
No había vuelto a pensar en aquella mariposa; pero en cuanto la recordé, me arrodillé y busqué junto a los pequeños pilotes que soportaban la casa hasta que la encontré. Muchas cosas en mi vida habían cambiado, incluso mí aspecto; pero cuando desenvolví la mariposa, despojándola de su sudario, seguía siendo la misma criatura sorprendentemente hermosa del día que la había enterrado. Parecía vestida en unos suaves tonos grises y marrones, semejantes a los que llevaba Mamita cuando salía por la noche a jugar al mah-jong. Todo en ella era hermoso y perfecto y estaba totalmente intacto. Con que sólo una cosa en mi vida hubiera seguido igual que estaba cuando llegué a Kioto... Cuando pensé esto, mi mente empezó a girar como un remolino. Me sorprendía que fuéramos —la mariposa y yo— dos extremos opuestos. Mi existencia era como un río, que cambiaba cada día. Mientras pensaba estas cosas, saqué un dedo para acariciar la superficie aterciopelada de la mariposa, pero en cuanto la rocé, se convirtió de inmediato en un montoncito de ceniza, sin hacer el más mínimo ruido, sin darme siquiera tiempo a verla desmoronarse. Me asombró tanto que dejé escapar un gritito. El torbellino de mi mente se detuvo; me sentí como si hubiera entrado en el ojo del huracán. Dejé caer el pequeño sudario y la pila de cenizas, que revolotearon y se posaron en el suelo; y entonces comprendí el enigma que me había tenido desconcertada toda la mañana. El aire ya no olía a cerrado. El pasado había desaparecido. Mi madre y mi padre habían muerto y yo no podía hacer nada para cambiarlo. Pero supongo que yo también había estado en cierto modo muerta aquel último año. Y mi hermana... pues sí, se había ido; pero yo no me había ido. No estoy segura de que lo entiendas, pero era como si me hubiera vuelto a mirar hacia otro lado, de modo que ya no tenía frente a mí el pasado, sino el futuro. Y ahora la cuestión a la que me enfrentaba era: ¿cómo sería aquel futuro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario