miércoles, 24 de junio de 2015

21. Dubliners o Dublineses - James Joyce.

1. De pronto su nombre afloraba a mis labios en extrañas plegarias y súplicas que ni yo mismo entendía. Mis ojos se llenaban de lágrimas a menudo (no me explico por qué) y a veces un torrente nacido de mi corazón parecía derramarse dentro del pecho. No me importaba mucho el futuro. No sabía, siquiera, si alguna vez le hablaría o no; y tampoco imaginaba, si llegaba a hablarle, en qué términos le confesaría mi confusa adoración. Pero mi cuerpo era como un arpa y sus palabras y ademanes eran como dedos que recorrieran mis cuerdas.
2. El movimiento rápido a través del espacio, arrebata a la gente. Lo mismo pasa con la notoriedad; lo mismo sucede con la posesión de dinero.
3. Observó la escena y pensó en la vida. Y (Tal como le sucedía siempre que pensaba en la vida) se puso triste. Una suave melancolía se apoderó de él. Y sintió la inutilidad de luchar contra el destino: Esa era toda la sabiduría que le habían legado sus antepasados.
4. Se preguntó si él sería capaz de escribir un poema que expresara esa idea. Quizá Gallaher pudiera colocarlo en un periódico de Londres. ¿Podría escribir algo original? No estaba muy seguro de la idea que deseaba desarrollar, pero el sentimiento de que un momento poético lo había tocado cobró vida dentro de él como una esperanza infantil (...), ¡Había tantos estados de ánimo e impresiones que él hubiera deseado expresar en versos! Lo sentía bullir dentro de sí. Trató de sopesar su alma para ver si era el alma de un poeta. La melancolía predominaba en su carácter, pensó, pero era una melancolía atemperada por acceso de fe, de resignación y de alegría pura. Si lograba expresar tal sentimiento en un libro de poemas, tal vez la gente lo escuchara.
5. Un hombre con cara de pocos amigos esperaba en la esquina del puente de O'Connell el tranvía que lo llevaba a su casa. Estaba lleno de rabia contenida y de resentimiento. Se sentía humillado y con ganas de desquitarse; no estaba siquiera borracho; y no tenía más que dos peniques en el bolsillo. Maldijo a todos y a todo. Estaba liquidado en la oficina, había empeñado el reloj y gastado todo el dinero; y ni siquiera se había emborrachado. Empezó a sentir sed de nuevo y deseó regresar a la cálida y asfixiante atmósfera de la taberna. Había perdido su reputación de fuerte, derrotado dos veces por un mozalbete. Se le llenó el corazón de rabia, y cuando pensó en la mujer del sombrerón que se rozó con él y le pidió ¡Perdón!, su furia casi lo ahogó.
6. El tranvía lo dejó en Shelbourne Road y enderezó su corpachón por la sombra del muro de las barracas. Odiaba regresar a casa. Cuando entró por el fondo se encontró con la cocina vacía y el fogón de la cocina casi apagado. Gritó por el hueco de la escalera:
7. -¡Ada! ¡Ada!
Su esposa era una mujercita de cara afilada que maltrataba a su esposo si estaba sobrio y era maltratada por éste si estaba borracho. Tenían cinco hijos. Un niño bajó corriendo las escaleras.
-¿Quién eres? -dijo el hombre, tratando de ver en la oscuridad.
-Yo, papá.
-¿Quién es yo? ¿Charlie?
-No, papá, Tom.
-¿Dónde se metió tu madre?
-Fue a la iglesia.
-Vaya... ¿Me dejó comida?
-Sí, papá, yo...
-Enciende la luz. ¿Qué es esto de dejar la casa a oscuras? ¿Ya están los otros niños en la cama?
El hombre se sentó pesadamente a la mesa mientras el niño encendía la lámpara. Empezó a imitar el acento de su hijo, diciéndose a media: A la iglesia. ¡A la iglesia, por favor! Cuando se encendió la lámpara, dio un puñetazo en la mesa y gritó:
-¿Y mi comida?
-Yo te la voy... a hacer, papá -dijo el niño.
El hombre saltó furioso, apuntando para el fogón.
