a alguien” -fueron sus palabras- “recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.”
No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a reservarme todo juicio, hábito que me ha facilitado el conocimiento de gran número de personas singulares, pero que también me ha hecho víctima de más de un latoso inveterado. La mente anormal es rápida en detectar esta cualidad y apegarse a las personas normales que la poseen. Por haber sido partícipe de las penas secretas de aventureros desconocidos, en la universidad fui acusado injustamente de ser político. No busqué la mayor parte de estas confidencias; a menudo fingía tener sueño o estar preocupado; o cuando gracias a algún signo inconfundible me daba cuenta de que se avecinaba por el horizonte la revelación de alguna confidencia, mostraba una indiferencia hostil. Y es que las revelaciones íntimas de los jóvenes, o al menos la manera como las formulan, son por regla general plagios o están deformadas por supresiones obvias. Reservarse el juicio es asunto de esperanza ilimite. Todavía hoy temo un poco perderme de algo si olvido que como lo insinuó mi padre en forma por demás pretencioso, y yo de la misma manera lo repito-, el sentido fundamental de la buena educación es inequitativamente repartido al nacer.
Y tras vanagloriarme de este modo de mi tolerancia, he de admitir que tiene un límite. La conducta puede estar cimentada en la dura piedra o en el pantano húmedo, pero pasado cierto punto me tiene sin cuidado en qué se funde. Cuando regresé del Este en el otoño sentí deseos de que el mundo estuviera de uniforme y con una especie de eterna vigilancia moral; no quería mas excursiones desenfrenadas con atisbos privilegiados al corazón humano. 
2. Sólo Gatsby, el hombre que presta su nombre a este libro, Gatsby, el hombre que representaba cuanto he desdeñado desde siempre, estuvo eximido de mi reacción. Si por personalidad - se entiende una serie ininterrumpida de gestos exitosos, entonces había algo fabuloso en él, una sensibilidad a flor de piel hacia las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a uno de aquellos intrincados aparatos que registran terremotos a diez mil millas de distancia. Esta sensibilidad nada tiene que ver con la amorfa capacidad de impresionarse que adquiere categoría bajo el nombre de “temperamento creativo era, más bien, una extraordinaria disponibilidad para la esperanza, una presteza para el romance que jamás he encontrado en nadie y que probablemente no vuelva a hallar jamás. No.... Gatsby resultó bien al final; fue más bien aquello que lo devoró, esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños, lo que mató por un tiempo mi interés por las congojas intempestivas y las efímeras dichas de los hombres.

3. Esbozó una sonrisa comprensiva; mucho más que sólo comprensiva. Era una de aquellas sonrisas excepcionales, que tenía la cualidad de dejarte tranquilo. Sonrisas como esa se las topa uno sólo cuatro ó cinco veces en toda la vida, y comprenden, o parecen hacerlo, todo el mundo exterior en un instante, para después concentrarse en ti, con un prejuicio irresistible a tu favor. Te mostraba que te entendía hasta el punto en que quedas ser comprendido, creía en ti como a ti te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que se llevaba de ti la impresión precisa que tú, en tu mejor momento, querrías comunicar."
4. -Fue en uno de aquellos asientos pequeños que dan cara a cara y que son los últimos que quedan en el tren. Yo me dirigía a Nueva York a ver a mi hermana y a pasar la noche allí. Él iba vestido de etiqueta con zapatos de charol, y yo no podía apartar mis ojos de él; cada vez que me miraba, tenía que aparentar que estaba mirando la propaganda que habla encima de su cabeza. Cuando entramos a la estación se paró junto a mí, y la blanca pechera de su camisa hizo presión sobre mi brazo; entonces le dije que tendría que llamar a un guarda, pero él sabia que yo no lo iba a hacer. Estaba tan excitada que cuando me subí a un taxi con él, casi no sabía que no me estaba metiendo al metro. Todo cuanto pensaba, una y otra vez, era: “Uno no vive eternamente, uno no vive eternamente.”
5. Con una especie de emoción vehemente comenzó a sonar en mis oídos una frase: “Existen tan sólo los perseguidos y los perseguidores, los ocupados y los ociosos”.

6. Era evidente que había experimentado dos estados y que entraba al tercero. Pasados su turbación y la irracional felicidad, lo consumía ahora el asombro por la presencia de Daisy: había estado lleno de la idea por mucho tiempo, la había soñado hasta el final, la había esperado con los dientes apretados, por así decirlo, hasta alcanzar este inconcebible nivel de intensidad. Ahora, en la reacción, se estaba desenvolviendo tan rápido como un reloj con exceso de cuerda.
7. ¡Casi cinco años! Debió haber momentos, aún en aquella tarde, cuando Daisy se quedara corta con relación a sus sueños; no por culpa de ella, empero, sino por la colosal vitalidad de la ilusión de Gatsby, que la había superado a ella, que lo había superado todo. Se había dedicado a su quimera con una pasión creadora, agrandándola todo el tiempo, adornándola con cada una de las plumas brillantes que pasaban nadando junto a sí. Ninguna cantidad de fuego o frescura puede ser mayor que aquello que un hombre es capaz de atesorar en su insondable corazón.
8. Cuando lo miré se compuso un poco. Su mano asió la de Daisy, y cuando la joven con voz queda le dijo algo al oído, se volvió hacia ella, pleno de emoción. Creo que aquella voz era lo que más lo capturaba, con su calidez fluctuante y febril, porque la soñada no podía ser mayor... aquella voz era una canción inmortal.
9. Se habían olvidado de mí, pero Daisy alzó los ojos y me estiró la mano;Gatsby ni me conocía. Los miré una vez más y ellos me devolvieron la mirada, remotamente, poseídos por una vida intensa. Entonces salí del cuarto, y bajé por las escalinatas de mármol para adentrarme en la lluvia, dejándolos a los dos solos en él.

10. Pero su corazón se mantenía en constante turbulencia. Los caprichos más grotescos y fantásticos lo perseguían en su lecho por la noche. Un universo de inefable vistosidad giraba como un remolino en su cerebro mientras el reloj hacía tic-tac en el lavamanos y la luna empapaba de húmeda luz su ropa desordenada, tirada sobre el piso. Cada noche le agregaba Gatsby más y más detalles al modelo de sus fantasías, hasta que, borracho de sueño, le llegaba el descanso reparador con alguna vivida escena en la mente. Durante un tiempo estos sueños fueron un escape para su imaginación; le daban una idea satisfactoria de la irrealidad de la realidad, una promesa de que el peñón del mundo estaba asentado de manera firme en el ala de un hada.
11. No dejaba nunca de entristecerme mirar a través de ojos nuevos las cosas en las cuales uno ha gastado la capacidad de adaptación. 
12. -Pero ella no entiende -dijo él- . Antes ella era capaz de entender. Nos sentábamos horas y horas...
13. Se derrumbó y comenzó a caminar por el desolado sendero lleno de cáscaras de frutas y favores descartados y de flores aplastadas.
-Yo no le pedirla tanto -aventuré yo-. Uno no puede repetir el pasado.
-¿No se puede repetir el pasado? -exclamó él, no muy convencido de ello. ¡Pero claro que se puede!
Miró a su alrededor con desesperación, como si el pasado acechara aquí, en la sombra de su casa, lejos de su alcance por muy poco.
-Voy a organizar las cosas para que todo sea igual que antes, hasta el último detalle -dijo, moviendo la cabeza con determinación-. Ella verá.
Habló largo sobre el pasado y colegí que deseaba recuperar algo, alguna imagen de sí mismo quizás, que se había ido en amar a Daisy. Había llevado una vida desordenada y confusa desde aquella época, pero si alguna vez pudiera regresar a un punto de partida y volver a vivirla con lentitud, podría encontrar qué era la cosa...

14. ... Una noche de otoño, cinco años atrás, habían estado caminando por la calle mientras caían las hojas, cuando llegaron a un lugar donde no había árboles y el andén estaba iluminado de luz de luna. Allí se detuvieron y se miraron cara a cara. La noche estaba fría ya, llena de aquella misteriosa emoción que se da dos veces al año, con el cambio de estación. Las inmóviles luces de las casas susurraban en la oscuridad y las estrellas titilaban agitadas. Por el rabillo del ojo vio Gatsby que los bloques del andén formaban en realidad una escalera que llevaba a un lugar secreto entre los árboles; él podría trepar, si lo hacía solo y una vez allí, podría succionar la savia de la vida, tragar el inefable néctar del asombro.
Su corazón comenzó a latir con más y más fuerza a medida que Daisy acercaba el rostro al suyo. Sabía que cuando besara a esta chica y esposara por siempre sus inexpresibles visiones con el perecedero aliento de ella, su mente dejaría de vagar inquieta como la mente de Dios. Esperó un instante, escuchando, por un momento más, el diapasón que había sido golpeado contra una estrella. Y la besó. Al tocarla con sus labios, ella se al)rió para él como una flor, y la encarnación se completó.
En medio de todo lo que dijo, aun en medio de su apabullante sentimentalismo, yo recordaba algo, un ritmo esquivo, el fragmento de palabras perdidas que había escuchado hacía largo tiempo. Durante un instante una frase trató de formarse en mi boca y mis labios se separaron como los de un mudo, como si hubiera más batallas en ellos que el mero jirón de aire asombrado. Pero no emitieron sonido alguno, y aquello que estuve a punto de recordar quedó incomunicado por siempre jamás.

