domingo, 12 de julio de 2015

30. María - Jorge Isaacs.

1. Cerré las puertas. Allí estaban las flores recogidas por ella para mí; las ajé con mis besos; quise aspirar de una vez todos sus aromas, buscando en ellos los de los vestidos de María; bañélas con mis lágrimas... ¡Ah, los que no habéis llorado de felicidad así, llorad de desesperación, si ha pasado vuestra adolescencia, porque así tampoco volveréis a amar ya!
2. ¡Primer amor!... Noble orgullo de sentirnos amados: sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que comprada para un día con las lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir; luz inextinguible del pasado; flor guardada en el alma y que no es dado marchitar a los desengaños; único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres; delirio delicioso... inspiración del Cielo... ¡María! ¡María! ¡Cuánto te amé! ¡Cuánto te amara!
3. -¡Pobre de mí! Jamás habías sido sordo a mi voz. Nunca mis ojos te buscaron sin que los tuyos se mostrasen prestos al instante y halagüeños; por eso lloro. 
-Perdóname Nay, sólo pensaba en ti... 
Calló Nay largo rato, y Sinar, despertando súbitamente del éxtasis en que se encontraba, tomó de la mano a Nay, subió con ella a la cima de un peñasco y, mirando al río y al desierto, le dijo:
-¿Sabes tú quién hizo las montañas? 
-No.
-Un Dios las hizo. ¿Has visto al río Tando retroceder en su carrera?
-No.
-El río Tando, como una lágrima, va a perderse en el inmenso mar, ante cuyo bramido el rumor de un río es como tu voz comparada con la del huracán que sacude los bosques gigantescos cual si fuesen débiles juncos. ¿Sabes tú quién hizo el mar?
-No.
-¿Y el rayo que rasga las nubes y despedaza la copa del Baobab, como tu planta deshace una de sus hojas secas? ¿Y las estrellas, que, como el oro y las perlas que bordan tus mantos de calín, tachonan el cielo? ¿Y la luna, que te place contemplar en la soledad dejándote llevar por tus sueños más atesorados? ¿Y el sol, que bruñó tu tez de azabache y da luz a tus ojos? ¡Todo es obra de un solo Dios! Él no quiere que yo ame a otra mujer; Él manda que te ame como a mi mismo; Él quiere que yo ria si ries, que llore si lloras, que en cambio de tus caricias te defienda siempre con mi propia vida, y que, si mueres, rieguen mis lágrimas tu tumba hasta que vaya a reunirme contigo más allá de las estrellas, donde me esperarás.

4. Pocos pasos me había adelantado en la estancia cuando oí un grito y me sentí abrazado.
-¡María! ¡Mi María!- exclamé, estrechando contra mi corazón aquella cabecita entregada a mis caricias... 
-¡Ay! ¡No, no, Dios mío!- me dijo sollozante. 
Y, desprendiéndose de mi cuello, cayó sobre un sofá inmediato: ¡Era Emma! Vestía de negro, y la luna acababa de bañar su rostro lívido y regado de lágrimas. 
Abrióse en aquel punto la puerta del aposento de mi madre. Ella, balbuciente y colmándome de besos, me arrastró al sofá en que Emma seguía muda e inmóvil.
-¿Dónde está, pues? ¿Dónde está? -grité, poniéndome en pie sin que fuerza alguna pudiera retenerme.
-¡Hijo de mi alma! -Exclamó mi madre con el más hondo acento de ternura, y volviendo a estrecharme contra sus seno-. ¡En el cielo!
Algo como la fina hoja de un puñal acababa de clavárseme en el cerebro; faltó la luz a mis ojos y el aire a mi pecho.


5. Aún cuando nuestra infancia quede lejos, no por eso una tierna madre nos niega sus mimos; acaso nuestra frente no descanse ya en su regazo, ni su voz nos aduerma, pero nuestra alma recibe siempre las amorosas caricias de la suya.

6. Cuando la enfermedad ha hecho temer la pérdida de un ser querido, aquel recelo activa nuestros más dulces afectos, y, alejado del peligro, hay, en los cuidados que le prodigamos, una ternura capaz de desarmar a la muerte.

7. Al dar la vuelta a un grupo de corpulentos tamarindos, quedé enfrente de un pedestal blanco y manchado por las lluvias, sobre el cual se elevaba una cruz de hierro: acerquéme. En una plancha negra que las adormideras medio ocultaban ya, empecé a leer: María ...
A aquel monólogo terrible del alma ante la muerte, del alma que la interroga, que la maldice ... que le ruega, que la llama ... demasiado elocuente respuesta dio esa tumba fría y sorda, que mis brazos oprimían y mis lágrimas bañaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario