lunes, 6 de julio de 2015

29. El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas - Haruki Murakami.

1. —Y yo encontraré esa salida. Y huiré de aquí contigo. No quiero morir en un lugar tan miserable. —Tras pronunciar estas palabras, enmudeció y volvió a escarbar el suelo—. Creo que ya te había dicho que esta ciudad era un lugar antinatural y fundado en un error —dijo la sombra—. Pues sigo pensando lo mismo. Es antinatural y, encima, errónea. El problema está en que la ciudad se levanta sobre lo antinatural y lo erróneo. Y como todo es antinatural y distorsionado, todas las piezas encajan a la perfección. Y forman un todo redondo. Como esto. —En el suelo dibujó un círculo con el tacón—. Es un círculo cerrado. Por eso, cuando llevas mucho tiempo aquí dándole vueltas a las cosas, empiezas a convencerte de que ellos están en lo cierto y de que tú estás equivocado. Porque ellos parecen demasiado coherentes. ¿Entiendes?
—Perfectamente. A veces tengo la misma sensación. La de que, comparado con la ciudad, no soy más que un ser insignificante, lleno de contradicciones.
—Sin embargo, eso es falso —insistió la sombra trazando unos dibujos indescifrables al lado del círculo—. Nosotros tenemos razón y ellos están equivocados. Nosotros somos naturales y ellos no. Debes creerlo, creerlo mientras te queden fuerzas. Si no lo crees, la ciudad te acabará absorbiendo antes de que te des cuenta, y entonces ya será demasiado tarde.
2. Primero, hablemos del corazón. Me has dicho que en esta ciudad no hay luchas, odio ni deseos. Eso, en sí mismo, es maravilloso. Tanto que, si tuviera fuerzas, aplaudiría. Pero piensa que el hecho de que no existan luchas, odio ni deseos significa que tampoco existen las cosas opuestas. Es decir, la alegría, la paz de espíritu, el amor. Porque es de la desesperanza, del desengaño y de la tristeza de donde nace la alegría y, sin ellas, ésta no podría existir. Es imposible encontrar una paz de espíritu sin desesperación. Ésta es la «naturalidad» a la que me refería. Y luego está el amor, por supuesto. Lo mismo sucede con la chica de la biblioteca de la que hablas. Tú tal vez la quieras, pero tus sentimientos no conducen a ninguna parte. Porque ella no tiene corazón. Y un ser humano sin corazón no es más que un fantasma andante. Dime, ¿qué sentido tiene conseguir algo así? ¿Deseas para ti esta vida eterna? ¿Quieres convertirte, también tú, en un fantasma similar? Si yo muero aquí, tú pasarás a ser uno de ellos y ya jamás podrás abandonar la ciudad.
3. —Porque ella jamás podrá corresponder a tus sentimientos. Nadie tiene la culpa. Ni la tienes tú, ni la tiene ella. Me atrevería a decir que la culpa es del mundo, por estar hecho de esta manera. Pero el mundo no se puede cambiar. Sería lo mismo que tratar de invertir el curso de un río.
Me incorporé sobre la cama y me froté las mejillas con ambas manos. Me pareció notar la cara un poco más flaca.
—Se refiere al corazón, ¿verdad?
El anciano asintió.
—¿Me está diciendo que, como yo tengo corazón y ella no, por más que la ame jamás podré recibir nada a cambio?
—Exacto. Lo único que conseguirás será ir destruyéndote. Porque ella, como muy bien dices, no tiene corazón. Tampoco yo lo tengo. Nadie lo tiene.
—Pero usted es muy amable conmigo. Se preocupa por mí, me está cuidando robándole horas al sueño. ¿No le parece que ésa es una de las formas en que se manifiesta el corazón?
—No, es distinto. La amabilidad es una función independiente. Para ser exactos, es una función superficial. Sólo una costumbre. El corazón es otra cosa, es algo más profundo, y más fuerte. Y también más contradictorio.
4. Aunque nadie lamentara mi pérdida, aunque no dejase un vacío en el corazón de nadie, aunque casi nadie se diera cuenta de que yo había desaparecido, no quería: mi existencia era asunto mío. Ciertamente, había perdido muchas cosas en el curso de mi vida. Tantas que, aparte de mí mismo, ya casi no me quedaba nada por perder. Sin embargo, en mi interior permanecía vivo el reflejo de lo que había perdido, y aquello era lo que había conformado mi ser a lo largo de mi vida.
No quería abandonar este mundo. Al cerrar los ojos, pude percibir claramente cómo se tambaleaba mi corazón. Fue una sacudida tan grande y profunda, más allá de la tristeza y de la soledad, que removió mi ser desde los cimientos. Aquel vaivén no cesaba. Hinqué los codos en el respaldo del banco para soportar su sacudida. Nadie me ayudó. Nadie podía socorrerme. Del mismo modo que yo no podía ayudar a nadie.
Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento.
Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.
5. Había ido perdiendo diversas cosas, diversas personas, diversos sentimientos. En el bolsillo de un abrigo que simbolizara mi existencia, se habría abierto un agujero fatal que ningún hilo ni aguja podrían coser. En este sentido, si alguien hubiera abierto la ventana de mi piso, se hubiese asomado dentro y me hubiese gritado: «¡Tu vida es un completo cero!», yo no habría tenido ningún argumento en contra que esgrimir.

Sin embargo, si hubiera podido volver atrás, me daba la sensación de que habría reproducido una vida idéntica a la que había llevado. Porque ésta —esta vida llena de pérdidas— era yo. Era el único camino que tenía yo de ser yo mismo. Por más personas que me hubiesen abandonado a mí, por más personas a las que hubiese abandonado yo, por más bellos sentimientos, magníficas cualidades y sueños que hubiese perdido, yo únicamente podía ser yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario