miércoles, 1 de julio de 2015

26. El Psicoanalista - John Katzenbach.

1. Feliz 53' cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte.
Pertenezco a algún momento de su pasado.
Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya.
Al principio pensé que debería matarlo para ajustarle las cuentas, sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patéticamente fácil, doctor. De día, no cierra las puertas con llave. Da siempre el mismo paseo por la misma ruta de lunes a viernes. Los fines de semana sigue siendo de lo más predecible, hasta la salida del domingo por la mañana para comprar el "Times" y tomar un bollo y un café con dos terrones de azúcar y sin leche en el moderno bar situado dos calles más abajo de su casa.
Demasiado fácil. Acecharlo y matarlo no habría supuesto ningún desafío. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfacción necesaria. He decidido que prefiero que se suicide.
Ricky Starks se movió incómodo en el asiento. Podía notar el calor que desprendían las palabras, como el fuego de una estufa de leña que le acariciara la frente y las mejillas. Tenía los labios secos y se los humedeció en vano con la lengua.
Suicídese, doctor.
Tírese desde un puente. Vuélese la tapa de los sesos con una pistola. Arrójese bajo un autobús. Láncese a las vías del metro. Abra el gas de la estufa. Encuentre una buena viga y ahórquese. Puede elegir el método que quiera.
Pero es su mejor oportunidad.
Su suicidio será mucho más adecuado, dadas las circunstancias de nuestra relación. Y, sin duda, una manera más satisfactoria de que pague lo que me debe.
Verá, vamos a jugar a lo siguiente: tiene exactamente quince días, a partir de mañana a las seis de la mañana, para descubrir quién soy. Si lo consigue, tendrá que poner uno de esos pequeños anuncios a una columna que salen en la parre inferior de la portada del New York Times y publicar en él mi nombre. Eso es todo: publique mi nombre.
Si no lo hace... Bueno, ahora viene lo divertido. Observará que en la segunda hoja de esta carta aparecen los nombres de cincuenta y dos parientes suyos. Su edad comprende desde un bebé de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista, que es tan soso y aburrido como usted. Si no logra poner el anuncio según lo descrito, tiene una opción: suicidarse de inmediato o me encargaré de destruir a una de estas personas inocentes.
Destruir.
Una palabra muy interesante. Podría significar la bancarrota financiera. Podría significar la ruina social. Podría significar la violación psicológica.
También podría significar el asesinato. Es algo que deberá preguntarse. Podría ser alguien joven o alguien viejo. Hombre o mujer. Rico o pobre. Lo único que le prometo es que será la clase de hecho que ellos —sus seres queridos- no superarán nunca, por muchos años que hagan psicoanálisis.
Y usted vivirá hasta el último segundo del último minuto que le quede en este mundo sabiendo que fue el único responsable.
Salvo, por supuesto, que adopte la postura más honorable y se suicide para salvar así de su destino al objetivo que he elegido.
Tiene que decidir entre mi nombre o su necrológica. En el mismo periódico, por supuesto.
Como prueba de mi alcance y del extremo de mi planificación, me he puesto en contacto hoy con uno de los nombres de la lista con un mensaje muy modesto. Le insto a pasar el resto de esta tarde averiguando quién ha sido el destinatario y cómo. Así por la mañana podrá empezar, sin demora, la tarea que le espera.
Lo cierto es que no espero que sea capaz de adivinar mi identidad, por supuesto.
Así pues, para demostrarle mi deportividad, he decidido que a lo largo de los próximos quince días voy a proporcionarle una pista o dos de vez en cuando. Sólo para que las cosas sean más interesantes, aunque alguien intuitivo e inteligente como usted debería suponer que esta carta está llena de pistas. Aun así, ahí va un anticipo, y gratis.
La vida era alegre en el pasado:
un retoño y sus padres a su lado.
El padre soltó amarras, se largó,
y entonces todo eso se acabó.
La poesía no es mi fuerte.
El odio sí.
Puede hacer tres preguntas que se contesten con si o no.
Use el mismo método, los pequeños anuncios de la portada del New York Times.
Contestaré a mi propia manera en veinticuatro horas.
Buena suerte. Tal vez desee también dedicar tiempo a los preparativos de su funeral. La incineración es probablemente mejor que un entierro tradicional. Sé cuánto le desagradan las iglesias.
No creo que sea buena idea llamar a la policía. Lo más seguro es que se burlen de usted, y sospecho que su altanería no lo encajará demasiado bien. Además, podría enfurecerme más; no se imagina usted lo inestable que soy en realidad. Podría reaccionar de modo imprevisible, de muchas formas malvadas. Pero puede estar seguro de algo: mi cólera no conoce límites.
La carta estaba firmada en mayúsculas: RUMPLESTILTSKIN.

2. Virgil sonrió de nuevo y se desabrochó despacio los botones delanteros y el cinturón. Después, con un movimiento brusco, dejó caer la prenda al suelo.
No llevaba nada debajo.
Se puso una mano en la cadera y ladeó el cuerpo provocativamente en su dirección. Se volvió y le dio la espalda un momento, para girar de nuevo y mirarlo de frente. Ricky asimiló la totalidad de su figura con una sola mirada. Sus ojos actuaron como una cámara fotográfica para captar los senos, el sexo y las largas piernas, y regresar, por fin, a los ojos de Virgil, que brillaban expectantes.
—¿Lo ves, Ricky? —musitó ella—. No eres tan viejo. ¿Notas cómo te hierve la sangre? Una ligera animación en la entrepierna, ¿no?
Tengo una buena figura, ¿verdad? —Soltó una risita—. No hace falta que contestes. Conozco bien la reacción. La he visto antes, en muchos hombres.
Siguió mirándolo, como segura de que podía adivinar la dirección que seguiría la mirada de él.
—Siempre existe ese momento maravilloso, Ricky —comentó Virgil con una ancha sonrisa—, en que un hombre ve por primera vez el cuerpo de una mujer. Sobre todo el cuerpo de una mujer que no conoce. Una visión que es toda aventura. Su mirada cae en cascada, como el agua por un precipicio. Entonces, como pasa ahora contigo, que preferirías contemplar mi entrepierna, el contacto visual provoca algo de culpa. Es como si el hombre quisiera decir que todavía me ve como una persona mirándome a la cara pero, en realidad, está pensando como una bestia, por muy educado y sofisticado que finja ser. ¿No es acaso lo que está pasando ahora?
Él no contestó. Hacía años que no estaba en presencia de una mujer desnuda, y eso parecía generar una convulsión en su interior. Le retumbaban ¡os oídos con cada palabra de Virgil, y era consciente de que se sentía acalorado, como si la elevada temperatura exterior hubiese irrumpido en la consulta.