-¿En esa candela? ¡Dejaste apagar la candela! ¡Te voy a enseñar por lo más sagrado a no hacerlo de nuevo!
Dio un paso hacia la puerta y sacó un bastón de detrás de ella.
-¡Te voy a enseñar a dejar que se apague la candela! -dijo, subiéndose las mangas para dejar libre el brazo.
El niño gritó -Ay, papá- y le dio vueltas a la mesa, corriendo y gimoteando. Pero el hombre le cayó detrás y lo agarró por la ropa. El niño miró a todas partes desesperado pero, al ver que no había escape, se hincó de rodillas.
-¡Vamos a ver si vas a dejar apagar la candela otra vez! -dijo el hombre, golpeándolo salvajemente con el bastón-. ¡Vaya, coge, maldito!
El niño soltó un alarido de dolor al sajarle el palo un muslo. Juntó las manos en el aire y su voz tembló de terror. -¡Ay, papá! -gritaba-. ¡No me pegues, papaíto! Que voy a rezar un padrenuestro por ti ... Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no me pegas... Voy a rezar un padre nuestro...
8. Pensó que a sus ojos debía él alcanzar una estatura angelical; y, al juntar más y más a su persona la naturaleza fervorosa de su acompañante, escuchó aquella extraña voz impersonal que reconocía como propia, in­sistiendo en la soledad del alma, incurable. Es imposible la entrega, decía la voz: uno se pertenece a sí mismo.
9. Acordaron romper la comu­nión: todo lazo, dijo él, es una atadura dolorosa.
10. Una de sus sen­tencias, escrita dos meses después de la última entrevista con Mrs Sinico, decía: El amor entre hombre y hombre es impo­sible porque no debe haber comercio sexual, y la amistad entre hombre y mujer es imposible porque debe haber comercio se­xual.
11. ¡Por Dios, qué final! Era evidente que no estaba preparada para la vida, sin fuerza ni propósito como era, fácil presa del vicio: una de las ruinas sobre las que se erigían las civilizaciones.
12. Evocando alter­nativamente las dos imágenes con que la concebía ahora, se dio cuenta de que estaba muerta, que había dejado de existir, que se había vuelto un recuerdo. (...) Su vida sería igual de solitaria hasta que, él también, muriera, dejara de existir, se volviera un recuerdo -si es que alguien lo recordaba.
13. Miró colina abajo y, en la base, a la sombra del muro del parque, vio unas figuras caídas: parejas. Esos amores triviales y furtivos lo colmaban de desespero. Lo carcomía la rectitud de su vida; sentía que lo habían desterrado del festín de la vida.
14. -Pero, bueno -dijo Mr M'Coy- ¿no es una cosa ma­ravillosa la fotografía, si se piensa en ello?
-Ah, pero claro -dijo Mr Power-, los grandes cerebros ven las cosas de lejos.
-Como dijo el poeta: Las grandes mentes se acercan mu­cho a la locura -dijo Mr Fogarty.
15. Como la conversación se hizo fúnebre se la enterró en el silencio...
16. -Pero como todo -continuó Gabriel, su voz cobrando una entonación más suave-, siempre hay en reuniones como ésta pensamientos tristes que vendrán a nuestra mente: recuerdos del pasado, de nuestra juventud, de los cambios, de esas caras ausentes que echamos de menos esta noche. Nuestro paso por la vida está cubierto de tales memorias dolorosas: y si fuéramos a cavilar sobre las mismas, no tendríamos ánimo para continuar valerosos nuestra vida cotidiana entre los seres vivientes. Tenemos todos deberes vivos y vivos afectos que reclaman, y con razón reclaman, nuestro esfuerzo más constante y tenaz.
17. Una ola de una alegría más tierna escapó de su corazón para correrle en cálido torrente por las arterias. Como el tierno calor de las estrellas, rompieron a iluminar su memoria mo­mentos de su vida juntos que nadie conocía, que nadie sabría nunca. Anhelaba hacerle recordar a ella todos esos momentos, para hacerle olvidar su aburrida existencia juntos y que reme­morara solamente los momentos de éxtasis. Ya que los años, sentía él, no habían colmado la sed de su alma o la de ella.
18. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar au­daz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario