miércoles, 24 de junio de 2015

22. La Casa de las Bellas Durmientes - Yasunari Kawabata.

1. No parecía probable que hubiese olido a leche en esta muchacha sólo porque había evocado aquellos dos recuerdos. Procedían de muchos años atrás, aunque en cierto modo no creía que pudieran distinguirse los recuerdos recientes de los distantes, los nuevos de los viejos. Era posible que guardase un recuerdo más fresco e inmediato de su infancia que del día anterior. ¿Acaso esta tendencia no se iba haciendo más clara a medida que uno envejecía? ¿Acaso los días juveniles de una persona no la hacían tal como era, conduciéndola a través de toda la vida? Era una trivialidad, pero la muchacha cuyo pecho se había manchado de sangre, le había enseñado que los labios de un hombre podían hacer sangrar casi cualquier parte del cuerpo de una mujer; y, aunque posteriormente Eguchi evitó llegar hasta este extremo, el recuerdo, el don de una mujer para comunicar fuerza a toda la vida de un hombre, seguía vivo en él, a pesar de sus sesenta y siete años.

2. - Antes de dormirme cierro los ojos y cuento los hombres por quienes no me importaría ser besada. Los cuento con los dedos. Es muy agradable. Pero me entristece no poder pensar en más de diez ( ...)
(...) Ella había dicho que se limitaba a contarlos; pero resultaba fácil imaginar que evocaba en su mente tanto sus rostros como sus cuerpos. Conjurar a diez debía exigir un tiempo y una imaginación considerables. Al pensar en esto, el perfume de algo parecido a una poción amorosa por parte de esta mujer ya madura asaltó a Eguchi con más fuerza. Ella era libre de evocar a su antojo la figura de Eguchi entre los hombres por quienes no le importaba ser besada. El asunto no era de su incumbencia, y no podía resistirse ni lamentarse; y, no obstante, el hecho de ser utilizado a sus espaldas por la mente de una mujer de edad mediana resultaba bochornoso.
3. Había llegado un momento en que el anciano no podía soportar el hecho de que la muchacha durmiera, no hablara, no conociera su rostro y su voz, de que no supiera nada de lo que estaba ocurriendo ni conociera a Eguchi, el hombre que estaba con ella. Ni una mínima parte de su existencia podía alcanzarla. La muchacha no se despertaría, era el peso de una cabeza dormida en su mano...
4. Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo están encerradas todas las variedades de transgresión.
5. Dicen que el sentido del olfato es el más rápido en evocar recuerdos...
6. Siendo humano, de vez en cuando caía en una vaciedad solitaria, en una fría desesperación. ¿No sería éste un lugar muy deseable para morir? Despertar curiosidad, invitar el desdén del mundo, ¿acaso no sería coronar su vida con una muerte apropiada? Todos sus conocidos se sorprenderían. No podía calcular el perjuicio que causaría a su familia; pero morir durante el sueño entre, por ejemplo, las dos muchachas de esta noche, ¿no podía ser el máximo deseo de un hombre en sus últimos años?
7. Algo estaría esperándome dentro de la habitación, una habitación donde vivía solo; ¿y no era la soledad una presencia?
8. Aunque creo comprender lo que siente una mujer cuando se entrega a un hombre, sigue habiendo en el acto algo inexplicable. ¿Qué es para ella? ¿Por qué ha de desearlo, por qué ha de tomar la iniciativa? Jamás pude aceptar realmente la entrega, aun sabiendo que el cuerpo de toda mujer está hecho para ella.

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