3. A veces, frente a las playas de Cape Cod, en Wellfleet, cerca de su casa de veraneo, se forman unas fuertes corrientes de retorno superficial que pueden ser peligrosas y, en ocasiones, mortales. Se crean debido a la fuerza del océano al golpear la costa, que acaba por excavar una especie de surco bajo las olas en la restinga que protege la playa. Cuando el espacio se abre, el agua entrante encuentra de repente un nuevo lugar para regresar al mar y circula por este canal subacuático. Entonces en la superficie se produce la corriente de retorno. Cuando alguien queda atrapado en esta corriente hay un par de cosas que debe hacer y que convierten la experiencia en algo perturbador, quizás aterrador y sin duda agotador, pero más que nada molesto. Si no las hace, lo más probable es que muera. Como la corriente de retorno superficial es estrecha, no hay que luchar nunca contra ella. Hay que limitarse a nadar paralelo a la costa, y en unos segundos el tirón violento de la corriente se suaviza y lo deja a uno a poca distancia de la playa. De hecho, las corrientes de retorno superficial suelen ser también cortas, de modo que uno se puede dejar llevar por ellas y cuando el tirón disminuye situarse en el lugar adecuado y nadar de vuelta a la playa. Ricky sabía que se trataba de unas instrucciones sencillísimas que, comentadas en un cóctel en tierra firme, o incluso en la arena caliente a la orilla del mar, hacen que salir de una corriente de retorno superficial no parezca más difícil que sacudirse una pulga de mar de la piel.
La realidad, por supuesto, es mucho más complicada. Ser arrastrado inexorablemente hacia el océano, lejos de la seguridad de la playa, provoca pánico al instante. Estar atrapado por una fuerza muy superior es aterrador. El miedo y el mar son una combinación letal. El terror y el agotamiento ganan al bañista. Ricky recordaba haber leído en el Cape Cod Times por lo menos un caso cada verano de alguien ahogado, a escasos metros de la costa y la seguridad.
Intentó controlar sus emociones, porque se sentía atrapado en una corriente de retorno superficial.
Inspiró hondo y luchó contra la sensación de que lo arrastraban hacia un lugar oscuro y peligroso.

4. El psicoanálisis tiene un principio que está en la base de toda terapia: todo el mundo lo recuerda todo. Puede que no se recuerde con precisión fotográfica, que las percepciones y las reacciones estén enturbiadas o sesgadas por todo tipo de fuerzas emocionales, que los hechos recordados con claridad sean en realidad turbios pero, cuando por fin se revisa, todo el mundo lo recuerda todo. Las heridas y los temores pueden acechar escondidos bajo capas de estrés, pero están ahí y pueden encontrarse, por muy potentes que sean las energías psicológicas de la negación. Ricky era partidario de este proceso de eliminación de capas para llegar al meollo de los recuerdos y descubrir la capa dura de debajo.
5. Se había pasado la vida intentando ayudar a la gente a conocer las fuerzas emocionales que motivaban su comportamiento. Lo que hace un analista es aislar la culpa e intentar traducirla en algo manejable, porque la necesidad de venganza es tan incapacitante como cualquier neurosis. El analista busca que el paciente encuentre un modo de superar esa necesidad y esa cólera. No es inusual que un paciente empiece una terapia manifestando una furia que parece exigir una actuación.
Se elabora un tratamiento destinado a eliminar ese impulso, de modo que pueda seguir con su vida sin la necesidad compulsiva de vengarse.
Vengarse, en su mundo, era una debilidad. Quizás hasta una enfermedad.

6. —Me odias. Tanto como ese señor R, sólo que no sé por qué.
—El odio es una emoción imprecisa, Ricky. ¿Crees que la conoces?
—Es algo de lo que se habla todos los días en mi consulta.
—No, no, no. —Virgil sacudió la cabeza—. Oyes hablar de cólera y frustración, que son elementos secundarios del odio. Oyes hablar de abuso y crueldad, que también tienen papeles destacados en ese escenario, pero que son sólo comparsas. Y, sobre todo, oyes hablar de inconveniencias. Las aburridas y monótonas inconveniencias de siempre. Y eso guarda tan poca relación con el puro odio como una aislada nube negra con una tormenta. Esa nube tiene que unirse a otras y crecer vertiginosamente antes de descargar.
—Pero tú...
—No te odio, Ricky. Aunque quizá podría llegar a hacerlo.
Prueba con otra cosa.
No se lo creyó en absoluto, pero en ese momento se sentía perdido al intentar dar con una respuesta. Inspiró con fuerza.
—Amor, entonces —soltó Ricky de repente.
—¿Amor?
Virgil sonrió de nuevo.
—Intervienes porque estás enamorada de ese hombre, Rumplestiltskin.
—Es una idea curiosa. Sobre todo porque te dije que no sé quién es. Nunca lo he visto.
—Si, ya me lo dijiste. Pero no me lo creo.
—Amor. Odio. Dinero. ¿Esos son los únicos motivos que se te ocurren?
—Acaso miedo —aventuró Ricky tras dudar.
—Eso está bien pensado, Ricky —asintió ella—. El miedo puede provocar todo tipo de comportamiento inusual, ¿verdad?
—Si.
—¿Sugiere tu análisis que tal vez el señor R me amenace de algún modo? ¿Como un secuestrador que obliga a sus víctimas a dar dinero con la patética esperanza de que les devuelva al perro, al hijo o a quien sea que se haya llevado? ¿Me comporto como una persona a la que piden que actúe en contra de su voluntad?
—No —admitió Ricky.
—Muy bien. ¿Sabes, Ricky?, eres un hombre que no aprovecha las oportunidades que se le presentan. Es la segunda vez que me he sentado frente a ti, y en lugar de intentar ayudarte a ti mismo, me has suplicado que te ayude, cuando no tienes nada que te haga merecedor de mi colaboración. Debería haberlo previsto, pero tenía esperanzas. De verdad.

7. El año en que creyó que iba a morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en la mente de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar.
Escuchó en silencio terribles impulsos de odio asesino, a los que sólo de vez en cuando agregaba algún breve comentario benévolo, evitando interrumpir la cólera que fluía a borbotones del diván. Ojalá alguno de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la ira que sentía y comprendiera lo que en realidad era ira hacia sí mismo. sabía por experiencia y formación que, con el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente distante de la consulta del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a esa conclusión por sí solos.
8. —No me gusta la idea de que venga alguien después de mi —espetó Zimmerman—. Quiero ser el último.
—¿Por qué cree que lo prefiere así? —le preguntó por fin.
—A su manera, el último es igual que el primero —contestó Zimmerman con una dureza que implicaba que cualquier idiota se daría cuenta de eso.
Asintió. Zimmerman acababa de hacer una observación fascinante y acertada.

9. Toda su formación y experiencia sugerían que lo más razonable era no hacer nada. Después de todo, el analista suele encontrarse con que guardar silencio y no contestar al comportamiento provocador y escandaloso de un paciente es la forma más inteligente de llegar a la verdad psicológica de esos actos.
10. La voz interior insistía en restarle importancia, hacer caso omiso de todo el mensaje y considerarlo una exageración y una fantasía sin ninguna base real, pero era incapaz de hacerlo.
«Que algo te incomode no significa que debas ignorarlo», se reprendió.
11. Se preguntó si su sobrino percibiría la mentira en su voz. Lo dudaba. Estaba furioso, nervioso e indignado, y no era probable que fuera capaz de discernir con claridad durante cierto tiempo.
12. «Tememos que nos maten. Pero es mucho peor que nos destruyan.»
13. Su oponente era alguien que sabía que, a menudo, lo que nos amenaza de verdad y cuesta más de combatir es algo que procede de nuestro interior. El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo. Asimismo, a veces lo que duele no es tanto ese puñetazo como la emoción tras él.

14. Zimmerman había sido un hombre que se deleitaba con lo espantosa que era su vida, y prefería quejarse a cambiarla. Para Ricky, era esa cualidad la que hacia casi imposible que se hubiese suicidado. sabía que lo que la policía y sus compañeros de trabajo habían considerado desesperación era la verdadera y única dicha de Zimmerman. Vivía para sus odios. La tarea de Ricky como analista era darle la capacidad de cambiar.
Había esperado que, a la larga, llegaría el momento en que Zimmerman se daría cuenta de cómo limitaba su vida el estar eternamente enfadado. El momento en que el cambio fuera posible habría sido peligroso porque probablemente la idea de que no necesitaba dirigir su vida del modo en que lo hacia habría sumido a Zimmerman en una depresión importante. Habría sido vulnerable entonces, cuando por fin se hubiera dado cuenta de la cantidad de días desperdiciados. Comprender eso podría haberle provocado una desesperación real y acaso mortal.
15. Pensó un instante en un condenado en el corredor de la muerte al que comunican que finalmente el gobernador ha firmado su sentencia con la fecha, la hora y el lugar de la ejecución. Era una imagen demoledora y la apartó diciéndose que, hasta en la cárcel, los hombres luchaban por sobrevivir. Inspiró con fuerza.
«El mayor lujo de nuestra existencia, por miserable que sea, es que no sabemos los días que nos han tocado en suerte»

16. —No sé —dijo la mujer—. Tenemos un procedimiento.
—Todo el mundo tiene un procedimiento —le espetó Ricky—. Los procedimientos existen para impedir el contacto, no para favorecerlo. La gente sin imaginación y sin ideas llena su cabeza con programas y procedimientos. La gente con carácter sabe cuándo prescindir de los procedimientos. ¿Es usted esa clase de persona, señorita?
17. —En tiempos del rey Arturo —prosiguió el abogado, sonriente y nada desagradable, con la confianza de un hombre que ha medido al adversario y lo ha visto claramente inferior- el infierno era muy real para toda clase de personas, incluso las educadas y refinadas. Creían de verdad en demonios, diablos, posesiones de espíritus malignos, lo que usted quiera. Podían oler el fuego y el azufre que esperaban a los impíos y creían que los abismos en llamas y las torturas eternas eran consecuencias razonables de una mala vida. En la actualidad, las cosas son más complicadas, ¿verdad, doctor? No creemos que vayamos a sufrir la maldición del fuego eterno, Y ¿qué tenemos en su lugar? Los abogados. Y le aseguro, doctor, que puedo convertirle fácilmente la vida en algo que recuerde una imagen medieval plasmada por uno de esos artistas de pesadilla. Tendría que elegir el camino fácil, doctor. El camino fácil.

18. El tiempo pareció entonces perder control sobre el mundo circundante. Los segundos, que normalmente se habrían agrupado en minutos en una progresión ordenada parecieron esparcirse como pétalos arrastrados por el viento. 
19. —¿No le gusta la psiquiatría?
—No. Tuve un hermano clínicamente deprimido y esquizofrénico. Entró y salió de todas las instituciones mentales de la ciudad y todos los médicos hablaron y hablaron pero no lo ayudaron en absoluto. Esta experiencia me predispuso en contra. Dejémoslo así.
Ricky esperó un momento y dijo:
—Mi mujer murió hace unos años de cáncer de ovarios, pero yo no detesté a los
oncólogos que no lograron salvarla. Detesté la enfermedad.

20. Pista del señor R. Para Ricky:
"La vida era alegre en el pasado:
un retoño y sus padres a su lado.
El padre soltó amarras, se largó,
y entonces todo eso se acabó."
De Ricky al señor R:
"Me dediqué a buscar a destajo
en veinte años de mi trabajo.
¿Es ese número acertado?
El tiempo casi se ha terminado
y no puedo dejar de preguntar:
¿A la madre de R debo encontrar?"
Del señor R. Para Ricky:
"Siguiendo la pista estás
al volver la vista atrás.
Veinte años sitúa cuándo,
y a mi madre estás buscando.
Saber su nombre es otro cantar,
así que una pista te voy a dar.
Te diré que, cuando la atendiste,
como señorita la conociste.
Y los días que se sucedieron,
sus labios jamás sonrieron.
Dejaste tus promesas sin cumplir.
Y la venganza de su hijo vas a sufrir.
El padre lejos, la madre fallecida:
por eso quiero acabar con tu vida.
Y será mejor que termine esta rima,
o el tiempo se te echará encima."
De Ricky al señor R:
"Hace veinte años, como profesional,
traté a gente pobre en un hospital.
Me marché para mejorar de posición.
¿Fue eso lo que motivó esta situación?
¿Que, al irme, en el olvido la dejara
provocó que esa mujer se suicidara?"
De R. Para Ricky:
"Ricky se acerca cada vez más,
en su búsqueda hacia atrás.
La ambición la mente le nubló,
y lo que decía la mujer ignoró.
La dejó confusa, a la deriva,
tan perdida que le costó la vida.
El hijo, que vio la equivocación,
quiere vengarse sin dilación.
Antes era pobre y rico ahora;
cumplirá su deseo sin demora.
¿Visitar los archivos del hospital
bastará para lograr el triunfo final?
Hay algo que Ricky no puede olvidar:
tiene setenta y dos horas para jugar."
De Ricky para R:
"¿Es quien busco uno de tres?
¿Huérfano de niño, rico después,
busca a quienes fueron crueles?"
De R. Para Ricky Stark (Mensaje con doble sentido):
"Apreciado doctor Starks:
Con relación a su reciente consulta a esta oficina, nos satisface informarle de que nuestros agentes han confirmado que sus suposiciones son correctas. Sin embargo, en este momento no podemos facilitarle más detalles sobre los individuos en cuestión. Sabemos que cuenta con limitaciones importantes de tiempo. Por lo tanto, a menos que recibamos una petición suya, en el futuro no podremos proporcionarle más información. Si sus circunstancias cambiaran, le rogamos se ponga en contacto con nuestra oficina para cualquier consulta adicional.
Será facturado por nuestros servicios en veinticuatro horas.
Muy atentamente, R.S. SKIN, presidente Investigaciones Privadas R.S. SKIN"
_________________________
SE INVIERTEN LOS PAPELES:
De Ricky para el señor R:
"—«Señor R, empieza el juego. Una nueva Voz».
Sabe quién era, no quién soy.
Por fin está en un lío hoy.
Ricky se fue; murió en el mar.
Y yo su sitio vine a ocupar.
Como Lázaro me he levantado,
y ahora le toca morir a otro pringado.
Otro juego, señor R, en un viejo lugar,
y cara a cara nos vamos a enfrentar.
Veremos a favor de quién está la suerte,
porque hasta los malos poetas aman la muerte."
Del señor R. Para Ricky:
"Ricky es listo, Ricky es muy astuto,
pero ha cometido un error absoluto.
Cree que está a salvo y quiere jugar,
pero escondido se debería quedar.
Que escapara una vez es impresionante
pero no por ello debería estar exultante.
Otro juego, en una segunda ocasión
volverá a llegar a la misma conclusión.
Sólo que ahora lo que me debe pagar,
por fin completo me lo voy a cobrar."
De Ricky/Lázarus Para El señor R:
"Lázaro el cerco ha estrechado.
Ahora ya no está desorientado.
¿Está aquí? ¿Está allá? Vete a saber.
En cualquier parte puede aparecer.
El juego despacio va avanzando
y Lázaro cree que lo está ganando.
Quizás el señor R ya no pueda elegir
y las instrucciones del Voice deba seguir."
De Ricky para el señor R:
"—¿Está aquí? ¿Está allá? Vete a saber.
En cualquier parte puede aparecer.
Puede que a Ricky le guste vagar,
puede que haya vuelto a su hogar.
O quizá Ricky se quiera ocultar
para que no lo puedan encontrar.
Un viejo lugar o un nuevo lugar,
Ricky siempre logrará escapar.
Y aunque lo busque con apuro,
el señor R nunca sabrá seguro
cuándo Ricky pueda estar presente,
no como amigo sino como oponente,
para sembrar la muerte y el mal,
y provocar de alguien el final."

21. 
—Bueno, he roto con mi novio y mis clases son todas terribles, y cuando regrese a casa mis padres me van a matar porque ya no estoy en el cuadro de honor. Puede que no apruebe el curso de literatura comparada y todo parece haber llegado a un punto crítico y...
—Y algo te hizo llamar a este teléfono, ¿verdad?
—Quería hablar. No es que quisiera hacerme algo...
—Eso es muy razonable. Al parecer no has tenido un semestre muy bueno.
—Ni que lo digas.
La muchacha rió con amargura.
—Pero habrá otros semestres, ¿verdad?
—Pues sí.
—Y tu novio, ¿por qué te dejó?
—Dijo que no quería estar atado...
—¿Y cómo te sentó esta respuesta? ¿Te deprimió?
—Sí. Fue como una bofetada. Me sentí como si me hubiera estado usando sólo por el sexo, ¿sabes? Y ahora que se acerca el verano habrá imaginado que ya no valía la pena. He sido como una especie de caramelo. Pruébame y tírame.
—Una buena forma de decirlo —aseguró Ricky—. Un insulto, entonces. Un golpe a tu dignidad.
La joven volvió a guardar silencio un momento.
—Supongo, pero no lo había visto de ese modo.
—Bueno —prosiguió Ricky con voz firme y suave—. En lugar de estar deprimida y de pensar que te pasa algo, deberías estar enfadada con ese cabrón, porque es evidente que el problema lo tiene él. Y el problema es el egoísmo, ¿no?
Pudo percibir cómo la muchacha asentía con la cabeza. Pensó que era una llamada de lo más típica. Había llamado desesperada por lo del novio y los estudios pero, al examinarla más de cerca, en realidad no lo estaba.
—Creo que eso es cierto —corroboró—. Es un cabronazo.
—Entonces puede que estés mejor sin él. No es el único chico del mundo.
—Creía que lo quería —dijo la muchacha.
—Duele un poco, lo sé. Pero el dolor no es porque te haya roto el corazón. Es más bien porque comprendes que te engañó. Y ahora tu confianza se resiente.
—Tienes razón —dijo. Ricky notaba cómo se secaba las lágrimas al otro lado de la línea. Pasado un momento, la muchacha añadió-: Debes de recibir muchas llamadas como ésta. Todo parecía tan importante y tan terrible hace dos minutos. Lloraba sin parar y ahora...
—Todavía están las notas. ¿Qué pasará cuando llegues a casa?
—Se cabrearán. Mi padre dirá: «No me estoy gastando el dinero que tanto me cuesta ganar para que apruebes por los pelos».
La joven había emitido un carraspeo e imitado la voz grave de su padre. Ricky rió, y ella hizo lo mismo.
—Lo superará —comentó él—. Sé sincera. Cuéntale las tensiones que has sufrido y lo de tu novio, y dile que intentarás mejorar. Lo comprenderá.
—tienes razón.
—Mira, te daré una receta para esta noche y mañana —dijo Ricky—. Ahora acuéstate y duerme bien. Por la mañana, levántate y coge uno de esos cafés tan ricos, con mucha espuma y todas las calorías habidas y por haber. Luego sal fuera, siéntate en un banco, toma el café despacio y admira el tiempo. Y si por casualidad ves al chico en cuestión, ignóralo. Y si él quiere hablar, aléjate.
Busca otro banco. Piensa en lo que el verano te depara. Siempre hay posibilidades de que las cosas mejoren. Sólo tienes que encontrarlas.
—De acuerdo —contestó la joven—. Gracias por hablar conmigo.
—Si en los próximos días te sientes estresada hasta el punto de que la situación te resulte insoportable, deberías pedir hora a un consejero de los servicios médicos. Él te ayudará a superar tus problemas.
—Sabes mucho sobre la depresión —comentó la muchacha.
—Oh, sí. Es cierto. Suele ser transitoria, aunque a veces no. La primera es una situación corriente de la vida. La segunda es una auténtica enfermedad, y terrible. Creo que tú has tenido la primera.
—Me siento mejor —aseguró—. Puede que me compre una pasta con esa taza de café. Al infierno con las calorías.

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