domingo, 12 de julio de 2015

30. María - Jorge Isaacs.

1. Cerré las puertas. Allí estaban las flores recogidas por ella para mí; las ajé con mis besos; quise aspirar de una vez todos sus aromas, buscando en ellos los de los vestidos de María; bañélas con mis lágrimas... ¡Ah, los que no habéis llorado de felicidad así, llorad de desesperación, si ha pasado vuestra adolescencia, porque así tampoco volveréis a amar ya!
2. ¡Primer amor!... Noble orgullo de sentirnos amados: sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que comprada para un día con las lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir; luz inextinguible del pasado; flor guardada en el alma y que no es dado marchitar a los desengaños; único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres; delirio delicioso... inspiración del Cielo... ¡María! ¡María! ¡Cuánto te amé! ¡Cuánto te amara!
3. -¡Pobre de mí! Jamás habías sido sordo a mi voz. Nunca mis ojos te buscaron sin que los tuyos se mostrasen prestos al instante y halagüeños; por eso lloro. 
-Perdóname Nay, sólo pensaba en ti... 
Calló Nay largo rato, y Sinar, despertando súbitamente del éxtasis en que se encontraba, tomó de la mano a Nay, subió con ella a la cima de un peñasco y, mirando al río y al desierto, le dijo:
-¿Sabes tú quién hizo las montañas? 
-No.
-Un Dios las hizo. ¿Has visto al río Tando retroceder en su carrera?
-No.
-El río Tando, como una lágrima, va a perderse en el inmenso mar, ante cuyo bramido el rumor de un río es como tu voz comparada con la del huracán que sacude los bosques gigantescos cual si fuesen débiles juncos. ¿Sabes tú quién hizo el mar?
-No.
-¿Y el rayo que rasga las nubes y despedaza la copa del Baobab, como tu planta deshace una de sus hojas secas? ¿Y las estrellas, que, como el oro y las perlas que bordan tus mantos de calín, tachonan el cielo? ¿Y la luna, que te place contemplar en la soledad dejándote llevar por tus sueños más atesorados? ¿Y el sol, que bruñó tu tez de azabache y da luz a tus ojos? ¡Todo es obra de un solo Dios! Él no quiere que yo ame a otra mujer; Él manda que te ame como a mi mismo; Él quiere que yo ria si ries, que llore si lloras, que en cambio de tus caricias te defienda siempre con mi propia vida, y que, si mueres, rieguen mis lágrimas tu tumba hasta que vaya a reunirme contigo más allá de las estrellas, donde me esperarás.

4. Pocos pasos me había adelantado en la estancia cuando oí un grito y me sentí abrazado.
-¡María! ¡Mi María!- exclamé, estrechando contra mi corazón aquella cabecita entregada a mis caricias... 
-¡Ay! ¡No, no, Dios mío!- me dijo sollozante. 
Y, desprendiéndose de mi cuello, cayó sobre un sofá inmediato: ¡Era Emma! Vestía de negro, y la luna acababa de bañar su rostro lívido y regado de lágrimas. 
Abrióse en aquel punto la puerta del aposento de mi madre. Ella, balbuciente y colmándome de besos, me arrastró al sofá en que Emma seguía muda e inmóvil.
-¿Dónde está, pues? ¿Dónde está? -grité, poniéndome en pie sin que fuerza alguna pudiera retenerme.
-¡Hijo de mi alma! -Exclamó mi madre con el más hondo acento de ternura, y volviendo a estrecharme contra sus seno-. ¡En el cielo!
Algo como la fina hoja de un puñal acababa de clavárseme en el cerebro; faltó la luz a mis ojos y el aire a mi pecho.


5. Aún cuando nuestra infancia quede lejos, no por eso una tierna madre nos niega sus mimos; acaso nuestra frente no descanse ya en su regazo, ni su voz nos aduerma, pero nuestra alma recibe siempre las amorosas caricias de la suya.

6. Cuando la enfermedad ha hecho temer la pérdida de un ser querido, aquel recelo activa nuestros más dulces afectos, y, alejado del peligro, hay, en los cuidados que le prodigamos, una ternura capaz de desarmar a la muerte.

7. Al dar la vuelta a un grupo de corpulentos tamarindos, quedé enfrente de un pedestal blanco y manchado por las lluvias, sobre el cual se elevaba una cruz de hierro: acerquéme. En una plancha negra que las adormideras medio ocultaban ya, empecé a leer: María ...
A aquel monólogo terrible del alma ante la muerte, del alma que la interroga, que la maldice ... que le ruega, que la llama ... demasiado elocuente respuesta dio esa tumba fría y sorda, que mis brazos oprimían y mis lágrimas bañaban.

lunes, 6 de julio de 2015

29. El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas - Haruki Murakami.

1. —Y yo encontraré esa salida. Y huiré de aquí contigo. No quiero morir en un lugar tan miserable. —Tras pronunciar estas palabras, enmudeció y volvió a escarbar el suelo—. Creo que ya te había dicho que esta ciudad era un lugar antinatural y fundado en un error —dijo la sombra—. Pues sigo pensando lo mismo. Es antinatural y, encima, errónea. El problema está en que la ciudad se levanta sobre lo antinatural y lo erróneo. Y como todo es antinatural y distorsionado, todas las piezas encajan a la perfección. Y forman un todo redondo. Como esto. —En el suelo dibujó un círculo con el tacón—. Es un círculo cerrado. Por eso, cuando llevas mucho tiempo aquí dándole vueltas a las cosas, empiezas a convencerte de que ellos están en lo cierto y de que tú estás equivocado. Porque ellos parecen demasiado coherentes. ¿Entiendes?
—Perfectamente. A veces tengo la misma sensación. La de que, comparado con la ciudad, no soy más que un ser insignificante, lleno de contradicciones.
—Sin embargo, eso es falso —insistió la sombra trazando unos dibujos indescifrables al lado del círculo—. Nosotros tenemos razón y ellos están equivocados. Nosotros somos naturales y ellos no. Debes creerlo, creerlo mientras te queden fuerzas. Si no lo crees, la ciudad te acabará absorbiendo antes de que te des cuenta, y entonces ya será demasiado tarde.
2. Primero, hablemos del corazón. Me has dicho que en esta ciudad no hay luchas, odio ni deseos. Eso, en sí mismo, es maravilloso. Tanto que, si tuviera fuerzas, aplaudiría. Pero piensa que el hecho de que no existan luchas, odio ni deseos significa que tampoco existen las cosas opuestas. Es decir, la alegría, la paz de espíritu, el amor. Porque es de la desesperanza, del desengaño y de la tristeza de donde nace la alegría y, sin ellas, ésta no podría existir. Es imposible encontrar una paz de espíritu sin desesperación. Ésta es la «naturalidad» a la que me refería. Y luego está el amor, por supuesto. Lo mismo sucede con la chica de la biblioteca de la que hablas. Tú tal vez la quieras, pero tus sentimientos no conducen a ninguna parte. Porque ella no tiene corazón. Y un ser humano sin corazón no es más que un fantasma andante. Dime, ¿qué sentido tiene conseguir algo así? ¿Deseas para ti esta vida eterna? ¿Quieres convertirte, también tú, en un fantasma similar? Si yo muero aquí, tú pasarás a ser uno de ellos y ya jamás podrás abandonar la ciudad.
3. —Porque ella jamás podrá corresponder a tus sentimientos. Nadie tiene la culpa. Ni la tienes tú, ni la tiene ella. Me atrevería a decir que la culpa es del mundo, por estar hecho de esta manera. Pero el mundo no se puede cambiar. Sería lo mismo que tratar de invertir el curso de un río.
Me incorporé sobre la cama y me froté las mejillas con ambas manos. Me pareció notar la cara un poco más flaca.
—Se refiere al corazón, ¿verdad?
El anciano asintió.
—¿Me está diciendo que, como yo tengo corazón y ella no, por más que la ame jamás podré recibir nada a cambio?
—Exacto. Lo único que conseguirás será ir destruyéndote. Porque ella, como muy bien dices, no tiene corazón. Tampoco yo lo tengo. Nadie lo tiene.
—Pero usted es muy amable conmigo. Se preocupa por mí, me está cuidando robándole horas al sueño. ¿No le parece que ésa es una de las formas en que se manifiesta el corazón?
—No, es distinto. La amabilidad es una función independiente. Para ser exactos, es una función superficial. Sólo una costumbre. El corazón es otra cosa, es algo más profundo, y más fuerte. Y también más contradictorio.
4. Aunque nadie lamentara mi pérdida, aunque no dejase un vacío en el corazón de nadie, aunque casi nadie se diera cuenta de que yo había desaparecido, no quería: mi existencia era asunto mío. Ciertamente, había perdido muchas cosas en el curso de mi vida. Tantas que, aparte de mí mismo, ya casi no me quedaba nada por perder. Sin embargo, en mi interior permanecía vivo el reflejo de lo que había perdido, y aquello era lo que había conformado mi ser a lo largo de mi vida.
No quería abandonar este mundo. Al cerrar los ojos, pude percibir claramente cómo se tambaleaba mi corazón. Fue una sacudida tan grande y profunda, más allá de la tristeza y de la soledad, que removió mi ser desde los cimientos. Aquel vaivén no cesaba. Hinqué los codos en el respaldo del banco para soportar su sacudida. Nadie me ayudó. Nadie podía socorrerme. Del mismo modo que yo no podía ayudar a nadie.
Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento.
Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.
5. Había ido perdiendo diversas cosas, diversas personas, diversos sentimientos. En el bolsillo de un abrigo que simbolizara mi existencia, se habría abierto un agujero fatal que ningún hilo ni aguja podrían coser. En este sentido, si alguien hubiera abierto la ventana de mi piso, se hubiese asomado dentro y me hubiese gritado: «¡Tu vida es un completo cero!», yo no habría tenido ningún argumento en contra que esgrimir.

Sin embargo, si hubiera podido volver atrás, me daba la sensación de que habría reproducido una vida idéntica a la que había llevado. Porque ésta —esta vida llena de pérdidas— era yo. Era el único camino que tenía yo de ser yo mismo. Por más personas que me hubiesen abandonado a mí, por más personas a las que hubiese abandonado yo, por más bellos sentimientos, magníficas cualidades y sueños que hubiese perdido, yo únicamente podía ser yo.

sábado, 4 de julio de 2015

28. Juan Salvador Gaviota - Richard Bach.

1. -Puedes ir al lugar y al tiempo que desees- Dijo el Mayor-. Yo he ido donde y cuando he querido. (...) Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista- dijo- debes empezar por saber que ya has llegado...
El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse así mismo como prisionero de un cuerpo limitado (...) El secreto era saber que su naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y el tiempo. (...)
Si quieres podemos empezar a trabajar con el tiempo - dijo Chiang-, hasta que logres volar por el pasado y el futuro. Y entonces, estarás preparado para empezar lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo. Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor.

2. ... Pero ninguno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.
-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo- diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo.

3. Rafael suspiró, pero prefirió no discutir. -Creo que te echaré de menos, Juan- fue todo lo que dijo.
-¡Rafa, qué vergüenza! -dijo Juan reprochándole-. ¡No seas necio! ¿Qué intentamos practicar todos los días? ¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermanadad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿No crees que podremos volver a vernos un par de veces?
Rafael Gaviota tuvo que soltar una carcajada. 
-Estás hecho un pájaro loco -dijo tiernamente-.

jueves, 2 de julio de 2015

27. El Gran Gatsby - F. Scott Fitzgerald.

1. En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
“Cuando sientas deseos de criticar a alguien” -fueron sus palabras- “recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.”
No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a reservarme todo juicio, hábito que me ha facilitado el conocimiento de gran número de personas singulares, pero que también me ha hecho víctima de más de un latoso inveterado. La mente anormal es rápida en detectar esta cualidad y apegarse a las personas normales que la poseen. Por haber sido partícipe de las penas secretas de aventureros desconocidos, en la universidad fui acusado injustamente de ser político. No busqué la mayor parte de estas confidencias; a menudo fingía tener sueño o estar preocupado; o cuando gracias a algún signo inconfundible me daba cuenta de que se avecinaba por el horizonte la revelación de alguna confidencia, mostraba una indiferencia hostil. Y es que las revelaciones íntimas de los jóvenes, o al menos la manera como las formulan, son por regla general plagios o están deformadas por supresiones obvias. Reservarse el juicio es asunto de esperanza ilimite. Todavía hoy temo un poco perderme de algo si olvido que como lo insinuó mi padre en forma por demás pretencioso, y yo de la misma manera lo repito-, el sentido fundamental de la buena educación es inequitativamente repartido al nacer.
Y tras vanagloriarme de este modo de mi tolerancia, he de admitir que tiene un límite. La conducta puede estar cimentada en la dura piedra o en el pantano húmedo, pero pasado cierto punto me tiene sin cuidado en qué se funde. Cuando regresé del Este en el otoño sentí deseos de que el mundo estuviera de uniforme y con una especie de eterna vigilancia moral; no quería mas excursiones desenfrenadas con atisbos privilegiados al corazón humano. 
2. Sólo Gatsby, el hombre que presta su nombre a este libro, Gatsby, el hombre que representaba cuanto he desdeñado desde siempre, estuvo eximido de mi reacción. Si por personalidad - se entiende una serie ininterrumpida de gestos exitosos, entonces había algo fabuloso en él, una sensibilidad a flor de piel hacia las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a uno de aquellos intrincados aparatos que registran terremotos a diez mil millas de distancia. Esta sensibilidad nada tiene que ver con la amorfa capacidad de impresionarse que adquiere categoría bajo el nombre de “temperamento creativo era, más bien, una extraordinaria disponibilidad para la esperanza, una presteza para el romance que jamás he encontrado en nadie y que probablemente no vuelva a hallar jamás. No.... Gatsby resultó bien al final; fue más bien aquello que lo devoró, esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños, lo que mató por un tiempo mi interés por las congojas intempestivas y las efímeras dichas de los hombres.

3. Esbozó una sonrisa comprensiva; mucho más que sólo comprensiva. Era una de aquellas sonrisas excepcionales, que tenía la cualidad de dejarte tranquilo. Sonrisas como esa se las topa uno sólo cuatro ó cinco veces en toda la vida, y comprenden, o parecen hacerlo, todo el mundo exterior en un instante, para después concentrarse en ti, con un prejuicio irresistible a tu favor. Te mostraba que te entendía hasta el punto en que quedas ser comprendido, creía en ti como a ti te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que se llevaba de ti la impresión precisa que tú, en tu mejor momento, querrías comunicar."
4. -Fue en uno de aquellos asientos pequeños que dan cara a cara y que son los últimos que quedan en el tren. Yo me dirigía a Nueva York a ver a mi hermana y a pasar la noche allí. Él iba vestido de etiqueta con zapatos de charol, y yo no podía apartar mis ojos de él; cada vez que me miraba, tenía que aparentar que estaba mirando la propaganda que habla encima de su cabeza. Cuando entramos a la estación se paró junto a mí, y la blanca pechera de su camisa hizo presión sobre mi brazo; entonces le dije que tendría que llamar a un guarda, pero él sabia que yo no lo iba a hacer. Estaba tan excitada que cuando me subí a un taxi con él, casi no sabía que no me estaba metiendo al metro. Todo cuanto pensaba, una y otra vez, era: “Uno no vive eternamente, uno no vive eternamente.”
5. Con una especie de emoción vehemente comenzó a sonar en mis oídos una frase: “Existen tan sólo los perseguidos y los perseguidores, los ocupados y los ociosos”.

6. Era evidente que había experimentado dos estados y que entraba al tercero. Pasados su turbación y la irracional felicidad, lo consumía ahora el asombro por la presencia de Daisy: había estado lleno de la idea por mucho tiempo, la había soñado hasta el final, la había esperado con los dientes apretados, por así decirlo, hasta alcanzar este inconcebible nivel de intensidad. Ahora, en la reacción, se estaba desenvolviendo tan rápido como un reloj con exceso de cuerda.
7. ¡Casi cinco años! Debió haber momentos, aún en aquella tarde, cuando Daisy se quedara corta con relación a sus sueños; no por culpa de ella, empero, sino por la colosal vitalidad de la ilusión de Gatsby, que la había superado a ella, que lo había superado todo. Se había dedicado a su quimera con una pasión creadora, agrandándola todo el tiempo, adornándola con cada una de las plumas brillantes que pasaban nadando junto a sí. Ninguna cantidad de fuego o frescura puede ser mayor que aquello que un hombre es capaz de atesorar en su insondable corazón.
8. Cuando lo miré se compuso un poco. Su mano asió la de Daisy, y cuando la joven con voz queda le dijo algo al oído, se volvió hacia ella, pleno de emoción. Creo que aquella voz era lo que más lo capturaba, con su calidez fluctuante y febril, porque la soñada no podía ser mayor... aquella voz era una canción inmortal.
9. Se habían olvidado de mí, pero Daisy alzó los ojos y me estiró la mano;Gatsby ni me conocía. Los miré una vez más y ellos me devolvieron la mirada, remotamente, poseídos por una vida intensa. Entonces salí del cuarto, y bajé por las escalinatas de mármol para adentrarme en la lluvia, dejándolos a los dos solos en él.

10. Pero su corazón se mantenía en constante turbulencia. Los caprichos más grotescos y fantásticos lo perseguían en su lecho por la noche. Un universo de inefable vistosidad giraba como un remolino en su cerebro mientras el reloj hacía tic-tac en el lavamanos y la luna empapaba de húmeda luz su ropa desordenada, tirada sobre el piso. Cada noche le agregaba Gatsby más y más detalles al modelo de sus fantasías, hasta que, borracho de sueño, le llegaba el descanso reparador con alguna vivida escena en la mente. Durante un tiempo estos sueños fueron un escape para su imaginación; le daban una idea satisfactoria de la irrealidad de la realidad, una promesa de que el peñón del mundo estaba asentado de manera firme en el ala de un hada.
11. No dejaba nunca de entristecerme mirar a través de ojos nuevos las cosas en las cuales uno ha gastado la capacidad de adaptación. 
12. -Pero ella no entiende -dijo él- . Antes ella era capaz de entender. Nos sentábamos horas y horas...
13. Se derrumbó y comenzó a caminar por el desolado sendero lleno de cáscaras de frutas y favores descartados y de flores aplastadas.
-Yo no le pedirla tanto -aventuré yo-. Uno no puede repetir el pasado.
-¿No se puede repetir el pasado? -exclamó él, no muy convencido de ello. ¡Pero claro que se puede!
Miró a su alrededor con desesperación, como si el pasado acechara aquí, en la sombra de su casa, lejos de su alcance por muy poco.
-Voy a organizar las cosas para que todo sea igual que antes, hasta el último detalle -dijo, moviendo la cabeza con determinación-. Ella verá.
Habló largo sobre el pasado y colegí que deseaba recuperar algo, alguna imagen de sí mismo quizás, que se había ido en amar a Daisy. Había llevado una vida desordenada y confusa desde aquella época, pero si alguna vez pudiera regresar a un punto de partida y volver a vivirla con lentitud, podría encontrar qué era la cosa...

14. ... Una noche de otoño, cinco años atrás, habían estado caminando por la calle mientras caían las hojas, cuando llegaron a un lugar donde no había árboles y el andén estaba iluminado de luz de luna. Allí se detuvieron y se miraron cara a cara. La noche estaba fría ya, llena de aquella misteriosa emoción que se da dos veces al año, con el cambio de estación. Las inmóviles luces de las casas susurraban en la oscuridad y las estrellas titilaban agitadas. Por el rabillo del ojo vio Gatsby que los bloques del andén formaban en realidad una escalera que llevaba a un lugar secreto entre los árboles; él podría trepar, si lo hacía solo y una vez allí, podría succionar la savia de la vida, tragar el inefable néctar del asombro.
Su corazón comenzó a latir con más y más fuerza a medida que Daisy acercaba el rostro al suyo. Sabía que cuando besara a esta chica y esposara por siempre sus inexpresibles visiones con el perecedero aliento de ella, su mente dejaría de vagar inquieta como la mente de Dios. Esperó un instante, escuchando, por un momento más, el diapasón que había sido golpeado contra una estrella. Y la besó. Al tocarla con sus labios, ella se al)rió para él como una flor, y la encarnación se completó.
En medio de todo lo que dijo, aun en medio de su apabullante sentimentalismo, yo recordaba algo, un ritmo esquivo, el fragmento de palabras perdidas que había escuchado hacía largo tiempo. Durante un instante una frase trató de formarse en mi boca y mis labios se separaron como los de un mudo, como si hubiera más batallas en ellos que el mero jirón de aire asombrado. Pero no emitieron sonido alguno, y aquello que estuve a punto de recordar quedó incomunicado por siempre jamás.

15. -Tengo algo que decirle a usted, viejo amigo...-comenzó Gatsby-. Pero Daisy adivinó sus intenciones.
-¡No, por favor! lo interrumpió impotente-. ¿Por qué más bien no nos vamos a casa todos?
-Es una buena idea -me levanté-. Ven Tom, nadie quiere un trago.
-Quiero saber qué es lo que el señor Gatsby tiene que decirme.
-Su esposa no lo ama -dijo Gatsby-; jamás lo ha hecho. A quien quiere es a mi.
-¡Debe usted estar loco! exclamó Tom sin vacilación.
Gatsby se levantó, encendido de la emoción.
-Jamás lo amó, ¿me oye? -exclamó-. Sólo se casó con usted porque yo era pobre y estaba cansada de esperarme. Fue un error terrible, pero en el fondo de su corazón ¡jamás amó a nadie más que a mi!
-Siéntate, Daisy -Tom buscó sin éxito darle un tono paternal a su voz-. ¿Qué ha estado pasando aquí? Quiero saberlo todo.
-Ya le conté qué estaba sucediendo -dijo Gatsby-. Venía sucediendo durante cinco años, y usted sin darse cuenta.
Tom se volvió hacia Daisy con brusquedad.
-¿Has estado viéndote con este tipo durante cinco años?"
"Gatsby atravesó la habitación y se paró al lado de ella.
Daisy, ya todo se acabó dijo con seriedad ya no importa. Dile sólo la verdad, que nunca lo amaste, y con eso todo queda borrado.
Lo miró como sin verlo.
-Pues... ¿cómo podía yo amarlo ... cómo podía?
-Jamás lo amaste.
Ella vaciló. Sus ojos cayeron sobre Jordan y sobre con una especie de apelación, como dándose cuenta al fin de lo que hacia, y como si nunca, durante todo este tiempo, hubiera tenido intenciones de hacer nada. Pero ya estaba hecho. Era demasiado tarde.
-Nunca lo amé -dijo, con visible reticencia.
-¿Ni en Kapiolani? -preguntó Tom de repente.
-No.
- ¿Ni aquel día en que te cargué desde el Punch Bowl para que no se te mojaran los zapatos? -había una brusca ternura en su tono de voz...-.
-Por favor, no sigas -su voz era fría, pero todo rencor la había abandonado. Miró a Gatsby-.
-Oh, Jay -dijo, pero su mano temblaba al prender un cigarrillo. De pronto arrojó el cigarrillo y el fósforo prendido al tapete-.
¡Oh, tú pides demasiado! -le gritó a Gatsby-. Te amo ahora. ¿No es suficiente? No puedo evitar lo del pasado -comenzó a sollozar impotente-. Sí, lo amé una vez, pero a ti también te amé -los ojos de Gatsby se abrieron y se cerraron.
-¿Me amaste a mí también? -repitió.
-Hasta eso es una mentira -dijo Tom con furia. Ni sabía que estabas vivo. Es que... hay cosas entre Daisy y yo que jamás vas a conocer, cosas que ninguno de los dos podremos olvidar jamás.
Las palabras parecieron horadar físicamente a Gatsby.
-Quiero hablar con Daisy a solas -insistió-. Ella está muy excitada ahora.
-Aun a solas no puedo decir que nunca haya amado a Tom -admitió con voz lastimera-. No sería cierto.
-Claro que no lo sería -asintió Tom.
Ella se volvió hacia su esposo.
-Como si te importara -dijo.
-Claro que me importa. De ahora en adelante voy a cuidarte mejor.
-Usted no entiende -dijo Gatsby, con un toque de pánico-. Ya no va a cuidarla más.
-Ah, ¿no? -Tom abrió sus ojos rió. Ahora podía darse el lujo de controlarse-. ¿Y eso por qué?
-Daisy lo va a dejar a usted.
-¡Qué ridiculez!
-Sí- dijo ella, haciendo un esfuerzo visible.

miércoles, 1 de julio de 2015

26. El Psicoanalista - John Katzenbach.

1. Feliz 53' cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte.
Pertenezco a algún momento de su pasado.
Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya.
Al principio pensé que debería matarlo para ajustarle las cuentas, sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. De día, no cierra las puertas con llave. Da siempre el mismo paseo por la misma ruta de lunes a viernes. Los fines de semana sigue siendo de lo más predecible, hasta la salida del domingo por la mañana para comprar el "Times" y tomar un bollo y un café con dos terrones de azúcar y sin leche en el moderno bar situado dos calles más abajo de su casa.
Demasiado fácil. Acecharlo y matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria. He decidido que prefiero que se suicide.
Ricky Starks se movió incómodo en el asiento. Podía notar el calor que desprendían las palabras, como el fuego de una estufa de leña que le acariciara la frente y las mejillas. Tenía los labios secos y se los humedeció en vano con la lengua.
Suicídese, doctor.
Tírese desde un puente. Vuélese la tapa de los sesos con una pistola. Arrójese bajo un autobús. Láncese a las vías del metro. Abra el gas de la estufa. Encuentre una buena viga y ahórquese. Puede elegir el método que quiera.
Pero es su mejor oportunidad.
Su suicidio será mucho más adecuado, dadas las circunstancias de nuestra relación. Y, sin duda, una manera más satisfactoria de que pague lo que me debe.
Verá, vamos a jugar a lo siguiente: tiene exactamente quince días, a partir de mañana a las seis de la mañana, para descubrir quién soy. Si lo consigue, tendrá que poner uno de esos pequeños anuncios a una columna que salen en la parre inferior de la portada del New York Times y publicar en él mi nombre. Eso es todo: publique mi nombre.
Si no lo hace... Bueno, ahora viene lo divertido. Observará que en la segunda hoja de esta carta aparecen los nombres de cincuenta y dos parientes suyos. Su edad comprende desde un bebé de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista, que es tan soso y aburrido como usted. Si no logra poner el anuncio según lo descrito, tiene una opción: suicidarse de inmediato o me encargaré de destruir a una de estas personas inocentes.
Destruir.
Una palabra muy interesante. Podría significar la bancarrota financiera. Podría significar la ruina social. Podría significar la violación psicológica.
También podría significar el asesinato. Es algo que deberá preguntarse. Podría ser alguien joven o alguien viejo. Hombre o mujer. Rico o pobre. Lo único que le prometo es que será la clase de hecho que ellos —sus seres queridos- no superarán nunca, por muchos años que hagan psicoanálisis.
Y usted vivirá hasta el último segundo del último minuto que le quede en este mundo sabiendo que fue el único responsable.
Salvo, por supuesto, que adopte la postura más honorable y se suicide para salvar así de su destino al objetivo que he elegido.
Tiene que decidir entre mi nombre o su necrológica. En el mismo periódico, por supuesto.
Como prueba de mi alcance y del extremo de mi planificación, me he puesto en contacto hoy con uno de los nombres de la lista con un mensaje muy modesto. Le insto a pasar el resto de esta tarde averiguando quién ha sido el destinatario y cómo. Así por la mañana podrá empezar, sin demora, la tarea que le espera.
Lo cierto es que no espero que sea capaz de adivinar mi identidad, por supuesto.
Así pues, para demostrarle mi deportividad, he decidido que a lo largo de los próximos quince días voy a proporcionarle una pista o dos de vez en cuando. Sólo para que las cosas sean más interesantes, aunque alguien intuitivo e inteligente como usted debería suponer que esta carta está llena de pistas. Aun así, ahí va un anticipo, y gratis.
La vida era alegre en el pasado:
un retoño y sus padres a su lado.
El padre soltó amarras, se largó,
y entonces todo eso se acabó.
La poesía no es mi fuerte.
El odio sí.
Puede hacer tres preguntas que se contesten con si o no.
Use el mismo método, los pequeños anuncios de la portada del New York Times.
Contestaré a mi propia manera en veinticuatro horas.
Buena suerte. Tal vez desee también dedicar tiempo a los preparativos de su funeral. La incineración es probablemente mejor que un entierro tradicional. Sé cuánto le desagradan las iglesias.
No creo que sea buena idea llamar a la policía. Lo más seguro es que se burlen de usted, y sospecho que su altanería no lo encajará demasiado bien. Además, podría enfurecerme más; no se imagina usted lo inestable que soy en realidad. Podría reaccionar de modo imprevisible, de muchas formas malvadas. Pero puede estar seguro de algo: mi cólera no conoce límites.
La carta estaba firmada en mayúsculas: RUMPLESTILTSKIN.

2. Virgil sonrió de nuevo y se desabrochó despacio los botones delanteros y el cinturón. Después, con un movimiento brusco, dejó caer la prenda al suelo.
No llevaba nada debajo.
Se puso una mano en la cadera y ladeó el cuerpo provocativamente en su dirección. Se volvió y le dio la espalda un momento, para girar de nuevo y mirarlo de frente. Ricky asimiló la totalidad de su figura con una sola mirada. Sus ojos actuaron como una cámara fotográfica para captar los senos, el sexo y las largas piernas, y regresar, por fin, a los ojos de Virgil, que brillaban expectantes.
—¿Lo ves, Ricky? —musitó ella—. No eres tan viejo. ¿Notas cómo te hierve la sangre? Una ligera animación en la entrepierna, ¿no?
Tengo una buena figura, ¿verdad? —Soltó una risita—. No hace falta que contestes. Conozco bien la reacción. La he visto antes, en muchos hombres.
Siguió mirándolo, como segura de que podía adivinar la dirección que seguiría la mirada de él.
—Siempre existe ese momento maravilloso, Ricky —comentó Virgil con una ancha sonrisa—, en que un hombre ve por primera vez el cuerpo de una mujer. Sobre todo el cuerpo de una mujer que no conoce. Una visión que es toda aventura. Su mirada cae en cascada, como el agua por un precipicio. Entonces, como pasa ahora contigo, que preferirías contemplar mi entrepierna, el contacto visual provoca algo de culpa. Es como si el hombre quisiera decir que todavía me ve como una persona mirándome a la cara pero, en realidad, está pensando como una bestia, por muy educado y sofisticado que finja ser. ¿No es acaso lo que está pasando ahora?
Él no contestó. Hacía años que no estaba en presencia de una mujer desnuda, y eso parecía generar una convulsión en su interior. Le retumbaban ¡os oídos con cada palabra de Virgil, y era consciente de que se sentía acalorado, como si la elevada temperatura exterior hubiese irrumpido en la consulta.

