miércoles, 25 de mayo de 2016

31. Del Amor y Otros Demonios - Gabriel García Márquez.

1. El marqués se demoró en el recuento de otras mentiras sorprendentes de la hija, no con disgusto sino con un cierto orgullo de padre. "Quizás vaya a ser poeta", dijo. Abrenuncio no admitió que la mentira fuera una condición de las artes.
"Cuanto más transparente es la escritura más se ve la poesía", dijo.
2. Lo más probable era que Sierva María no contrajera la rabia.
"¿Y mientras tanto?", preguntó el marqués.
"Mientras tanto", dijo Abrenuncio, "tóquenle música, llenen la casa de flores, hagan cantar los pájaros, llévenla a ver los atardeceres en el mar, denle todo lo que pueda hacerla feliz". Se despidió con un voleo del sombrero en el aire y la sentencia latina de rigor. Pero esta vez la tradujo en honor al marqués: "No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad".

 3. Ella, cocotóloga insigne, le mandaba mensajes en palomitas de papel. Él aprendió a leer y escribir para corresponder con ella, y ese fue el principio de una pasión legítima que nadie quiso entender. Escandalizado, el primer marqués conminó al hijo a que hiciera un desmentido público. «No sólo es cierto», le replicó Ygnacio, «sino que tengo la licencia de ella para pedir su mano».Y ante el argumento de la locura, contestó con el suyo: «Ningún loco está loco si uno se conforma con sus razones».

4. Ella le preguntó por esos días si era verdad, como decían las canciones, que el amor lo podía todo. «Es verdad», le contestó él, «pero harás bien en no creerlo».
5. La frase sorprendió al marqués, pues era lo mismo que él había pensado cuando dieron las cuatro. Al obispo le pareció una coincidencia natural. «Las ideas no son de nadie», dijo. Dibujó en el aire con el índice una serie de círculos continuos, y concluyó: «Andan volando por ahí, como los ángeles».
6. «Su Señoría Ilustrísima debe saber que arrastro la más grande desgracia que puede sufrir un ser humano», dijo, con una humildad desarmante. «He dejado de creer».
7. Sintió el apremio de rezar por primera vez desde que perdió la fe. Fue al oratorio, tratando con todas sus fuerzas de recuperar el dios que lo había abandonado, pero era inútil: la incredulidad resiste más que la fe, porque se sustenta de los sentidos.
8. «Quiere decir que ha recuperado la fe», dijo Abrenuncio.
«Nunca se deja de creer por completo», dijo el marqués. «La duda persiste».
Abrenuncio lo entendió. Siempre había pensado que dejar de creer causaba una cicatriz imborrable en el lugar en que estuvo la fe, y que impedía olvidarla.
9. Ante todo, dijo, quería saber cómo era la hija antes de entrar en el convento.
«No lo sé», dijo el marqués. «Siento que la conozco menos cuanto más la conozco».
10. «Usted lo dice por ser español»,dijo Abrenuncio.
«A mi edad, y con tantas sangres cruzadas, ya no sé a ciencia cierta de dónde soy», dijo Delaura. «Ni quién soy».
«Nadie lo sabe por estos reinos», dijo Abrenuncio. «Y creo que necesitarán siglos para saberlo».
11. Cuando terminó, Cayetano tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta.
«Siempre estoy así», dijo él, y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serIo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidez y el calor con que recitaba, hasta que tuvo la impresión de que Sierva María se había dormido. Pero estaba despierta, fijos en él sus ojos de cierva azorada. Apenas se atrevió a preguntar:
«¿ Y ahora?»
«Ahora nada», dijo él. «Me basta con que lo sepas».

12. No pudo seguir. Llorando en silencio pasó su brazo por debajo de la cabeza de ella para que le sirviera de almohada, y ella se enroscó en su costado.
Permanecieron así, sin dormir, sin hablar, hasta que empezaron a cantar los gallos, y él tuvo que apurarse para llegar a tiempo a la misa de cinco. Antes que se fuera, Sierva María le regaló el precioso collar de Oddúa: dieciocho pulgadas de cuentas de nacar y coral.
El pánico había sido reemplazado por la zozobra del corazón. Delaura no tenía sosiego, hacía las cosas de cualquier modo, flotaba, hasta la hora feliz en que huía del hospital para ver a Sierva María. Llegaba jadeando a la celda ensopado por las lluvias perpetuas, y ella lo esperaba con tal ansiedad que la sola sonrisa de él le devolvía el aliento.
13. Oh dulces prendas por mi mal halladas. 2. Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por do me has traído... yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme. 3. En fin a vuestras manos he venido, do sé que he de morir, para que sólo en mís fuese probado cuánto corta una espada en un rendido. 4. No más lágrimas, bastan las que por vos tengo lloradas.
14. «¿Nunca ha pasado por esto?»
«Nunca, hijo mío», dijo Abrehuncio. «El sexo es un talento y yo no lo tengo».
Trató de disuadirlo. Le dijo que el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa.

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