lunes, 27 de abril de 2015

14. Un Mundo Feliz - Aldous Huxley.

1. El remordimiento crónico, y en ello están acordes todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete. Enmienda tu yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes entregarte a una morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse.
2. Éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social.
3. Los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente males necesarios.
4. Los que se sienten despreciados procuran aparecer despectivos.
5. No cabe civilización alguna sin estabilidad social. Y no hay estabilidad social sin estabilidad individual.
6. Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean adecuadamente: pasan a través de todo. Las lees y te traspasan. Esta es una de las cosas que intento enseñar a mis alumnos: a escribir de manera penetrante.
7. No es extraño que aquellos pobres pre-modernos estuviesen locos y fuesen desdichados y miserables. Su mundo no les permitía tomar las cosas con calma, no les permitía ser juiciosos, virtuosos, felices. Con madres y amantes, con prohibiciones para cuya obediencia no habían sido condicionados, con las tentaciones y los remordimientos solitarios, con todas las enfermedades y el dolor eternamente aislante, no es de extrañar que sintieran intensamente las cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento individual sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?
8. Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo, en todo una concentración del interés, una canalización del impulso y la energía.
- Cuando lo cierto es que todo el mundo pertenece a todo el mundo - concluyó el Interventor, citando el proverbio hipnopédico.
9. - ¿Me encuentras al punto?
Otra afirmación muda de Bernard.
- ¿En todos los aspectos?
- Perfecta - dijo Bernard, en voz alta.
Y para sus adentros: Ésta es la opinión que tiene de sí misma. No le importaba ser como la carne.
Lenina sonrió triunfalmente. Pero su satisfacción había sido prematura.
- Sin embargo - prosiguió Bernard tras una breve pausa -, hubiese preferido que todo terminara de otra manera.
- ¿De otra manera? ¿Podía terminarse de otra?
- Yo no quería que acabáramos acostándonos - especificó Bernard.
Lenina se mostró asombrada.
- Quiero decir, no en seguida, no el primer día.
- Pero, entonces, ¿qué...?
Bernard empezó a soltar una serie de tonterías incomprensibles y peligrosas. Lenina hizo todo lo posible por cerrar los oídos de su mente; pero de vez en cuando una que otra frase se empeñaba en hacerse oír:... probar el efecto que produce detener los propios impulsos, le oyó decir. Fue como si aquellas palabras tocaran un resorte de su mente.
- No dejes para mañana la diversión que puedes tener hoy - dijo Lenina gravemente.
- Quiero saber lo que es la pasión - oyó Lenina, de sus labios -. Quiero sentir algo con fuerza.
- Cuando el individuo siente, la comunidad se resiente - citó Lenina.
- Bueno, ¿y por qué no he de poder resentirme un poco?
- ¡Bernard!
Pero Bernard no parecía avergonzado.
- El otro día, de pronto, se me ocurrió que había de ser posible ser un adulto en todo momento.
- Lo comprendo.
El tono de Lenina era firme.
- Ya lo sé. Y por esto nos acostamos juntos ayer, como niños, en lugar de obrar como adultos, y esperar.
- Pero fue divertido - insistió Lenina -. ¿No es verdad?
- ¡Oh, si, divertidísimo! - contestó Bernard.
Pero había en su voz un tono tan doloroso, tan amargo, que Lenina sintió de pronto que se esfumaba toda la sensación de triunfo. Tal vez, a fin de cuentas, Bernard la encontraba demasiado gorda.
- Ya te lo dije - comentó Fanny, por toda respuesta, cuando Lenina se lo confió -. Eso es el alcohol que le pusieron en el sucedáneo.
10. - Es horrible, es horrible - repetía una y otra vez -. ¿Cómo puedes hablar así? ¿Cómo puedes decir que no quieres ser una parte del cuerpo social? Al fin y al cabo, todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie. Hasta los Epsilones...
- Sí, ya lo sé - dijo Bernard, burlonamente -. Hasta los Epsilones son útiles. Y yo también. ¡Ojalá no lo fuera!
Lenina se escandalizó ante aquella exclamación blasfema.
- ¡Bernard! - protestó, dolida y asombrada -. ¿Cómo puedes decir esto?
- ¿Cómo puedo decirlo? - repitió Bernard en otro tono, meditabundo -. No, el verdadero problema es: ¿Por qué no puedo decirlo? O, mejor aún, puesto que, en realidad, sé perfectamente por qué, ¿qué sensación experimentaría si pudiera, si fuese libre, si no me hallara esclavizado por mi condicionamiento?
- Pero, Bernard, dices unas cosas horribles.
- ¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?
- No sé qué quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.
Bernard rió.
- Si, hoy día todo el mundo el feliz. Eso es lo que ya les decimos a los niños a los cinco años. Pero ¿no te gustaría tener la libertad de ser feliz... de otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos.
11. En el pasado, a menudo se había preguntado qué efecto debía de producir ser objeto de algún gran proceso, de algún castigo, de alguna persecución; y hasta había deseado el sufrimiento. Apenas hacía una semana, en el despacho del director, se había imaginado a sí mismo resistiendo valerosamente, aceptando estoicamente el sufrimiento sin una sola queja. Pero ahora que, al parecer, las amenazas iban a cumplirse, Bernard estaba aterrado. No quedaba ni rastro de su estoicismo imaginativo, de su valor puramente teórico.
12. - Verás - dijo, tartamudeando y sin mirarle -, yo soy bastante diferente de los demás, supongo. Si por azar uno es decantado diferente...
- Sí, esto es - asintió el joven -. Si uno es diferente, se ve condenado a la soledad. Los demás le tratan brutalmente. ¿Sabes que a mí me han mantenido alejado de todo?
13. - Cuánto grande es el talento de un hombre, de igual manera su capacidad para corromper a los demás es mayor. Y es mejor que sufra uno solo a que se corrompan muchos. Considere el caso desapasionadamente, Mr. Foster, y verá que no existe ofensa tan odiosa como la heterodoxia en el comportamiento. El asesino sólo mata al individuo, y, al fin y al cabo, ¿qué es un individuo? - Con un amplio ademán señaló las hileras de microscopios, los tubos de ensayo, las incubadoras -. Podemos fabricar otro nuevo con la mayor facilidad; tantos como queramos. La heterodoxia amenaza algo mucho más importante que la vida de un individuo; amenaza a la propia Sociedad. Sí, a la propia Sociedad - repitió -.
14. John odiaba a Popé cada vez más. Un hombre puede sonreír y sonreír y ser un villano. Un villano incapaz de remordimientos, traidor, cobarde, inhumano. ¿Qué significaban exactamente estas palabras? John sólo lo sabía a medias. Pero su magia era poderosa, y las palabras seguían resonando en su cerebro, y en cierta manera era como si hasta entonces no hubiese odiado realmente a Popé; como si no le hubiese odiado realmente porque nunca había sido capaz de expresar cuánto le odiaba. Pero ahora John tenía estas palabras, estas palabras que eran como tambores, como cantos, como fórmulas mágicas.
15. Le enviarán a un lugar donde conocerá al grupo de hombres y mujeres más interesantes que cabe encontrar en el mundo. Todos ellos personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva conciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien.
16. Uno debe poder sentirse herido y trastornado; de lo contrario, no puede pensar frases realmente buenas, penetrantes como los rayos X."
17. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.
18. Una de las principales funciones de nuestros amigos estriba en sufrir (en formas más suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no podemos, a nuestros enemigos.
19. La gente seguía hablando de la verdad y la belleza como si fueran los bienes supremos. Hasta que llegó la Guerra de los Nueve Años. Esto les hizo cambiar de estribillo. ¿De qué sirven la verdad, la belleza o el conocimiento cuando las bombas de ántrax llueven del cielo? Después de la Guerra de los Nueve Años se empezó a poner coto a la ciencia. A la sazón, la gente ya estaba dispuesta hasta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio.
20. Es posible que los jóvenes y los prósperos piensen así. Es posible que éstos piensen que es una gran cosa hacerlo según su voluntad, como ellos suponen, no depender de nadie, no tener que pensar en nada invisible, ahorrarse el fastidio de tener que reconocer continuamente, de tener que rezar continuamente, de tener que referir continuamente todo lo que hacen a la voluntad de otro. Pero a medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre, que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento, pero no puede llevarnos a salvo hasta el fin.
Un hombre envejece; siente en sí mismo esa sensación radical de debilidad, de fatiga, de malestar, que acompaña a la edad avanzada; y, sintiendo esto, imagina que, simplemente, está enfermo, engaña sus temores con la idea de que su desagradable estado obedece a alguna causa particular, de la cual, como de una enfermedad, espera rehacerse. ¡Vaya imaginaciones! Esta enfermedad es la vejez; y es una enfermedad terrible. Dicen que el temor a la muerte y a lo que sigue a la muerte es lo que induce a los hombres a entregarse a la religión cuando envejecen. Pero mi propia experiencia me ha convencido de que, aparte tales terrores e imaginaciones, el sentimiento religioso tiende a desarrollarse a medida que la imaginación y los sentidos se excitan menos y son menos excitables, nuestra razón halla menos obstáculos en su labor, se ve menos ofuscada por las lágrimas; los deseos y las distracciones en que solía absorberse; por lo cual Dios emerge como desde detrás de una nube; nuestra alma siente, ve, se vuelve hacia el manantial de toda luz; se vuelve, natural e inevitablemente, hacia ella; porque ahora que todo lo que daba al mundo de las sensaciones su vida y su encanto ha empezado a alejarse de nosotros, ahora que la existencia fenoménica ha dejado de apoyarse en impresiones interiores o exteriores, sentimos la necesidad de apoyarnos en algo permanente, en algo que nunca pueda fallarnos, en una realidad, en una verdad absoluta e imperecedera. Sí, inevitablemente nos volvemos hacia Dios; porque este sentimiento religioso es por naturaleza tan puro, tan delicioso para el alma que lo experimenta, que nos compensa de todas las demás pérdidas.
21. -¿Cómo se manifiesta (Dios) actualmente? -preguntó el Salvaje.
-Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.
-Esto es culpa de ustedes.
-Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el maquinismo, la medicina científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el maquinismo, la medicina y la felicidad. Dios no es compatible con el desarrollo de la ciencia.

13. Los Renglones Torcidos de Dios - Luca Torcuato de Tena.

1. —¿Se llevaban ustedes bien?
—Nos queríamos y nos apreciábamos.
—¿Qué diferencia ve usted entre esos dos sentimientos?
—El primero indica amor. El segundo, estimación intelectual: es decir, admiración y orgullo recíprocos.
2. Es condición muy acusada en esta enferma —se decía en la carta— tener respuesta para todo, aunque ello suponga mentir (para lo que tiene una rara habilidad), y aunque sus embustes contradigan otros que dijo antes. Caso de ser cogida en flagrante contradicción, no se amilana por ello, y no tarda en encontrar una explicación de por qué se vio forzada a mentir antes, mientras que ahora es cuando dice la verdad. Y todo ello con tal coherencia y congruencia que le es fácil confundir a gentes poco sagaces e incluso a psiquiatras inexpertos. A esta habilidad suya contribuyen por igual sus ideas delirantes (que, en muchos casos, la impiden saber que miente) y su poderosa inteligencia.
3. Le merecí ese juicio cuando le demostré que nunca pude envenenar a mi esposo por carecer de ocasiones y de motivos. Y como le convencí de que carecía de motivo, pero no de posibilidades, la conclusión que sacó es que yo estaba loca, porque es propio de locos carecer de motivaciones para sus actos.
4. Los locos son como los niños. No puede convencérseles con razones porque, al carecer de razón, son incapaces de razonar.


5.—¿Le ha sido siempre fiel?
—¿El a mí?
—Sí. El a usted.
—No lo he indagado.
—¿Por qué?
—Porque hubiera supuesto una ofensa para él esa muestra de desconfianza.
—Nunca se habría enterado.
—Ello no obsta para que yo, en mi fuero interno, le hubiese ofendido.
—Y usted, señora de Almenara, ¿le ha sido siempre fiel?
—Siempre.
—¿No ha sido nunca solicitada por otro hombre?
—Muchas veces, doctor, y por muchos.
—¿Ello la halagaba?
—No puedo ocultarlo. Si: me halagaba.
—¿Y nunca cedió a ese halago?
—Nunca.
—¿Alguno de sus pretendientes le agradaba?
—Sí, y mucho.
—Y a pesar de ello...
—Jamás, doctor.
—Explíqueme detalladamente por qué.
—Por respeto a mi marido, pero también por respeto a mí misma. Tengo un alto concepto de la dignidad humana; creo que somos una especie... distinta. Y que esta distinción nos impone derechos y deberes. No podemos exigir los primeros sin sentirnos solidarios con los segundos. Si me lo permite, doctor, éstas son convicciones muy arraigadas en mí.
—¿Es usted creyente?
—No lo fui en mi infancia. Ahora sí.
—Eso contradice la... norma general.
—¡Nunca me ha interesado la norma general!
—¿Esas convicciones las heredó usted de su padre?
—No sé si esas cosas se heredan. Ignoro si se transmiten en los genes. Más exacto sería decir que las recibí de mi padre: no que las heredé. Fue conmigo un educador excepcional. A medida que pasa el tiempo su figura se agranda dentro de mí.
—¿Y la de su madre?
—Mi madre murió siendo yo muy niña. Y mi padre tuvo el acierto de ensalzarla grandemente a mis ojos. Hablaba de ella con mucha ternura. Más también con sincera admiración. Cuando me reprendía, era frecuente que dijera: "Tu madre no hubiera dicho eso" o "no hubiera hecho eso".
—¿Y no la molestaba o no hería su sensibilidad infantil esa comparación constante con una mujer que, aun siendo su madre, usted no llegó prácticamente a conocer?
—No, doctor, no. Mi madre era el ideal que yo debía alcanzar. Mi padre me la pintaba como la suma de las perfecciones, como el modelo que yo (si quería ser digna, bondadosa y fuerte) debía imitar.
6.—¿No tuvo nunca celos del amor que su padre manifestaba por su madre?
—No, doctor. Sigmund Freud, que es quien ha metido esa idea en la cabeza de todos los psicoanalistas, era un perfecto cretino...
—No exactamente un cretino —murmuró el doctor.
—Pero sí equivocado en las interpretaciones exclusivamente sexuales que daba a los símbolos, los sueños y los secretos ocultos de nuestro subconsciente. ¡Vamos, vamos! Pensar que quien sueñe con la aguja de una catedral o con el obelisco de Trajano en Roma está expresando anhelos relacionados con el órgano viril... ¡ésa no puede ser más que la interpretación de un obseso! ¿Por qué no podía Freud viajar en tren? ¿Qué clase de extraña fobia era ésa? ¡Me gustaría ser yo quien hiciese el psicoanálisis a ese caballero! Creo verdaderamente que el obseso sexual era él y no sus pacientes. ¡Eso es lo que pienso! ¡Y no retiro lo de cretino!
—Si eso le sirve de consuelo, le diré, señora, que opino lo mismo que usted; salvo en lo de cretino... Freud era un sabio que descubrió uno de los métodos más eficaces para hacer aflorar al consciente secretos morbosos, escondidos en nuestro interior, perdidos en la memoria, como un niño abandonado en el bosque... que sabe que existe un camino para su salvación, pero que no lo encuentra. Su error estriba en la dirección unilateral que dio a sus interpretaciones.
—¡No sólo somos sexo, doctor! ¡Odio a Freud!
—¿Le odia usted realmente?
—No, doctor; es una manera de decir. Yo no odio a nadie, pero siento una indecible aversión por los obsesos, por las cabezas cuadradas y por los que aplican la geometría al estudio del alma humana. Tienden a simplificar lo que es tan variado, tan complejo, tan interesante y tan grande... como... como el espíritu. ¡Ah, doctor, disculpe usted mi audacia! En realidad, me estoy metiendo en el campo de usted.
7. —¿Qué piensa usted de las artes?
—El arte es la ciencia de lo inútil.
El médico frunció la frente, sorprendido. Aquella respuesta no cuadraba con la personalidad que había creído adivinar en su paciente.
—¿Quiere decir que desprecia usted las artes; que las considera algo trivial, y a quiénes las practican gentes desocupadas que no tienen otra cosa mejor que hacer?
—¡Nada de eso, doctor! ¡Considero que el arte es tanto más sublime cuanto mayor es su inutilidad!
—Explíquese mejor.
—El hombre es el único animal que se crea necesidades que nada tienen que ver con la subsistencia del individuo y con la reproducción de la especie. No le basta comer para alimentarse, sino que condimenta los alimentos, de modo que añadan placer a la satisfacción de su necesidad. No le basta vestirse para abrigarse, sino que añade, a esta función tan elemental, la exigencia de confeccionar su ropa con determinadas formas y colores. No se contenta con cobijarse, sino que construye edificios con líneas armoniosas y caprichosas que exceden de su necesidad: lo cual no ocurre con la guarida del zorro, la madriguera del conejo o el nido de la cigüeña. ¿Hay algo más inútil que la corbata que lleva usted puesta? ¿De qué le sirve al estómago una salsa cumberland o un Chateaubriand a la Périgord? ¿Qué añade al cobijo del hombre el friso de una escayola o las orlas en forma de signos de interrogación de los hierros que sostienen el pasamanos de una escalera? Pues bien: todo eso que está inútilmente "añadido a la pura necesidad"... ¡ya es arte! La gastronomía, la hoy llamada alta costura y la decoración son las primeras artes creadas por nuestra especie, porque representan los excesos inútiles añadidos a las necesidades primarias de comer, abrigarse y guarecerse.
—Dígame, señora de Almenara, ¿dónde ha leído ese ensayo sobre la inutilidad? ¡Me gustaría conocerlo!
—¡No necesito leer a los demás para formarme una opinión, doctor!
—Prosiga, señora: me tiene usted absolutamente fascinado.
—Pues bien —continuó Alicia—, en el momento mismo en que el espíritu creador del hombre se despegó incluso de la necesidad primaria para producir sus lucubraciones, nacieron las grandes Artes: la Poesía, la Danza, la Música y la Pintura.—
—Olvida la Arquitectura.
—Considero a la Arquitectura, como a la Gastronomía, un añadido inútil a una necesidad "primaria". La Danza, en cierto modo, también tiene este lastre, pero se aleja más de la necesidad. Es... ¿cómo explicarme?, una... una... ¡una mímica sublimada! ¡Eso es lo que quería decir! Tal vez la Danza sea anterior al lenguaje y tuviera en sus orígenes una intencionalidad práctica: con carga erótica, reverencial o religiosa. ¡Yo no estaba allí, y no sé qué "intencionalidad" tenía! Pero no hay duda que encerraba "un propósito", encaminado a la consecución de un fin. No sé si me explico, pero la intencionalidad es algo muy superior a la "necesidad primaria". Está ya directamente relacionada con el juicio y la voluntad. "Quiero esto y voy a demostrarlo con gestos y ademanes rítmicos". ¡Y la Humanidad se puso a danzar! ¡De ahí a la Paulova o a Nureyev no había más que un paso! La Pintura pertenece a un género superior. ¡Es más inútil todavía! Tiene un lejanísimo parentesco con la escritura ideográfica, mas una vez añadida su carga de inutilidad, la distancia entre lo necesario y lo que no sirve para nada, se hace tan grande, que la considero entre las primeras de las Artes Mayores.
8. -¿Cómo juzga usted la Poesía?
—Paralela en méritos a la Pintura, aunque un tanto más inútil todavía. ¿Qué quiere decir, o para qué sirve decir: Mi corazón, como una sierpe se ha desprendido de su piel, ' y aquí la miro entre mis dedos llena de heridas y de miel?
"¡Oh, doctor! Ni el corazón tiene una piel como la de las serpientes que se la cambian cada temporada como las modas de las mujeres, ni los ofidios ni el corazón acostumbran a impregnarse del zumo de las abejas; ni hay hombre que pueda contemplar viscera tan delicada entre las manos: pues si estuviese vivo moriría en el intento; y si muerto, no podría contemplarla. ¡Y sin embargo este poemilla de García Lorca es arte puro!
"Queda, por último, la Música. ¿Qué mayor inutilidad que unir unos ruidos con otros ruidos que no expresan directamente nada y que pueden ser interpretados de mil distintas maneras según el estado de ánimo de quien los escuche? ¿A quién alimenta eso? ¿A quién abriga? ¿A quién cobija? ¡A nadie! La Música es la más inútil, biológicamente hablando, dé todas las Artes y, por ello, por su pavorosa y radical inutilidad, es la más grande de todas ellas; la menos irracional, la más intelectual, la más espiritual, la más humana, en tanto que esto signifique superación de los seres inferiores. Porque lo cierto es que hay quien entiende, ¡equivocadamente, claro está!, por "humano"...
Alicia se detuvo y se sonrojó:
—¡Ah, doctor, estoy hablando como un ser pedante e insufrible! Discúlpeme. No quiero hablar más.