3. A veces, frente a las playas de Cape Cod, en Wellfleet, cerca de su casa de veraneo, se forman unas fuertes corrientes de retorno superficial que pueden ser peligrosas y, en ocasiones, mortales. Se crean debido a la fuerza del océano al golpear la costa, que acaba por excavar una especie de surco bajo las olas en la restinga que protege la playa. Cuando el espacio se abre, el agua entrante encuentra de repente un nuevo lugar para regresar al mar y circula por este canal subacuático. Entonces en la superficie se produce la corriente de retorno. Cuando alguien queda atrapado en esta corriente hay un par de cosas que debe hacer y que convierten la experiencia en algo perturbador, quizás aterrador y sin duda agotador, pero más que nada molesto. Si no las hace, lo más probable es que muera. Como la corriente de retorno superficial es estrecha, no hay que luchar nunca contra ella. Hay que limitarse a nadar paralelo a la costa, y en unos segundos el tirón violento de la corriente se suaviza y lo deja a uno a poca distancia de la playa. De hecho, las corrientes de retorno superficial suelen ser también cortas, de modo que uno se puede dejar llevar por ellas y cuando el tirón disminuye situarse en el lugar adecuado y nadar de vuelta a la playa. Ricky sabía que se trataba de unas instrucciones sencillísimas que, comentadas en un cóctel en tierra firme, o incluso en la arena caliente a la orilla del mar, hacen que salir de una corriente de retorno superficial no parezca más difícil que sacudirse una pulga de mar de la piel.
La realidad, por supuesto, es mucho más complicada. Ser arrastrado inexorablemente hacia el océano, lejos de la seguridad de la playa, provoca pánico al instante. Estar atrapado por una fuerza muy superior es aterrador. El miedo y el mar son una combinación letal. El terror y el agotamiento ganan al bañista. Ricky recordaba haber leído en el Cape Cod Times por lo menos un caso cada verano de alguien ahogado, a escasos metros de la costa y la seguridad.
Intentó controlar sus emociones, porque se sentía atrapado en una corriente de retorno superficial.
Inspiró hondo y luchó contra la sensación de que lo arrastraban hacia un lugar oscuro y peligroso.

4. El psicoanálisis tiene un principio que está en la base de toda terapia: todo el mundo lo recuerda todo. Puede que no se recuerde con precisión fotográfica, que las percepciones y las reacciones estén enturbiadas o sesgadas por todo tipo de fuerzas emocionales, que los hechos recordados con claridad sean en realidad turbios pero, cuando por fin se revisa, todo el mundo lo recuerda todo. Las heridas y los temores pueden acechar escondidos bajo capas de estrés, pero están ahí y pueden encontrarse, por muy potentes que sean las energías psicológicas de la negación. Ricky era partidario de este proceso de eliminación de capas para llegar al meollo de los recuerdos y descubrir la capa dura de debajo.
5. Se había pasado la vida intentando ayudar a la gente a conocer las fuerzas emocionales que motivaban su comportamiento. Lo que hace un analista es aislar la culpa e intentar traducirla en algo manejable, porque la necesidad de venganza es tan incapacitante como cualquier neurosis. El analista busca que el paciente encuentre un modo de superar esa necesidad y esa cólera. No es inusual que un paciente empiece una terapia manifestando una furia que parece exigir una actuación.
Se elabora un tratamiento destinado a eliminar ese impulso, de modo que pueda seguir con su vida sin la necesidad compulsiva de vengarse.
Vengarse, en su mundo, era una debilidad. Quizás hasta una enfermedad.

6. —Me odias. Tanto como ese señor R, sólo que no sé por qué.
—El odio es una emoción imprecisa, Ricky. ¿Crees que la conoces?
—Es algo de lo que se habla todos los días en mi consulta.
—No, no, no. —Virgil sacudió la cabeza—. Oyes hablar de cólera y frustración, que son elementos secundarios del odio. Oyes hablar de abuso y crueldad, que también tienen papeles destacados en ese escenario, pero que son sólo comparsas. Y, sobre todo, oyes hablar de inconveniencias. Las aburridas y monótonas inconveniencias de siempre. Y eso guarda tan poca relación con el puro odio como una aislada nube negra con una tormenta. Esa nube tiene que unirse a otras y crecer vertiginosamente antes de descargar.
—Pero tú...
—No te odio, Ricky. Aunque quizá podría llegar a hacerlo.
Prueba con otra cosa.
No se lo creyó en absoluto, pero en ese momento se sentía perdido al intentar dar con una respuesta. Inspiró con fuerza.
—Amor, entonces —soltó Ricky de repente.
—¿Amor?
Virgil sonrió de nuevo.
—Intervienes porque estás enamorada de ese hombre, Rumplestiltskin.
—Es una idea curiosa. Sobre todo porque te dije que no sé quién es. Nunca lo he visto.
—Si, ya me lo dijiste. Pero no me lo creo.
—Amor. Odio. Dinero. ¿Esos son los únicos motivos que se te ocurren?
—Acaso miedo —aventuró Ricky tras dudar.
—Eso está bien pensado, Ricky —asintió ella—. El miedo puede provocar todo tipo de comportamiento inusual, ¿verdad?
—Si.
—¿Sugiere tu análisis que tal vez el señor R me amenace de algún modo? ¿Como un secuestrador que obliga a sus víctimas a dar dinero con la patética esperanza de que les devuelva al perro, al hijo o a quien sea que se haya llevado? ¿Me comporto como una persona a la que piden que actúe en contra de su voluntad?
—No —admitió Ricky.
—Muy bien. ¿Sabes, Ricky?, eres un hombre que no aprovecha las oportunidades que se le presentan. Es la segunda vez que me he sentado frente a ti, y en lugar de intentar ayudarte a ti mismo, me has suplicado que te ayude, cuando no tienes nada que te haga merecedor de mi colaboración. Debería haberlo previsto, pero tenía esperanzas. De verdad.

7. El año en que creyó que iba a morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en la mente de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar.
Escuchó en silencio terribles impulsos de odio asesino, a los que sólo de vez en cuando agregaba algún breve comentario benévolo, evitando interrumpir la cólera que fluía a borbotones del diván. Ojalá alguno de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la ira que sentía y comprendiera lo que en realidad era ira hacia sí mismo. sabía por experiencia y formación que, con el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente distante de la consulta del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a esa conclusión por sí solos.
8. —No me gusta la idea de que venga alguien después de mi —espetó Zimmerman—. Quiero ser el último.
—¿Por qué cree que lo prefiere así? —le preguntó por fin.
—A su manera, el último es igual que el primero —contestó Zimmerman con una dureza que implicaba que cualquier idiota se daría cuenta de eso.
Asintió. Zimmerman acababa de hacer una observación fascinante y acertada.

9. Toda su formación y experiencia sugerían que lo más razonable era no hacer nada. Después de todo, el analista suele encontrarse con que guardar silencio y no contestar al comportamiento provocador y escandaloso de un paciente es la forma más inteligente de llegar a la verdad psicológica de esos actos.
10. La voz interior insistía en restarle importancia, hacer caso omiso de todo el mensaje y considerarlo una exageración y una fantasía sin ninguna base real, pero era incapaz de hacerlo.
«Que algo te incomode no significa que debas ignorarlo», se reprendió.
11. Se preguntó si su sobrino percibiría la mentira en su voz. Lo dudaba. Estaba furioso, nervioso e indignado, y no era probable que fuera capaz de discernir con claridad durante cierto tiempo.
12. «Tememos que nos maten. Pero es mucho peor que nos destruyan.»
13. Su oponente era alguien que sabía que, a menudo, lo que nos amenaza de verdad y cuesta más de combatir es algo que procede de nuestro interior. El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo. Asimismo, a veces lo que duele no es tanto ese puñetazo como la emoción tras él.

14. Zimmerman había sido un hombre que se deleitaba con lo espantosa que era su vida, y prefería quejarse a cambiarla. Para Ricky, era esa cualidad la que hacia casi imposible que se hubiese suicidado. sabía que lo que la policía y sus compañeros de trabajo habían considerado desesperación era la verdadera y única dicha de Zimmerman. Vivía para sus odios. La tarea de Ricky como analista era darle la capacidad de cambiar.
Había esperado que, a la larga, llegaría el momento en que Zimmerman se daría cuenta de cómo limitaba su vida el estar eternamente enfadado. El momento en que el cambio fuera posible habría sido peligroso porque probablemente la idea de que no necesitaba dirigir su vida del modo en que lo hacia habría sumido a Zimmerman en una depresión importante. Habría sido vulnerable entonces, cuando por fin se hubiera dado cuenta de la cantidad de días desperdiciados. Comprender eso podría haberle provocado una desesperación real y acaso mortal.
15. Pensó un instante en un condenado en el corredor de la muerte al que comunican que finalmente el gobernador ha firmado su sentencia con la fecha, la hora y el lugar de la ejecución. Era una imagen demoledora y la apartó diciéndose que, hasta en la cárcel, los hombres luchaban por sobrevivir. Inspiró con fuerza.
«El mayor lujo de nuestra existencia, por miserable que sea, es que no sabemos los días que nos han tocado en suerte»

16. —No sé —dijo la mujer—. Tenemos un procedimiento.
—Todo el mundo tiene un procedimiento —le espetó Ricky—. Los procedimientos existen para impedir el contacto, no para favorecerlo. La gente sin imaginación y sin ideas llena su cabeza con programas y procedimientos. La gente con carácter sabe cuándo prescindir de los procedimientos. ¿Es usted esa clase de persona, señorita?
17. —En tiempos del rey Arturo —prosiguió el abogado, sonriente y nada desagradable, con la confianza de un hombre que ha medido al adversario y lo ha visto claramente inferior- el infierno era muy real para toda clase de personas, incluso las educadas y refinadas. Creían de verdad en demonios, diablos, posesiones de espíritus malignos, lo que usted quiera. Podían oler el fuego y el azufre que esperaban a los impíos y creían que los abismos en llamas y las torturas eternas eran consecuencias razonables de una mala vida. En la actualidad, las cosas son más complicadas, ¿verdad, doctor? No creemos que vayamos a sufrir la maldición del fuego eterno, Y ¿qué tenemos en su lugar? Los abogados. Y le aseguro, doctor, que puedo convertirle fácilmente la vida en algo que recuerde una imagen medieval plasmada por uno de esos artistas de pesadilla. Tendría que elegir el camino fácil, doctor. El camino fácil.

18. El tiempo pareció entonces perder control sobre el mundo circundante. Los segundos, que normalmente se habrían agrupado en minutos en una progresión ordenada parecieron esparcirse como pétalos arrastrados por el viento. 
19. —¿No le gusta la psiquiatría?
—No. Tuve un hermano clínicamente deprimido y esquizofrénico. Entró y salió de todas las instituciones mentales de la ciudad y todos los médicos hablaron y hablaron pero no lo ayudaron en absoluto. Esta experiencia me predispuso en contra. Dejémoslo así.
Ricky esperó un momento y dijo:
—Mi mujer murió hace unos años de cáncer de ovarios, pero yo no detesté a los
oncólogos que no lograron salvarla. Detesté la enfermedad.

20. Pista del señor R. Para Ricky:
"La vida era alegre en el pasado:
un retoño y sus padres a su lado.
El padre soltó amarras, se largó,
y entonces todo eso se acabó."
De Ricky al señor R:
"Me dediqué a buscar a destajo
en veinte años de mi trabajo.
¿Es ese número acertado?
El tiempo casi se ha terminado
y no puedo dejar de preguntar:
¿A la madre de R debo encontrar?"
Del señor R. Para Ricky:
"Siguiendo la pista estás
al volver la vista atrás.
Veinte años sitúa cuándo,
y a mi madre estás buscando.
Saber su nombre es otro cantar,
así que una pista te voy a dar.
Te diré que, cuando la atendiste,
como señorita la conociste.
Y los días que se sucedieron,
sus labios jamás sonrieron.
Dejaste tus promesas sin cumplir.
Y la venganza de su hijo vas a sufrir.
El padre lejos, la madre fallecida:
por eso quiero acabar con tu vida.
Y será mejor que termine esta rima,
o el tiempo se te echará encima."
De Ricky al señor R:
"Hace veinte años, como profesional,
traté a gente pobre en un hospital.
Me marché para mejorar de posición.
¿Fue eso lo que motivó esta situación?
¿Que, al irme, en el olvido la dejara
provocó que esa mujer se suicidara?"
De R. Para Ricky:
"Ricky se acerca cada vez más,
en su búsqueda hacia atrás.
La ambición la mente le nubló,
y lo que decía la mujer ignoró.
La dejó confusa, a la deriva,
tan perdida que le costó la vida.
El hijo, que vio la equivocación,
quiere vengarse sin dilación.
Antes era pobre y rico ahora;
cumplirá su deseo sin demora.
¿Visitar los archivos del hospital
bastará para lograr el triunfo final?
Hay algo que Ricky no puede olvidar:
tiene setenta y dos horas para jugar."
De Ricky para R:
"¿Es quien busco uno de tres?
¿Huérfano de niño, rico después,
busca a quienes fueron crueles?"
De R. Para Ricky Stark (Mensaje con doble sentido):
"Apreciado doctor Starks:
Con relación a su reciente consulta a esta oficina, nos satisface informarle de que nuestros agentes han confirmado que sus suposiciones son correctas. Sin embargo, en este momento no podemos facilitarle más detalles sobre los individuos en cuestión. Sabemos que cuenta con limitaciones importantes de tiempo. Por lo tanto, a menos que recibamos una petición suya, en el futuro no podremos proporcionarle más información. Si sus circunstancias cambiaran, le rogamos se ponga en contacto con nuestra oficina para cualquier consulta adicional.
Será facturado por nuestros servicios en veinticuatro horas.
Muy atentamente, R.S. SKIN, presidente Investigaciones Privadas R.S. SKIN"
_________________________
SE INVIERTEN LOS PAPELES:
De Ricky para el señor R:
"—«Señor R, empieza el juego. Una nueva Voz».
Sabe quién era, no quién soy.
Por fin está en un lío hoy.
Ricky se fue; murió en el mar.
Y yo su sitio vine a ocupar.
Como Lázaro me he levantado,
y ahora le toca morir a otro pringado.
Otro juego, señor R, en un viejo lugar,
y cara a cara nos vamos a enfrentar.
Veremos a favor de quién está la suerte,
porque hasta los malos poetas aman la muerte."
Del señor R. Para Ricky:
"Ricky es listo, Ricky es muy astuto,
pero ha cometido un error absoluto.
Cree que está a salvo y quiere jugar,
pero escondido se debería quedar.
Que escapara una vez es impresionante
pero no por ello debería estar exultante.
Otro juego, en una segunda ocasión
volverá a llegar a la misma conclusión.
Sólo que ahora lo que me debe pagar,
por fin completo me lo voy a cobrar."
De Ricky/Lázarus Para El señor R:
"Lázaro el cerco ha estrechado.
Ahora ya no está desorientado.
¿Está aquí? ¿Está allá? Vete a saber.
En cualquier parte puede aparecer.
El juego despacio va avanzando
y Lázaro cree que lo está ganando.
Quizás el señor R ya no pueda elegir
y las instrucciones del Voice deba seguir."
De Ricky para el señor R:
"—¿Está aquí? ¿Está allá? Vete a saber.
En cualquier parte puede aparecer.
Puede que a Ricky le guste vagar,
puede que haya vuelto a su hogar.
O quizá Ricky se quiera ocultar
para que no lo puedan encontrar.
Un viejo lugar o un nuevo lugar,
Ricky siempre logrará escapar.
Y aunque lo busque con apuro,
el señor R nunca sabrá seguro
cuándo Ricky pueda estar presente,
no como amigo sino como oponente,
para sembrar la muerte y el mal,
y provocar de alguien el final."

21. 
—Bueno, he roto con mi novio y mis clases son todas terribles, y cuando regrese a casa mis padres me van a matar porque ya no estoy en el cuadro de honor. Puede que no apruebe el curso de literatura comparada y todo parece haber llegado a un punto crítico y...
—Y algo te hizo llamar a este teléfono, ¿verdad?
—Quería hablar. No es que quisiera hacerme algo...
—Eso es muy razonable. Al parecer no has tenido un semestre muy bueno.
—Ni que lo digas.
La muchacha rió con amargura.
—Pero habrá otros semestres, ¿verdad?
—Pues sí.
—Y tu novio, ¿por qué te dejó?
—Dijo que no quería estar atado...
—¿Y cómo te sentó esta respuesta? ¿Te deprimió?
—Sí. Fue como una bofetada. Me sentí como si me hubiera estado usando sólo por el sexo, ¿sabes? Y ahora que se acerca el verano habrá imaginado que ya no valía la pena. He sido como una especie de caramelo. Pruébame y tírame.
—Una buena forma de decirlo —aseguró Ricky—. Un insulto, entonces. Un golpe a tu dignidad.
La joven volvió a guardar silencio un momento.
—Supongo, pero no lo había visto de ese modo.
—Bueno —prosiguió Ricky con voz firme y suave—. En lugar de estar deprimida y de pensar que te pasa algo, deberías estar enfadada con ese cabrón, porque es evidente que el problema lo tiene él. Y el problema es el egoísmo, ¿no?
Pudo percibir cómo la muchacha asentía con la cabeza. Pensó que era una llamada de lo más típica. Había llamado desesperada por lo del novio y los estudios pero, al examinarla más de cerca, en realidad no lo estaba.
—Creo que eso es cierto —corroboró—. Es un cabronazo.
—Entonces puede que estés mejor sin él. No es el único chico del mundo.
—Creía que lo quería —dijo la muchacha.
—Duele un poco, lo sé. Pero el dolor no es porque te haya roto el corazón. Es más bien porque comprendes que te engañó. Y ahora tu confianza se resiente.
—Tienes razón —dijo. Ricky notaba cómo se secaba las lágrimas al otro lado de la línea. Pasado un momento, la muchacha añadió-: Debes de recibir muchas llamadas como ésta. Todo parecía tan importante y tan terrible hace dos minutos. Lloraba sin parar y ahora...
—Todavía están las notas. ¿Qué pasará cuando llegues a casa?
—Se cabrearán. Mi padre dirá: «No me estoy gastando el dinero que tanto me cuesta ganar para que apruebes por los pelos».
La joven había emitido un carraspeo e imitado la voz grave de su padre. Ricky rió, y ella hizo lo mismo.
—Lo superará —comentó él—. Sé sincera. Cuéntale las tensiones que has sufrido y lo de tu novio, y dile que intentarás mejorar. Lo comprenderá.
—tienes razón.
—Mira, te daré una receta para esta noche y mañana —dijo Ricky—. Ahora acuéstate y duerme bien. Por la mañana, levántate y coge uno de esos cafés tan ricos, con mucha espuma y todas las calorías habidas y por haber. Luego sal fuera, siéntate en un banco, toma el café despacio y admira el tiempo. Y si por casualidad ves al chico en cuestión, ignóralo. Y si él quiere hablar, aléjate.
Busca otro banco. Piensa en lo que el verano te depara. Siempre hay posibilidades de que las cosas mejoren. Sólo tienes que encontrarlas.
—De acuerdo —contestó la joven—. Gracias por hablar conmigo.
—Si en los próximos días te sientes estresada hasta el punto de que la situación te resulte insoportable, deberías pedir hora a un consejero de los servicios médicos. Él te ayudará a superar tus problemas.
—Sabes mucho sobre la depresión —comentó la muchacha.
—Oh, sí. Es cierto. Suele ser transitoria, aunque a veces no. La primera es una situación corriente de la vida. La segunda es una auténtica enfermedad, y terrible. Creo que tú has tenido la primera.
—Me siento mejor —aseguró—. Puede que me compre una pasta con esa taza de café. Al infierno con las calorías.