15. -Tengo algo que decirle a usted, viejo amigo...-comenzó Gatsby-. Pero Daisy adivinó sus intenciones.
-¡No, por favor! lo interrumpió impotente-. ¿Por qué más bien no nos vamos a casa todos?
-Es una buena idea -me levanté-. Ven Tom, nadie quiere un trago.
-Quiero saber qué es lo que el señor Gatsby tiene que decirme.
-Su esposa no lo ama -dijo Gatsby-; jamás lo ha hecho. A quien quiere es a mi.
-¡Debe usted estar loco! exclamó Tom sin vacilación.
Gatsby se levantó, encendido de la emoción.
-Jamás lo amó, ¿me oye? -exclamó-. Sólo se casó con usted porque yo era pobre y estaba cansada de esperarme. Fue un error terrible, pero en el fondo de su corazón ¡jamás amó a nadie más que a mi!
-Siéntate, Daisy -Tom buscó sin éxito darle un tono paternal a su voz-. ¿Qué ha estado pasando aquí? Quiero saberlo todo.
-Ya le conté qué estaba sucediendo -dijo Gatsby-. Venía sucediendo durante cinco años, y usted sin darse cuenta.
Tom se volvió hacia Daisy con brusquedad.
-¿Has estado viéndote con este tipo durante cinco años?"
"Gatsby atravesó la habitación y se paró al lado de ella.
Daisy, ya todo se acabó dijo con seriedad ya no importa. Dile sólo la verdad, que nunca lo amaste, y con eso todo queda borrado.
Lo miró como sin verlo.
-Pues... ¿cómo podía yo amarlo ... cómo podía?
-Jamás lo amaste.
Ella vaciló. Sus ojos cayeron sobre Jordan y sobre con una especie de apelación, como dándose cuenta al fin de lo que hacia, y como si nunca, durante todo este tiempo, hubiera tenido intenciones de hacer nada. Pero ya estaba hecho. Era demasiado tarde.
-Nunca lo amé -dijo, con visible reticencia.
-¿Ni en Kapiolani? -preguntó Tom de repente.
-No.
- ¿Ni aquel día en que te cargué desde el Punch Bowl para que no se te mojaran los zapatos? -había una brusca ternura en su tono de voz...-.
-Por favor, no sigas -su voz era fría, pero todo rencor la había abandonado. Miró a Gatsby-.
-Oh, Jay -dijo, pero su mano temblaba al prender un cigarrillo. De pronto arrojó el cigarrillo y el fósforo prendido al tapete-.
¡Oh, tú pides demasiado! -le gritó a Gatsby-. Te amo ahora. ¿No es suficiente? No puedo evitar lo del pasado -comenzó a sollozar impotente-. Sí, lo amé una vez, pero a ti también te amé -los ojos de Gatsby se abrieron y se cerraron.
-¿Me amaste a mí también? -repitió.
-Hasta eso es una mentira -dijo Tom con furia. Ni sabía que estabas vivo. Es que... hay cosas entre Daisy y yo que jamás vas a conocer, cosas que ninguno de los dos podremos olvidar jamás.
Las palabras parecieron horadar físicamente a Gatsby.
-Quiero hablar con Daisy a solas -insistió-. Ella está muy excitada ahora.
-Aun a solas no puedo decir que nunca haya amado a Tom -admitió con voz lastimera-. No sería cierto.
-Claro que no lo sería -asintió Tom.
Ella se volvió hacia su esposo.
-Como si te importara -dijo.
-Claro que me importa. De ahora en adelante voy a cuidarte mejor.
-Usted no entiende -dijo Gatsby, con un toque de pánico-. Ya no va a cuidarla más.
-Ah, ¿no? -Tom abrió sus ojos rió. Ahora podía darse el lujo de controlarse-. ¿Y eso por qué?
-Daisy lo va a dejar a usted.
-¡Qué ridiculez!
-Sí- dijo ella, haciendo un esfuerzo visible.

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