9. —Vamos a proseguir. ¿Le agrada el silencio?
—El silencio no existe, doctor.
—Anoto que eso tiene usted que desarrollarlo después. ¿Le agrada la soledad?
—A veces la busco y la necesito. Pero con limitaciones. ¡Soy humana y como humana un animal social! Mis incursiones en la soledad son esporádicas... pero si persistieran contra mi voluntad, estaría dispuesta a echarme en brazos del primer ser viviente con quien me topara... ¡y traicionar todos mis prejuicios puritanos!
10. —Me estaba usted diciendo qué es lo que se entiende y lo que no de­be entenderse por "humano".
—La gente equivoca este término y entiende por "debilidades huma­nas" lo que en realidad son "debilidades animales". Lo humano, por el contrario, es lo que supera a lo animal: lo que está por encima de lo que hay en nosotros, de fieras.

11. —Me dijo usted antes, señora de Almenara, que el silencio no existía... ¡He aquí un tema que me gustaría escucharle! Expláyese mejor. ¿Por qué afirmó antes que el silencio no existía?
—Por puro sentido de la observación, doctor.
—Explíqueme eso con cierto detalle.
—Muchos afirman —comenzó Alice Gould con aire distraído y distante— que el hombre ha matado el silencio. Es muy injusto decir eso, porque el silencio ¡no existe! A veces huimos de la gran ciudad para escapar del bullicio, pero no hacemos sino trocar unos ruidos por otros. Cuando se acercan las vacaciones, deseamos conscientemente cambiar de ocupación: la máquina de calcular, por la bicicleta; o la de escribir, por el arpón submarino. También de un modo consciente deseamos cambiar de paisaje: la ventana del inquilino de enfrente por la montaña, el campo o la playa. Pero de una manera inconsciente, lo que anhelamos, sin saberlo, es cambiar de ruidos: el bocinazo, el frenazo, el chirriar de las máquinas, las radios del vecino, por otros menos desapacibles, como el rumor del viento entre los pinos o la honda y angustiada respiración del mar.
—¿Considera usted al mar como un ser vivo?
—¡Naturalmente, doctor! La tierra no es un planeta muerto. Y el mar ocupa las tres quintas partes de la tierra... o... o algo parecido. Y además se muere y hace ruido. ¡Todo lo que vive lleva el sonido consigo!
—Me sorprendió usted, señora de Almenara, desde que entró por esa puerta; sería injusto negarle que mi sorpresa va de aumento en aumento. No obstante, sigo creyendo que la total soledad se aproxima mucho al silencio.
—No, doctor. No hay bosque, por oculto y lejano que se halle, por tranquilo que esté el aire que lo envuelve, que no tenga su propio idioma sonoro. ¿Usted no ha oído hablar a los árboles? ¡Todo el mundo los ha oído hablar! No se sabe bien qué es lo que se escucha, qué es lo que suena. No hay arroyos en las proximidades, no hay pájaros, no hay insectos, y las copas están quietas. Con esto y con todo, hay un palpito indefinible, indescifrable. Se dice entonces que se oye el silencio. Es una manera de decir porque lo cierto es que "algo" se oye... mientras que el silencio es inaudible.
—No se interrumpa, señora. Estoy embobado escuchándola. Animada y halagada por la admiración que despertaba en el doctor, Alice Gould prosiguió:
—He aquí una palabra, "silencio", que el hombre ha inventado para expresar una realidad que no ha experimentado jamás, para describir lo que nunca ha conocido: porque todo en él y alrededor de él es un cúmulo de mínimos estruendos. Y la voz que sonó una vez no se pierde para siempre. La vibración de la onda sonora se expande y aleja, pero permanece eternamente. Esta conversación que estamos teniendo, doctor, existirá en el futuro en algún lugar lejano.
—¿Quiere usted decir que toda palabra es eterna?
—Es una simpleza lo que digo. No hay nada de original en ello, puesto que está probado. La curiosidad insaciable del hombre creó grandes ojos (los telescopios) para ver más allá de lo que la vista alcanza. Ahora ha creado grandes orejas (los radiotelescopios) para captar los ruidos del Universo. Y he leído que aún se oye el sordo clamor de la primera explosión: la que fue origen de la creación del mundo y de la fuga de las galaxias. ¡Antes de esto, sí existía el silencio! ¡Y se acabó! ¡No hablo más! ¡Me ha forzado usted a expresarme ex-cátedra, pedantescamente! Ha conseguido avergonzarme. ¡Me siento muy ridícula!

12. —Eres muy guapo chico.
—Mi hermana es muy guapa también. Y tú también. Y la Castell también. Los demás son todos feos.
—No todos. Hay un muchacho de tu misma edad, que se parece mucho a ti. Y que es muy guapo.
—Yo no le conozco.
—¿No le has visto nunca?
—No.
Rómulo negaba, no ya su parentesco, sino la realidad misma de su hermano gemelo. ¿A qué oscura corriente de su espíritu pertenecería esta aberrante obstinación? ¿Era sincero al ignorar la existencia de aquel otro muchacho de su misma sangre, que se parecía tanto a él co­mo a una fotografía su duplicado? En este caso, la aberración era inte­lectual: su desviación manaba de la mente. ¿Era insincero, y conocía que allí —a pocos pasos— vagaba un ser que compartió con él el claustro materno y, aun sabiéndolo, se obstinaba en negarlo? De ser así, la malformación morbosa de su personalidad pertenecía a los senti­mientos. ¿Y cuál de ambos males era más pavoroso? ¿Qué siniestra jerarquía de malignidad se llevaba la palma del horror: la ruina de la inteligencia, de donde mana el conocimiento, o de la voluntad, donde anidan los afectos?
13. -¿Qué cualidades son esas que más admira usted en la mujer?
—La abnegación, la delicadeza, la intuición y el buen gusto.
—¿Y la belleza?
—¡Ah, doctor! Por supuesto que sí. También admiro la belleza en la mujer, sobre todo cuando su exterior es como un reflejo de su interiori­dad...
—Perdóneme esta pregunta delicada, señora de Almenara: ¿es usted frígida?
—No, no, no, doctor.
—Muchas mujeres lo son.
—O no son mujeres o sus maridos son muy torpes... o muy egoístas.
—Ese es un mundo muy complicado —murmuró el doctor Arellano.
—Para mí es un mundo resuelto, doctor. No es ése mi caso. Y creo que pierde usted el tiempo buceando en esas aguas.
14. —¡Hala, hala! ¡Todo el mundo fuera de mi vista! —decía—. Estoy harta de vuestras innobles presencias, y vuestra falta de higiene, y vuestras zalemas estúpidas, y vuestras conversaciones insípidas, y vuestros pensamientos lascivos, y vuestras miradas serviles, y vuestras conductas deshonestas, y vuestras falsas promesas, y vuestras almas de esclavos, y vuestra falta de clase, y vuestra ignorancia, y vuestras pre­tensiones, y vuestra miseria, y vuestra cobardía, y de los abusos que co­metéis en mis despensas, y en mis cuentas corrientes, y en mis gana­dos, y en mis tierras, y en mis ajuares, y en mi vestuario, y en mis cofres de joyas y...
("¡Qué capacidad enumerativa!", pensó Alicia, admirada de tanta lo­cuacidad.)
—He dicho que no quiero ver a nadie, pues vuestras miradas me en­sucian; vuestras palabras me aburren; vuestros pasos me hieren los oídos; vuestros movimientos me irritan, y vuestra sombra me contami­na. ¡Fuera todo el mundo he dicho...!
Lo asombroso para Alicia es que fueron muchos los que la obede­cieron, más no por acatar sus órdenes —como supo más tarde— sino por huir de su logorrea; pues ni los locos podían sufrir sus excesos lo­cuaces cuando rebrotaban sus crisis. Sólo los paralíticos permane­cieron indiferentes donde estaban.
15. —¿De qué está Usted más satisfecha?
—De mi afán de superación...
—¿Y más descontenta?
—De no hacer todo lo que debo por cultivar mi espíritu y ayudar a los demás.
16.—Si su parálisis es fingida —comentó Alicia— no están enfermos. Son simples simuladores. Montserrat replicó:
—¡Claro que están enfermos! Los unos lo son de la mente. Los otros, de la voluntad.
Meditó Alicia estas palabras. Los "quietos" voluntarios ¿intentarían por ventura parodiar a la Muerte —la Eterna Inmóvil— del mismo mo­do que los niños imitan lo que desean?
17.—Remo es distinto —prosiguió el doctor—. Su tristeza es verdadera. La imbecilidad que padece no es tan grande como para no conocer y darse cuenta de su invalidez. No entiende lo que ocurre en torno suyo... pero entiende que no entiende. Su doble (es decir, su hermano Rómulo) se mueve, gesticula, habla, ríe. ¿Por qué Rómulo sí, y él no? La pregunta no se la formula con esta nitidez, por supuesto. Pero es como una perplejidad difusa y latente que le hace sufrir. Por supuesto, Rómulo, para él, es un ser excepcional. Un sabio que sabe leer y sabe reír: un superhombre. Más he aquí que Rómulo no le reconoce como hermano. ¡Su ídolo no le mira, no le quiere, le ignora! Y esto es lo que aún no está resuelto en el caso de Rómulo.
18. ...y unas bellísimas mariposas condenadas a procrear seres tan repugnantes como las orugas y los gusanos. "¡Qué falta de proporción —pensó— entre la belleza y la fealdad dentro de una misma familia!" Y de aquí pasó a considerar el drama de los padres sanos que tienen hijos monstruosos y demenciados...
19. —La fobia es un pretexto que se ha inventado el organismo para ocultar un terror verdadero, justificado, pero que la mente se empeña en ignorar. Algo me ocurrió alguna vez, algo que yo ignoro, que mis padres no saben, que mis amigos desconocen, que está tapado por mi fobia al agua. Esta fobia es una tapadera simulada por mi subconsciente para que yo no me entere de que hay algo pavoroso en mi pasado. Tal vez estuve a punto de saber, de aprender o de recordar ese "algo" pavoroso. Y de pronto mis defensas me crearon la fobia al agua para encubrir aquello otro, misterioso, pero verdadero.
20. —La fobia es un mal útil —insistió ella— puesto que oculta con un pánico y una angustia injustificados otra angustia y otro pánico verdaderos. Y probablemente peores.
—No, Alicia, no es así.
—¡Yo daría mi salud por olvidar algo muy concreto!
—¡La salud pertenece al presente! ¡Y los recuerdos, al pasado! ¿Cómo sacrificar el "hoy", ¡que es aún remediable!, a un tiempo ido, que es irremediable ya! ¡No pienses ese disparate!
21. Consideró Alicia que los espejos, como muchas personas, tienen respuestas distintas para las mismas preguntas, según los casos.
22. Entre los muchos motivos que, por lo común, alteran el necesario descanso de los hombres hay dos que destacan sobre los demás: la depresión de un gran fracaso y la exaltación de un gran éxito. Para el primero, la naturaleza posee numerosos antídotos: el cerebro colabora con la voluntad para tender una sutil capa de humo que acaba ocultando el recuerdo del descalabro sufrido. Y tarde o temprano el sueño llega como una oportuna medicina. Pero cuando la alteración viene producida por el éxito, ni la voluntad se presta a atender esa protección ni el entendimiento colabora a ello. Ambos a una quieren regodearse con la satisfacción recibida, desean gozar con su recuerdo; se niegan a perder el más mínimo detalle y gustan volver una y otra vez al motivo de su contento.
23. -¿De qué tiene miedo?
—¡Tengo miedo de pensar!
—¡Pues no piense! ¡Es así de fácil! ¡Los que piensan, enloquecen! ¡Yo no pienso nunca! Por eso estoy sana. ¿Quiere una pastilla para dormir?
24.—Mi tesis doctoral —respondió Alice Gould— versaba exclusivamente sobre los gamines colombianos. ¿No ha oído usted hablar de ellos? La palabra con la que los denominan es un galicismo: deriva de "gamín" en francés, y no en su acepción de chicos, muchachuelos, sino de golfillos callejeros. La mayor parte de ellos desconocen quiénes fueron sus padres. Son seres abandonados, generalmente fruto de uniones ilegítimas, y por instinto se agrupan y forman bandas. En una sociedad tan culta como la colombiana son una lacra endémica. Se los ve dormir, de día o de noche, junto a las grandes autopistas, o bajo los soportales de las iglesias o en los porches de los comercios. Son tan jóvenes (cinco, seis, tal vez ocho años) que la policía se apiada de ellos. Esas bandas, inicialmente, piden limosna a quien se la da. Más tarde exigen dinero a quien no se lo da de buen grado. A los nueve o diez años cometen su primer robo en pandilla. A los catorce, su primer delito dé sangre. Son carne de presidio; son los futuros grandes bandoleros. Y muy pocos los que logran integrarse en la sociedad y acatar sus normas. Pero yo le aseguro que no son "individuos", enfermos de por sí, sino los frutos lógicos de una sociedad enferma. No son "antisociales" constitutivamente. No se han marginado por su propia voluntad. Es la sociedad quien los ha mantenido y los mantiene marginados. Prueba de ello es que cuando personas heroicas o instituciones beneméritas intentan rescatarlos, lo consiguen.
25. "A Alicia Almenara, la más fascinante de las locas y la más bonita de las mujeres, a la que deseo todos los bienes del mundo menos uno: la salud. Porque si ella sanara, me privaría de la alegría y el gozo de su presencia."
Alicia palmoteó entusiasmada al leerlo, y le besó en la cara.
—Además de topógrafo y dibujante, eres poeta.
—No debías besarme, Alicia...
—¿Te molesta que te demuestre mi gratitud con un beso fraternal?
—¡Ahí está lo malo! Yo no recibo tus besos tan fraternalmente como tú me los das.
26. El razonar equivale a mover la mente. Pues bien: Alicia no razonaba. Su entendimiento se posó en el punto dicho y allí quedó agazapado como una liebre encamada, como un animal que sabe que en la total quietud está su mejor defensa para no ser visto por el cazador o por la fiera al acecho. Y ella necesitaba protegerse en este nirvana (en este no pensar) para que la inmovilidad de su intelecto le sirviese de añagaza defensiva frente a un animal feroz que la acosaba de cerca: la idea terrible de aceptar como un hecho cierto su propia locura.
27. "¡Ignorar la propia realidad —pensó—. Eso es la locura!"
28. Se la veía debatirse entre su deseo de dominar la congoja y la imposibilidad de evitarla. Rosellini la dejó llorar. El llanto es una descarga de la emotividad. Cuando ésta llega a un punto grave de concentración es preciso abrir compuertas al alma. Y el llanto, a veces, es su mejor cauce.
29. Esta mujer —pensó— tenía un extraño atractivo: un alto poder de seducción. Lo que los ingleses dicen it. Y los chilenos, "tinca", y los andaluces, "duende". Y los políticos "don de gentes". Era imposible estar cerca sin declararse solidario con ella.
30. —¿No comprende usted, María Luisa, que lo que deseo con toda mi alma es no localizarle? ¿No ha entendido todavía que la mayor alegría de mi vida es no saber dónde está ni qué hace; y que siento pavor de que esta felicidad se trunque, si llego a saberlo? ¡Quiero ignorarlo todo de él, alejarle de mi vida, convencerme de que nunca ha existido!
31. Re­cordó los versos de Jorge Manrique:
"...querer el hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura."
Y los recompuso de esta suerte:
"No es cordura
querer hacer revivir
a aquel que quiere morir."
32. la justicia pertenece a un rango moral superior a la 'cortesía.
33. Los extravertidos, como Alicia, que echan fuera el lastre de sus emociones, tienen menos riesgo de enloquecer que los introverti­dos que se guardan para sí las toxinas emotivas con las que acaban en­venenándose por no saber o no querer eliminarlas.
34. No obstante, detecté esta can­didez, que es habitual en gentes de un rango moral tan superior, que son incapaces de imaginar, ni en teoría, la maldad en los otros; y me­nos en los más próximos.
35. Las personalidades especialmente exquisitas son más vulnerables que las más zafias; del mismo modo que una taza es más frágil cuanto de mayor calidad sea la porcelana.
36. Los locos son una terrible equivocación de la Naturaleza; son las faltas de ortografía de Dios. (...) Dios escribe derecho con renglones tor­cidos. (...) No te preocupes por ellos —le decía a Dios— por... por... porque... todos son equi... equi... ¡eso es! equivocaciones tuyas. Son los ren... renglones torci... torcidos, de cuando apren... apren... ¡eso es!... apren­diste a escribir. ¡Los pobres locos —continuó ahogado por los sollozos— son tus fal... faltas de ortoorto... ortografía!.
37. ¡Ah, qué terrible es el sino de los pobres locos, esos "renglones torcidos", esos yerros, esas faltas de ortografía del Creador, como los llama­ba "el Autor de la Teoría de los Nueve Universos", ignorante de que él era uno de los más torcidos de todos los renglones de la caligrafía divi­na!.

38. Chemari Goñi pertenecía a la estirpe de lo que los padres de familia burgueses denominaban "malas compañías" que eran los "niños con los que no se debe salir". Las razones de esta discriminación a tan tierna edad no carecían de cierto peso: esos niños eran de los que decían y enseñaban palabras feas, rompían a pedradas los faroles del alumbrado y eludían con frecuencia el ir a clase, arrastrando a otros compañeros a hacer "novillos". Aquella mañana se consumó para Iñaqui el bautismo de picardía: fue la primera vez que, incitado por aquel chico "mayor", se avino a no ir al colegio. La tentación era demasiado grande, porque lo que le propuso Chemari fue pasarse la mañana patinando en el club pista para patinar al aire libre y piscina cubierta. Iñaqui, que era un ex-celente nadador, no había patinado nunca; Chemari, que imitaba al nadar un molino enloquecido, era en cambio un colosal patinador.
La primera dificultad que advirtió Iñaqui en el nuevo deporte fue colocarse los gruesos patines de ruedas. Estos se unían a los zapatos por medio de unas presillas movibles que se ajustaban a las distintas medidas del calzado; además, varias correas presionaban sobre el empeine y la puntera de los zapatos. Chemari iba mucho mejor preparado que él, pues llevaba botas que no se soltaban, mientras que, al menor movimiento mal hecho, los zapatos se escapaban de los pies. Al verse alzado sobre aquellas máquinas deslizantes, Iñaqui se consideró muchísimo más alto, pero esta sensación le duró muy poco, ya que a los pocos segundos estaba en el suelo tras el primer costalazo. Mientras el más joven caía una y otra vez, imitando reiteradamente la canción de Las segadoras en aquello de "levantarse y volverse a agachar", el mayor hacía filigranas con los patines de ruedas. Se deslizaba de frente, de espaldas y de costado; giraba a placer sobre sí mismo y —lo más difícil de todo— sabía frenar de golpe, si se le antojaba. Iñaqui, por el contrario, cuando al fin consiguió trasladarse de frente, y se encontró con el problema de no poder detenerse, tuvo que tirarse de espaldas al suelo antes dé romperse la crisma contra una pared.
—¡Qué bien lo haces!—comentó admirativamente, desde tan humillante posición, al ver las fiorituras que hacía Chemari.
Este, halagado, extendió una silla plegable sobre el suelo, tomó carrerilla y la saltó limpiamente. Aplaudióle, admirado, Iñaqui. Y Chemari comentó:
—Yo soy mejor patinador que tú nadador.
—Eso no es verdad —replicó el pequeño—. Porque yo soy campeón infantil de natación y tú no eres campeón infantil de patines.
—No seas presumido. ¡Tú qué vas a ser campeón de natación!
—Sí, lo soy. ¡Y he salido fotografiado en los periódicos! —protestó Iñaqui, muy enfadado de que se pusiera en duda la mayor proeza de su cortísima vida.
—¿No conoces la piscina cubierta del club?
—Nunca he visto una piscina cubierta.
—¡Ven a verla!
Ayudóle Chemari a levantarse y dándole la mano, para que no se volviese a caer, le condujo hasta el borde de aquel rectángulo verde y azul que habría de ser escenario de no pocos éxitos de Iñaqui en años venideros y que, de niño, contemplaba por primera vez.
—¡Toma, para que no seas presumido! —le dijo el grandullón mientras le empujaba.
Sintió, el pequeño, un vahído; cayó aparatosamente a la piscina, y su primera, instintiva precaución, fue intentar quitarse los patines. Pasó grandes apuros bajo el agua y al no conseguir lo que pretendía, se quitó los zapatos; con lo que el calzado y su postizo dé acero quedaron en el fondo e Iñaqui pudo subir a la superficie. Oyó las carcajadas de Chemari, que se desternillaba de risa ante la pesadísima broma, y al punto se propuso vengarse de él. En tierra era difícil porque era mucho más alto y fuerte, pero en el agua... ¡ya vería lo que era bueno! Iñaqui ocultó su rabia riéndose él también; hizo una demostración de buen estilo de nadador ante el que le llamó presumido, mientras meditaba de qué argucia se valdría para zambullirle. Al fin, acercándose al borde donde estaba, levantó una mano pidiéndole ayuda para subir. Tendióle la suya el tal Chemari, tiró Iñaqui fuertemente de ella y cuando cayó le hizo un buen bucito de los que tardan en olvidarse. Cuando le consideró suficientemente castigado, hizo el recorrido entero para que aquel cabrito aprendiese lo que era nadar bien. Pero en seguida otra idea le vino a las mientes y ésta era la regañina que iba a recibir en casa cuando le viesen llegar descalzo y con la ropa toda mojada. Salió, cubrióse con la gabardina y todo azorado de andar por la calle en calcetines echó a correr hacia su hogar. El otro se había marchado sin despedirse. Llegó a su piso llorando; y mintió a su madre diciendo que, como le sobraba tiempo antes de que pasara "el Trole Madrugador", se había acercado al puerto donde al pie de una escalerilla había unos niños que pescaban. Se acercó a ellos y, como la plataforma tenía mucho musgo, se resbaló y cayó al agua. Esta fue su explicación. Al día siguiente, Iñaqui fuese al colegio a pie para no correr el riesgo de encontrarse con Chemari en el tranvía. Fue una precaución inútil, pues su cómplice en los novillos de la víspera tampoco asistió a clase. Ni el siguiente, en que se otorgaron las notas del primer trimestre, ya que se iniciaban las vacaciones de Navidad. Al concluir éstas y regresar al colegio enteróse Iñaqui de que Chemari Goñi había muerto ahogado. Su cuerpo, con los patines puestos, fue descubierto en el fondo de la piscina del club Loreto, cuando unos empleados se disponían a vaciarla. Quedó espantado Iñaqui al oír esto, pero no lo sintió mucho porque no le quería. Una terrible duda le asaltó, pero la rechazó en seguida. Lo más probable es que Chemari hubiese vuelto por el club, para patinar, todos aquellos días en que no fue al colegio antes de las vacaciones.
39. Cuatro chiquillos de una aldea llamada Villafuente de Calcamar, perdida en lo más abrupto de las montañas leonesas, vagaban entre las frondas de un bosque, cosechando, por encargo de sus padres, hierbas aromáticas y medicinales. Se apodaban "el Currinche", "el Pecas", "el Adobe" y "el Mustafá". Los dos últimos eran hermanos. "El Adobe" contaba nueve años y "el Mustafá" había cumplido doce. Tenían ya repletos varios sacos con otras tantas va-riedades cuando "el Currinche", que era el experto de la expedición —pues sabía distinguir las hierbas por sus nombres y conocía las propiedades medicinales de cada una— comenzó a escarbar junto al tronco de una planta y misteriosamente comentó a sus amigos:
—Mirad ¡ésa es la que llaman la raíz maldita! ¡Si se la mastica se ve al demonio!
Quedaron los otros espantados de contemplarla por primera vez, ya
que todos la conocían de oídas, y "el Pecas" les propuso probarla para ver si era verdad o cuento lo que de ella se decía. "El Adobe", aunque era el más joven, se opuso a ello y hasta se enfrentó con su hermano mayor, que aceptó la propuesta con gran entusiasmo. Insistió "el Adobe" en que si lo hacían correría a la aldea para chivarse y, como viera que comenzaban a desenterrar la raíz, cumplió su amenaza, y fuese a buen trote hacia el caserío. Lo último que oyó fue la voz del "Currinche", que le gritaba:
—¡No seas maricón y vente pa acá! ¡Sabe a regaliz!
Cuando los padres de los chiquillos y otros hombres de la aldea llegaron al bosque conducidos por "el Adobe", los encontraron alucinados. Sus palabras balbucientes eran incomprensibles; sus gritos, destemplados; sus movimientos, ebrios, y sus miradas, de locos. Cargaron con ellos y se los llevaron a la aldea con intención de pedir al cura que les echara agua bendita y los exorcizase, pues los creían endemoniados. "El Currinche" murió antes de que llegasen a Villafuente de Calcamar; "el Mustafá" falleció al atardecer, presa de grandes convulsiones; y los alaridos de "el Pecas" se oyeron hasta la medianoche. Los que velaban a los muertos dejaron de oír sus voces con la última campanada del reloj de la parroquia.
La madre de este último explicó al siguiente día que su marido había cargado a hombros con el cadáver de "el Pecas" "pa enterrarle aonde descansan sus agüelos". No era cierto. Sólo era verdad que cargó a hombros con su cuerpo —no con su cadáver— y no para enterrarle, sino para enjaularle. Amordazado y atado lo condujo dentro de un saco hacia una lejana propiedad que tenía en un lugar apartadísimo y lo encerró en un hórreo abandonado. Ni su mujer ni él querían tener consigo a un hijo con el diablo dentro. No estaban dispuestos a que en la aldea les señalasen con el dedo considerándolos los padres de Satanás y achacándoles cada desgracia que sobreviniese. En consecuencia, decidieron ocultarlo y turnarse marido y mujer para llevarle pan, agua y manzanas (o lo que se terciase) dos veces por semana. ¡Ojalá hubiese muerto con los otros niños endemoniados! El día de su encierro, "el Pecas" cumplía diez años de edad.
Durante varios días y cuando el viento soplaba de poniente (donde está la morada del diablo) se oyeron en la lejanía llos alaridos de las almas de los niños condenados aterrorizando al vecindario. Después dejaron de oírse para siempre.
Veinte años más tarde unos cazadores llegaron a Villafuente de Calcamar para contratar un guía que los condujese por aquellas espesuras para matar el urogallo. Llegaron a un acuerdo con un mocetón de veintinueve años al que apodaban "el Adobe". Estaban los tres, de noche cerrada, esperando el primer claror del alba (que es el momento en que el urogallo se traiciona y denuncia su presencia con su canto), cuando una fuerte tormenta descargó su furia en el lugar. Hubo que abandonar el puesto, porque en tales circunstancias el urogallo no canta. La lluvia caía a raudales; el camino forestal en que dejaron el Land Rover quedaba muy lejos, y no había en varias leguas a la redonda sitio alguno en que guarecerse. A mitad de camino descubrieron un hórreo abandonado del que ni siquiera "el Adobe" tenía noticia. Propuso el guía cobijarse allí hasta que escampase. Forzaron la pequeña gatera por donde se vuelca el grano (que estaba claveteada por fuera) e iban a descolgarse por ella, cuando a la luz de las linternas descubrieron dentro del hórreo a un hombre agazapado, totalmente desnudo, con barbas y melenas que le llegaban a la cintura, en tal estado de desnutrición que semejaba un esqueleto viviente, con uñas en pies y manos que parecían garras y un gesto indescriptible de terror ante los ruidos, las voces y la luz de la linterna. Ante aquella espantosa visión, prefirieron la lluvia al cobijo; y, tan pronto como llegaron a tierra de cristianos, pusieron en conocimiento del primer puesto de la Guardia Civil lo que habían visto. La Benemérita rescató al hombre con la ayuda de "el Adobe", y denunció el caso al juzgado. El juez, como primera medida, decretó el procesamiento de los padres del "Pecas" y el internamiento de éste en el manicomio.

40—Los "psicópatas" a los que definí en mi tesis doctoral, difieren mucho de sus "gamines" —comentó—. Los míos no proceden de la miseria. Muchos pertenecen a clases pudientes o son hijos de gentes que sin vivir en la opulencia son dueños de pequeños negocios (tabernas, librerías, tiendas) o que tienen sueldos dignos, o poseen tierras o ganados con los que vivir con modestia, pero sin aprietos. No pertenecen a subclases como los gitanos nómadas o subculturas como los quinquis. Siendo niños, si roban no es para comer, sino para destruir lo robado. Si rompen un objeto no es porque les desagrade, sino porque agrada a otros. Si maltratan a un animal no es por defenderse de él, sino para verle sufrir. Si huyen de sus casas y abandonan sus familias no es por afán de aventuras, sino por un secreto, indómito e invencible sentido de la insolidaridad primero familiar, después social y por último individual. Son incapaces de querer a nadie. Su capacidad afectiva es nula. Esta es la cantera, la materia prima de donde surgen los "grapos", los "etas", las "brigadas rojas" italianas o los "meinhof' alemanes. Se los enclava bajo el común denominador de psicópatas, término demasiado amplio y, por ello, mucho más inadecuado que el de sociópatas, que ya empieza a hacer fortuna, y que es el que yo defiendo.
—Dígame, Dolores: ¿No todo delincuente habitual es un sociópata?
—¡De ningún modo! El sociópata es un individuo clínicamente muy bien definido. ¿Le pongo algunos ejemplos? El delincuente habitual es un hombre que ha decidido infringir las leyes para vivir. Comprende la necesidad de las leyes, no las discute, pero se las salta. No odia a la sociedad, pero se aprovecha de ella. El sociópata infringe igualmente las leyes, pero no por sacar utilidad alguna de su infringimiento (lo cual, en todo caso, sería una causa secundaria), sino por considerar intolerable la existencia misma de las normas. Si un delincuente común roba un cuadro o cualquier obra de arte es para venderla y obtener un beneficio. El sociópata, una vez robada, la quema, o la abandona una vez destruida. Al revés del delincuente "normal" el sociópata odia a la sociedad y no se aprovecha de ella.
En un interrogatorio policial el delincuente común se quedaría realmente pasmado si le preguntaran por qué había robado las joyas del camarín de la Virgen en una ermita alejada. ¿Para qué iba a ser? ¡Para desguazarlas y venderlas y obtener un dinero! ¿Acaso existía otra respuesta razonable? Pero es evidente que existen otras respuestas: "porque no me gusta que una estatua de madera lleve joyas", o bien "porque cuando yo era niño y creía esas sandeces le pedí un favor a esa virgen y no me lo concedió". O bien "porque pasé por ahí y se me ocurrió demostrar al párroco que era tonto". ¡Estas hubiesen sido típicas respuestas de un sociópata! El delincuente común padece sentimientos de culpabilidad e incluso el arrepentimiento. El sociópata, en cambio, está muy satisfecho de su conducta. Y tiende a airearla y darle publicidad. Un delincuente común, generalmente, con mejor o peor fortuna, planea" sus actos delictivos. Al sociópata se los planean otros, y el rasgo característico de su impulsividad consiste en convertir inmediatamente en actos sus deseos: lo mismo se trate de una violación que de disparar contra un policía que hace guardia en una esquina o está plácidamente tomando un refrigerio en un bar.
"Pero el rasgo diferencial de un sociópata respecto a los incursos en cualquier otro cuadro clínico psiquiátrico es el hecho de no padecer alteración alguna es su inteligencia. Resuelven positivamente los tests y el médico puede apreciar en la entrevista exploratoria de su mente una manera adecuada de razonar. ¿Son, por tanto, enfermos, o no lo son? Su peligrosidad queda fuera de toda duda. Y están patológicamente inclinados a la reincidencia. El que ha matado una vez, matará dos. Mas ¿cuál es el medio adecuado de la sociedad para defenderse de esos enemigos natos y primarios de todo orden sociopolítico? ¿El patíbulo, la cárcel perpetua o el manicomio?
Los problemas médico-legales que plantean los sociópatas son harto sutiles. Sus conductas están gravemente deterioradas, pero no a causa de una deformación previa del sistema intelectivo, sino por la ausencia de códigos morales o por la sustitución de éstos por otros que se ciñen a sus tendencias. Ello los transforma en eternos inadaptados, fanáticos de lo absurdo, que aplican su ley no contra los individuos, sino contra la sociedad en su conjunto por razones que ellos mismos no saben explicar, ni las leyes combatir, ni los sociólogos entender.

domingo, 26 de abril de 2015

12. El Viejo y el Mar - Ernest Hemingway.

1. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
2. –Pero el hombre no está hecho para la derrota –dijo–. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.
3. Era demasiado simple para preguntarse cuando había alcanzado la humildad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no comportaba perdida del orgullo verdadero.
4. La suerte es una cosa que viene en muchas formas, y ¿quién puede reconocerla? Sin embargo, yo tomaría alguna en cualquier forma y pagaría lo que pidieran.
5. Sus grandes ojos sin inteligencia mirando fijamente mientras dejaba su vida contra la tablazón del bote con los rápidos y temblorosos golpes de su cola.
6. –Usted es mi despertador –dijo el muchacho–.
–La edad es mi despertador –dijo el viejo–.
(¿Por que los viejos se despertaran tan temprano? ¿Será para tener un día más largo?)
–No lo sé –dijo el muchacho–. Lo único que sé es que los jovencitos duermen profundamente y hasta tarde.
7. Es idiota no abrigar esperanzas –pensó–. Además, creo que es un pecado.

11. Por Quién Doblan Las Campanas - Ernest Hemingway.

1. Él sólo tenía una cosa que hacer, y en eso tenía que pensar. Y tenía que pensar en ello claramente, aceptar las cosas según venían y no inquietarse. Inquietarse era tan malo como tener miedo. Hacía las cosas más difíciles.
2. ...pero no me gusta esa resignación. Es un sentimiento malo que se adueña de los hombres cuando están a punto de alejarse o de traicionar; es el sentimiento que precede a la liquidación.
3. Esta gente es maravillosa cuando es buena. No hay gente como ésta cuando es buena, y cuando es mala no hay gente peor en el mundo.
4. «Quizá se comporte siempre así –siguió pensando Robert Jordan–. Quizá sea simplemente uno de esos tipos hoscos como hay muchos.»
No te engañes. No sabes cómo es ni cómo era antes; pero sabes que este hombre está echándose a perder rápidamente y que no se molesta en disimularlo. Cuando empiece a disimularlo será porque ha tomado una decisión. Acuérdate de esto. El primer gesto amistoso que tenga contigo querrá decir que ya ha tomado una decisión.
5. Los caballos le hacen sentirse rico, y en cuanto uno se siente rico quiere disfrutar de la vida. Pronto se sentirá desgraciado por no poder inscribirse en el Jockey Club.
6. La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre. Era mejor mostrarse alegre, y ello era una buena señal. Algo así como hacerse inmortal mientras uno está vivo todavía. Era una idea un poco complicada. Lo malo era que ya no quedaban con vida muchos de buen humor. Quedaban condenadamente pocos.
7. -¿No te importa morir?
—No –contestó la mujer de Pablo–. Y no trates de meterme miedo, cobarde.
—Cobarde –repitió Pablo amargamente–. Tratas a un hombre de cobarde porque tiene sentido táctico. Porque es capaz de ver de antemano las consecuencias de una locura. No es cobardía saber lo que es locura.
—Ni es locura saber lo que es cobardía –dijo Anselmo, incapaz de resistir la tentación de hacer una frase.
8. - Le hablo como si le conociera hace mucho tiempo.
—Y es como si fuera así –dijo Jordan–. Cuando la gente se entiende, es como si fuera así.
9. - Todos cazamos en mi pueblo. ¿No le gusta a usted la caza?
—No –contestó Jordan–. No me gusta matar animales.
—A mí me pasa lo contrario –dijo el viejo–; no me gusta matar hombres.
- A nadie le gusta, salvo a los que están mal de la cabeza –comentó Jordan–: pero no tengo nada en contra cuando es necesario. Cuando es por la causa.
10. - Hombres. Es una vergüenza que nosotras, las mujeres, tengamos que hacerlos. No. En serio.
11. —La tristeza se disipará con el sol. Es como la niebla.
12. —Un hombre que se siente débil puede ser un gran peligro.
13. —No –contestó él con sinceridad–; si tuviera miedo de eso estaría tan preocupado que no serviría para nada.
14. (Descripción de momento sexual). Seguían en la misma posición, pero todo lo que antes estaba cubierto había quedado ahora descubierto. En donde había estado la rugosidad de las bastas telas era ahora todo suavidad, dulzura, suave presión de un bulto suave, firme y redondo, sensación continuada de delicada frescura y un mantenerse unidos sin fin y una especie de dolor en el pecho, y una tristeza terrible y profunda que quitaba la respiración.
15. Bésame ahora.
—No sé cómo besarte.
-Bésame; no hace falta más.
María le besó en la mejilla.
—No, así, no.
—¿Qué se hace con la nariz? Siempre me he preguntado qué se hacía con la nariz.
—Muy fácil; vuelve la cabeza –dijo él, y sus bocas se unieron y ella se mantuvo apretada contra él, y su boca se abrió un poco y él, manteniéndola apretada contra sí se sintió de repente más feliz que lo había sido nunca, más ligero, con una felicidad exultante, íntima, impensable. Y sintió que todo su cansancio y toda su preocupación se desvanecían y sólo sintió un gran deleite y dijo–: Conejito mío, cariño mío, amor mío; hace mucho tiempo que yo te quiero.
16. ...No tropiezas a menudo con cosas como ésta. Estas cosas no suceden en la vida real. Quizá no te hayan sucedido tampoco. Quizás estés soñando o inventándolas y en realidad no hayan sucedido. Quizá sean como esos sueños que has tenido cuando has ido al cine y te vas luego a la cama y sueñas de una manera tan bonita.»
17. «Es posible que tengas miedo de tocarla para comprobar si es real –se dijo–. Es posible que si intentaras tocarla descubrieras que todo no es más que un sueño...
«Puede que lo que te ocurra es que tengas miedo de hacerlo, no vaya a ocurrir que descubras que no ha ocurrido nunca, que no es real, que todo es pura imaginación, como esos sueños de las artistas de cine o como la aparición de todas las muchachas de antes, que venían a dormir en el saco por la noche...
18. El fanatismo era una cosa extraña. Para ser fanático hay que estar absolutamente seguro de tener la razón y nada infunde esa seguridad, ese convencimiento de tener la razón como la continencia. La continencia es el enemigo de la herejía.
19. Un hombre inteligente se ve obligado a emborracharse algunas veces para poder pasar el tiempo con los imbéciles.
20. Te dejas corromper fácilmente. Pero ¿es corrupción o sencillamente que has perdido la ingenuidad de tus comienzos? ¿No ocurrirá lo mismo en todos los terrenos? ¿Quién conserva en sus tareas esa virginidad mental con la que los jóvenes médicos, los jóvenes sacerdotes y los jóvenes soldados comienzan por lo común a trabajar? Los sacerdotes la conservan, o bien renuncian.
21. —Estás loca. Vete.
—No estoy loca –dijo ella–; te quiero.
—Entonces, vuélvete.
—Bueno, me voy. Y si tú no me quieres, yo te quiero a ti lo suficiente para los dos.
22. La disciplina tiene que venir de la confianza.
23. No te engañes acerca del amor que sientas por alguien. Lo que ocurre es que las más de las gentes no tienen la suerte de encontrarlo. Tú no lo habías sentido antes nunca y ahora lo sientes. Lo que te sucede con María, aunque no dure más que hoy y una parte de mañana, o aunque dure toda la vida, es la cosa más importante que puede sucederle a un ser humano. Habrá siempre gentes que digan que eso no existe, porque no han podido conseguirlo. Pero yo te digo que existe y que has tenido suerte, aunque mueras mañana.»
24. No hay lenguaje más atroz que el español. Se encuentra en este idioma la traducción de todas las groserías de las otras lenguas y, además, expresiones que no se usan más que en los países en que la blasfemia va pareja con la austeridad religiosa.
25. Morir no tenía importancia ni se hacía de la muerte ninguna idea aterradora. Pero vivir era un campo de trigo balanceándose a impulsos del viento en el flanco de una colina. Vivir era un halcón en el cielo. Vivir era un botijo entre el polvo del grano segado y la paja que vuela.
26. Era un cobarde, simplemente, y eso es la peor desgracia que puede sucederle a un hombre.
27. ¡Y qué gente tan maravillosa! No hay nada mejor ni peor en el mundo. No hay gente más amable ni gente más cruel. ¿Y quién sería capaz de comprenderlos? Yo, no; porque si los comprendiera se lo perdonaría todo. Comprender es perdonar.
28. No se está destinado a vivir indefinidamente. «Quizás haya tenido toda una vida en tres días –pensó–. Si eso es así, hubiera preferido pasar esta última noche de una manera distinta. Pero las últimas noches nunca son buenas. No son nunca buenas las últimas nadas. Sí, las últimas palabras son buenas a veces.
29. Un hombre al que se despierta antes de tiempo puede experimentar una sensación de vacío cercana al sentimiento de desastre.
30. ...este ahora único, este ahora por encima de todo; este ahora como no hubo otro, sino sólo este ahora y ahora es tu profeta. Ahora y por siempre jamás. Ven ahora, ahora, porque no hay otro ahora más que ahora. Sí, ahora. Ahora, por favor, ahora; el único ahora. Nada más que ahora. ¿Y dónde estás tú? ¿Y dónde estoy yo? ¿Y dónde está el otro? Y ya no hay por qué; ya no habrá nunca por qué; sólo hay este ahora. Ni habrá nunca por qué, sólo este presente, y de ahora en adelante sólo habrá ahora, siempre ahora, desde ahora sólo un ahora; desde ahora sólo hay uno, no hay otro más que uno; uno que asciende, parte, navega, se aleja, gira...
31. Enfadarse es tan malo como tener miedo.
32. Los planes hechos de noche no valen a la mañana siguiente. Lo que se piensa durante la noche no vale para el día.
33. Es inútil renegar de todo lo que ha sucedido sencillamente porque ha llegado el momento en que vas a salir perdiendo. No hagas como esa serpiente que cuando le rompen el espinazo se muerde la cola. Y no tienes el espinazo roto todavía, cerdo. Espera que te despellejen antes de echarte a llorar. Aguarda que comience la batalla para montar en cólera. Hay muchas ocasiones para ello en una batalla. En una batalla, hasta puede serte de provecho.»
34. —Ten cuidado donde escupes hoy –le dijo Pilar–. Podría ser en algún sitio que no fueses a abandonar.
35. ¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo? 
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

36. Nunca hubiera creído que podía sentir lo que he sentido -pensó-. Ni que pudiera ocurrirme esto. Querría que me durase toda la vida. Ya lo tendrás, dijo su otro yo. Ya lo tendrás. Lo tienes ahora, y ese ahora es toda tu vida. No existe nada más que el momento presente. No existen ni el ayer ni el mañana. ¿A qué edad tienes que llegar para poder comprenderlo? No cuentas más que con dos días. Bueno, dos días es toda tu vida, y todo lo que pase estará en proporción. Ésa es la manera de vivir toda la vida en dos días. Y si dejas de lamentarte y pedir lo imposible, será una vida buena. Una vida buena no se mide con edades bíblicas. De manera que no te inquietes; acepta lo que se te da, haz tu trabajo y tendrás una larga vida dichosa. ¿Acaso no ha sido dichosa tu vida es estos últimos tiempos? Entonces, ¿de qué te quejas? Eso es lo que pasa en esta clase detrabajos."
Y la idea le gustó mucho. No es tanto por lo que se aprende sino por la gente que uno se encuentra.

sábado, 25 de abril de 2015

10. La Historia Interminable - Michael Ende.

1. Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que sólo serán felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.
La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros. Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...
Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!
2. "«Me gustaría saber», se dijo, «qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles... y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo eso está en el libró de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya antes. Me gustaría saber de qué modo.»"
3. "No le gustaban los libros en que, con malhumor y de forma avinagrada, se contaban acontecimientos totalmente corrientes de la vida totalmente corriente de personas totalmente corrientes. De eso había ya bastante en la realidad y, ¿por qué había que leer además sobre ello? Por otra parte, le daba cien patadas cuando se daba cuenta de que lo querían convencer de algo. Y en esa clase de libros, más o menos claramente, siempre lo querían convencer a uno de algo.
Bastián prefería los libros apasionantes, o divertidos, o que hacían soñar; libros en los que personajes inventados vivían aventuras fabulosas y en los que uno podía imaginárselo todo.
Porque eso sabía hacerlo..., quizá fuera lo único que realmente sabía hacer: imaginarse algo tan claramente que casi podía verlo y oírlo. Cuando se contaba a sí mismo sus historias, a menudo olvidaba todo lo que le rodeaba y se despertaba sólo al final, como de un sueño. ¡Y aquel libro era exactamente de la misma clase que sus propias historias! Al leerlo, no sólo había oído el rechinar de los gruesos troncos y el rugido del viento en las copas de los árboles, sino también las distintas voces de los cuatro extraños mensajeros, y hasta se había imaginado percibir el olor del musgo y del suelo del bosque."
4. "A quien llega tarde al colegio, el mundo que lo rodea le parece siempre muerto."
5. "-Nunca me has hablado así, Ártax -dijo asombrado Atreyu-. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
-Es posible -contestó Ártax-. A cada paso que damos, la tristeza de mi corazón aumenta. Ya no tengo esperanzas, señor. Y me siento cansado, tan cansado... Creo que no puedo más.
-¡Pero tenemos que seguir! -exclamó Atreyu-. ¡Vamos, Ártax!
Le tiró de las riendas, pero Ártax se quedó inmóvil. Se había hundido ya hasta el vientre. Y no hacía nada por librarse.
-¡Ártax! -gritó Atreyu-. ¡No puedes abandonar ahora! ¡Vamos! ¡Sal de ahí o te hundirás!
-¡Déjame,-señor! -respondió el caballito-. No puedo soportar más esta tristeza. Voy a morir.
Atreyu tiró desesperadamente de las riendas, pero el caballito se hundía cada vez más. Atreyu no podía hacer nada. Cuando, finalmente, sólo la cabeza del animal sobresalía ya del agua negra, Atreyu la cogió entre sus brazos.
-Yo te sostendré, Ártax -le dijo al oído-, no dejaré que te hundas.
El caballito relinchó una vez más suavemente.
-No puedes ayudarme, señor. Estoy acabado. Ninguno de los dos sabíamos lo que nos esperaba. Ahora sabemos por qué el Pantano de la Tristeza se llama así. La tristeza me ha hecho tan pesado que me hundo. No hay escapatoria."
6. -¡Moriremos todos! -gritó Atreyu-. ¡Todos!
-Mira, pequeño -respondió la Morla-, ¿qué nos importa? Nada tiene importancia ya para nosotras. Todo da lo mismo, exactamente lo mismo.
-¡También tú serás aniquilada, Morla! -gritó Atreyu furioso-. ¡También tú! ¿O es que crees que, por ser tan vieja, sobrevivirás a Fantasia?
-Mira -gorgoteó la Morla-: somos viejas, pequeño, demasiado viejas y hemos vivido bastante. Hemos vivido demasiado. Para quien sabe tanto como nosotras nada es importante ya. Todo se repite eternamente: el día y la noche, el verano y el invierno..., el mundo está vacío y no tiene sentido. Todo se mueve en círculos. Lo que aparece debe desaparecer, y lo que nace debe morir. Todo pasa: el bien y el mal, la estupidez y la sabiduría, la belleza y la fealdad. Todo está vacío. Nada es verdad. Nada es importante.
Atreyu no supo qué responder. La mirada gigantesca, oscura y vacía de la Vetusta Morla paralizaba su mente. Al cabo de un rato la oyó hablar de nuevo:
-Eres muy joven, pequeño. Nosotras somos viejas. Si fueras tan viejo como nosotras sabrías que no hay nada más que tristeza. Mira: ¿por qué no hemos de morir tú, yo, la Emperatriz Infantil, todos, todos? Todo es sólo una apariencia, un juego en la Nada. Todo da exactamente lo mismo. Déjanos en paz, pequeño, y vete.
7. "A. « Todo una vez solamente acontece
y una vez sí deberá suceder.
Lejos, allí donde el campo florece,
debo morir y desaparecer...»
«Si quieres hablarme en secreto,
recita un poema completo.
Aquello que no escucho en verso
lo entiendo de un modo diverso...»
B. «En verso, si lo prefieres,
quisiera saber quién eres.»
A. «¿Quieres saber quién es quien?
Yo te comprendo muy bien.»
«Gracias amigo, cuyo esfuerzo presencio.
Bienvenido seas del modo más serio.
Yo soy Uyulala, la voz del silencio,
voz del Palacio del Profundo Misterio.»
B. «Dime, Uyulala, ¿me oyes todavía?
No puedo verte y bien me gustaría.»
A. «Nunca ha ocurrido que alguien me viera.
Soy un latido siempre a la espera.»
B. «¿Así que eres invisible?
¿O eres también insensible?»
A. «Sí y no y cara y cruz, según y cómo se mire.
Nunca aparezco a la luz para que nadie se admire.
Mi cuerpo es acento y tono
pero solamente audible,
y esta voz con que razono
es mi único ser posible.»
B. No sé si te entiendo bien.
Tu figura, ¿es sólo ruido?
Y, cuando cesa el sonido,
¿entonces ya no eres quién?»
A. «Cuando la canción acabe, a mí me sucederá
lo que todo el mundo sabe que un día le pasará.
Así son las cosas, hijo, aquí acaba el acertijo.
¡Muy pronto me ocurrirá!»
B. «¿Por qué estás tan triste? Te tengo cariño.
Eres aún muy joven. Tienes voz de niño.»
A. «Pronto me iré con el viento.
Soy sólo una voz que gime.
El tiempo dura un momento,
de modo que dime, dime:
quiero saber qué te oprime.»
8. "Y nada da un poder mayor sobre los hombres que las mentiras. Porque esos hombres, hijito, viven de ideas. Y éstas se pueden dirigir. Ese poder es el único que cuenta. Por eso yo también he estado al lado del poder y lo he servido, para poder participar de él... aunque de una forma distinta que tú y tus iguales.
-¡Yo no quiero participar de él! -balbuceó Atreyu.
-Calma, pequeño necio -gruñó el hombre-lobo-. En cuanto te llegue el turno de saltar a la Nada, serás también un servidor del poder, desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, pequeños fantasios, se harán grandes negocios en el mundo de los hombres, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales...
Gmork contempló al muchacho un rato con los ojos semicerrados, y luego añadió:
-También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad..."
9. "La belleza puede ser horrible..."
10. "Ya no sabía quién era ni cómo se llamaba, cómo había llegado hasta allí ni qué buscaba. Estaba lleno de asombro, pero no sentía preocupación alguna."
11. "El horror pierde su encanto cuando se repite mucho."
12. "-Sólo su verdadero nombre hace reales a todos los seres y todas las cosas -dijo ella-. Un nombre falso lo convierte todo en irreal. Eso es lo que hace la mentira."
13. "Se puede estar convencido de querer algo -quizá durante años-, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo entonces se desea una cosa: no haberlo deseado."
14. "-¿Por qué está todo tan oscuro, Hija de la Luna? -preguntó.
-Los comienzos son siempre oscuros, Bastián.
-Quisiera que siempre fuera así -dijo él.
-Siempre es sólo un momento -respondió ella."
15. "-¡Ay! -balbuceó Bastián-, pensé... pensé que estabas petrificado.
-Lo estaba -respondió el león-. Muero cada día cuando
cae la noche, y cada mañana despierto de nuevo.
-Yo creí que era para siempre -explicó Bastián.
-Cada vez es para siempre -repuso Graógraman enigmáticamente."
16. "-Señor -dijo luego-, ahora sé que mi muerte da la vida y mi vida la muerte, y que ambas cosas son buenas. Ahora comprendo el sentido de mi existencia. Gracias."
17. " -Los caminos de Fantasia -dijo Graógraman- sólo puedes encontrarlos con tus deseos. Y sólo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resulta inalcanzable. Eso es lo que significan aquí las palabras «cerca» y «lejos». Y tampoco basta con querer marcharse de un lugar. Tienes que querer ir a otro. Tienes que dejarte llevar por tus deseos."
18. "-Lo hice todo mal -dijo- y lo entendí todo al revés. (...)
Doña Aiuola lo miró largo tiempo.
-No -respondió-, eso no lo creo. Seguiste el camino de los deseos y ese camino nunca es derecho. Diste un gran rodeo, pero era tu camino. ¿Y sabes por qué? Tú eres uno de esos que sólo pueden regresar cuando encuentran la fuente de donde brota el Agua de la Vida. (...) Para llegar hasta él no hay camino fácil. -Cualquier camino que conduzca allí es en definitiva el verdadero."
19. "-¿Tiene que ser así? ¿Tengo que perderlo todo?
-Nada se pierde -dijo ella-. Todo se transforma.
-Pues entonces -dijo Bastián inquieto- quizá debiera apresurarme. No debiera quedarme aquí.
Ella le acarició el pelo.
-No te preocupes. Durará lo que dure. Cuando surja tu último deseo, lo sabrás..."
20. "Los deseos no se pueden provocar ni reprimir a placer. Surgen en nosotros de profundidades más profundas que todas las intenciones, sean buenas o malas. Y surgen inadvertidos."
21. "Sin recuerdos no se puede desear..."
22. "-¡Ay dolor, dolor! -se oyó como un susurro consternado por el valle-. ¡Nuestra fealdad se ha hecho pública! ¡Ay dolor, dolor! ¿Qué ojos son los que nos han visto? ¡Ay dolor, dolor que nosotros mismos nos hayamos visto! Seas quien fueres, instruso cruel, sé compasivo, ten piedad, ¡y aparta esa luz de nosotros!
Bastián se levantó.
-Soy Bastián Baltasar Bux -dijo-. ¿Quiénes sois vosotros?
-Somos los ayayai -fue el sonido que le llegó-¡Los ayayai! ¡Los ayayai! ¡Las criaturas más infelices de Fantasia, eso es lo que somos!
(...) pero aparta esa luz de nosotros y no nos mires. ¡Ten compasión!
-¿Y sois vosotros los que habéis llorado Murhu, el Lago de las Lágrimas?
-Señor -gimieron los ayayai-, es tal como tú lo dices. Sin embargo, moriremos de vergüenza y horror de nosotros mismos si nos sigues obligando a permanecer bajo tu luz. ¿Por qué aumentas nuestros padecimientos de una forma tan cruel? Nada te hemos hecho y nunca hemos ofendido a nadie con nuestra vista.
(...) -Quisiera hablar con vosotros -dijo Bastián-. Quiero ayudaros.
Casi se sentía enfermo de asco y lástima de aquellas criaturas de la desesperación.
(...) -Ay -lloriquearon las voces lastimeras-, ¿quién puede ayudarnos?
(...) Vivimos en las profundidades sin luz de la Tierra -le llegó el murmullo de un coro de muchas voces-, para ocultar nuestro aspecto del sol. Allí lloramos continuamente nuestra existencia y lavamos con nuestras lágrimas la plata indestructible de la roca primitiva, con la que fabricamos la filigrana que has visto. Sólo en las noches más oscuras nos atrevemos a salir a la superficie y esas cavernas son nuestra salida. Aquí arriba montamos lo que hemos preparado abajo. Y precisamente esta noche era suficientemente oscura para evitarnos nuestra propia vista. Por eso estamos aquí. Con nuestro trabajo intentamos desagraviar al mundo por nuestra fealdad y encontramos en ello algún consuelo.
-¡Pero vosotros no podéis evitar ser como sois! -dijo Bastián.
-Hay muchas clases de culpa, ay -respondieron los ayayai-: por acción, por pensamiento... La nuestra es por existir.
-¿Cómo puedo ayudaros? -preguntó Bastián casi llorando de lástima..."