domingo, 21 de junio de 2015

18. Canción de Hielo y Fuego - Juego de Tronos - George R. Martin.

1. —Vuela —susurró una voz en la oscuridad, pero Bran no sabía volar y lo único que podía hacer era caer.

El suelo, abajo, estaba tan lejos que apenas lo distinguía a través de los jirones de niebla gris que lo rodeaban, pero sentía que estaba cayendo y sabía qué le aguardaba al llegar abajo. No se puede caer eternamente, ni siquiera en sueños. Sabía que despertaría un momento antes de chocar contra el suelo. Siempre te despiertas un momento antes de chocar contra el suelo.
—¿ Y si no te despiertas? —le preguntó la voz.
Sintió ganas de llorar.
—No llores. Vuela.
—No sé volar —dijo Bran—. No sé...
—¿Estás seguro? ¿Lo has intentado alguna vez?
La voz era aguda y tenue. Bran miró a su alrededor para ver de dónde procedía. Un cuervo trazaba círculos, descendiendo junto a él pero sin ponerse a su alcance.
—Ayúdame —suplicó.
—Es lo que intento —replicó el cuervo—.
Bran se metió la mano en el bolsillo y la oscuridad giró vertiginosa a su alrededor. Al sacar la mano, unos cuantos granos dorados se le escaparon entre los dedos. Cayeron, como caía él.
¿Eres un cuervo de verdad? —preguntó Bran cuando el cuervo se le posó en la mano y
empezó a comer.
¿Estás cayendo de verdad? —replicó el cuervo. No es más que un sueño —dijo el chico.
—¿Tú crees?
—Cuando choque contra el suelo me despertaré —aseguró Bran al pájaro.
—Cuando choques contra el suelo morirás —replicó el cuervo y siguió comiendo maíz.
Bran miró abajo. Ya alcanzaba a ver montañas, con las cumbres cubiertas de nieve y ríos como hebras de plata entre los bosques oscuros. Cerró los ojos y se echó a llorar.
—Así no ganas nada —dijo el cuervo—. Ya te lo he dicho, tienes que volar en vez de llorar.
Venga, no es tan difícil. Yo estoy volando.
—Tú tienes alas —señaló Bran.
Volvió a posarse sobre Bran, esta vez en el hombro, y lo picoteó hasta que el rostro brillante y dorado se esfumó.
—¿Qué me haces? —preguntó lloroso al cuervo.
—Enseñarte a volar.
—¡No sé volar!
—Pues estás volando.
—¡No estoy volando, estoy cayendo!
—Todo vuelo comienza con una caída —dijo el cuervo—. Mira abajo.
—Me da miedo...
—¡Mira abajo!
La muerte trató de asirlo mientras gritaba.
Bran abrió los brazos y voló.
Unas alas invisibles atraparon el viento, se hincharon y lo elevaron. Las espantosas agujas de hielo se alejaron a sus pies y el cielo se abría ante él. Bran remontó el vuelo. Aquello era mejor que trepar. Era mejor que nada. El mundo se empequeñeció abajo.
—¡Vuelo! —gritó, emocionado.
—Ya me he dado cuenta —dijo el cuervo de tres ojos que echó a volar y aleteó ante su rostro, demorándolo, cegándolo. Cuando las plumas le golpearon las mejillas, Bran se tambaleó. El cuervo le asestó un picotazo terrible en la frente, entre los ojos, que lo cegó de dolor.
—¿Qué haces? —gritó.
El cuervo abrió el pico y graznó, fue un chillido agudo de miedo, y los jirones de niebla gris que se arremolinaban a su alrededor se desgarraron como un velo, y vio que el cuervo no era tal, sino una mujer, una criada de larga cabellera negra a la que había visto antes. ¿Dónde? En Invernalia, claro, la recordaba bien; y entonces se dio cuenta de que estaba en Invernalia, en una cama, en una habitación helada en la cima de una torre, y la mujer de pelo negro dejó caer la palangana de agua que se estrelló contra el suelo y corrió escaleras abajo gritando: «Está despierto, está despierto, está despierto».


2. Se encontraba tan inmerso en sus pensamientos que no oyó que el resto del grupo le había dado alcance hasta que su padre se adelantó para cabalgar junto a él.
—¿Te encuentras bien, Bran? —preguntó con tono que no carecía de dulzura.
—Sí, padre —le dijo Bran. Alzó la vista. Su señor padre, vestido en cuero y envuelto en
pieles, a lomos de su gran caballo de guerra, se alzaba a su lado como un gigante—. Robb dice que ese hombre murió como un valiente, pero Jon opina que tenía miedo.
—Y a ti, ¿qué te parece?
—¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo? —preguntó Bran después de meditar un instante.
—Es el único momento en que puede ser valiente —dijo su padre—.


3. —¿Por qué lees tanto?
Tyrion alzó la vista al oír aquella voz. Jon Nieve estaba a poca distancia de él y lo miraba con curiosidad. Cerró el libro, dejando dentro el dedo para marcar la página.
—Mírame bien y dime qué ves.
—¿Es un truco o qué? —El chico le lanzó una mirada desconfiada—. Te veo a ti, Tyrion
Lannister.
—Para ser un bastardo estás muy bien educado, Nieve —dijo Tyrion con un suspiro—. Lo que ves es un enano. ¿Qué edad tienes, doce años?
—Catorce —dijo el chico.
—Catorce, y eres más alto de lo que yo seré en la vida. Tengo las piernas cortas y retorcidas, y me cuesta caminar. Necesito una silla de montar especial para no caerme del caballo. Por cierto, la diseñé yo mismo, ya que hablamos del tema. Tenía que elegir entre eso o ir en poni. Tengo fuerza en los brazos, pero también son cortos. Nunca seré un espadachín. Si hubiera nacido en una familia de campesinos seguramente me habrían abandonado a la intemperie para que muriera, o me habrían
vendido como monstruo de feria. Pero soy un Lannister de Roca Casterly, y eso que se perdieron las ferias. Se esperan cosas de mí. Mi padre fue Mano del Rey veinte años. Después resulta que mi hermano mató a ese mismo rey, ironías de la vida. Mi hermana se casó con el nuevo rey, y ese odioso sobrino que tengo será rey tras su muerte. Debo hacer algo por el honor de mi casa, ¿no te parece? Pero, ¿qué? Puede que tenga las piernas cortas en relación con mi cuerpo, pero la cabeza la tengo demasiado grande, aunque yo prefiero pensar que es del tamaño adecuado para mi mente. Tengo una idea bastante precisa de cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles. Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada, el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente... Pero una mente necesita de los libros igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo.
Tyrion dio un golpecito a la tapa de cuero del libro—. Por eso leo tanto, Jon Nieve.

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