domingo, 28 de junio de 2015

24. Lolita - Vladimir Nabokov.

1. Muchas veces he advertido que tendemos a atribuir a nuestros amigos la estabilidad de tipo que adquieren en la mente del lector los caracteres literarios. Aunque abramos el Rey Lear montones de veces nunca encontraremos al buen rey arrojando su escudilla en violenta rebeldía, olvidados todos los pesares, en una alegre reunión con sus tres hijas y sus perros falderos. Nunca revivirá Emma, reanimada por las sales simpáticas en las oportunas lágrimas del padre de Flaubert. Sean cuales fueren las evoluciones por las que tal o cual personaje popular ha pasado entre las tapas de un libro, su destino está fijado en nuestra mente y de manera similar esperamos que nuestros amigos se ajusten a tal o cual molde convencional que hemos acuñado para ellos. Así, X nunca compondrá la música inmortal que no armonizaría con las sinfonías de segundo orden a que nos ha habituado. Y nunca cometerá un asesinato. En ninguna circunstancia Z nos traicionará. Lo hemos dispuesto todo en nuestra mente, y cuanto menos vemos a una persona determinada, es tanto más satisfactorio comprobar la obediencia con que se ajusta a nuestra noción de él cada vez que nos llegan sus noticias. Cualquier desviación del destino que hemos ordenado nos impresionaría no sólo por anómala, sino también por su falta de ética. Preferiríamos no haber conocido a nuestro vecino, el vendedor jubilado de salchichas calientes, si un día publica el libro de poesías más importante de su tiempo.

2. Wanted, wanted: Dolores Haze.
Hair: brown. Lips: scarlet.
Age: five thousand three hundred days.
Profession: none, or «starlet».
Where are you hiding, Dolores Haze?
Why are you hiding, darling?
(I talk a daze, I walk in a maze,
I cannot get out, said the starling).
Where are you riding, Dolores Haze?
What make is the magic carpet?
Is a Cream Cougar the present craze?
And where are you parked, my car pet?
Who is your hero, Dolores Haze?
Still one of those blue-caped star-men?
Oh the balmy days and the palmy bays,
And the cars, and the bars, my Carmen!
Oh Dolores, that juke-box-hurts!
Are you still dancin', darling?
(Both in worn levis, both in torn T-shirts,
And I, in my corner, snarlin')
Happy, happy is gnarled McFate
Touring the States with a child wife,
Plowing his Molly in every State.
Among the protected wild life.
My Dolly, my folly! Her eyes were vair,
And never closed when I kissed her.
Know an old perfume called Soleil Vert?
Are you from Paris, mister?
L'autre soir un air froid d'opéra m'alita:
Son felé – bien fol est qui s'y fie!
Il neige, le décor s'écroule, Lolita!
Lolita, qu'ai-je fait de ta vie?
Dying, dying, Lolita Haze
Of hate and remorse, l'm dying.
And again my hairy fist I rise.
And again I hear you crying.
Officer, officer, there they go...
In the rain, where that lighted sotre is!
And her socks are white and I love her so,
And her name is Haze, Dolores.
Officer, officer, there they are
Dolores Haze and her lover!
Whip out your gun and follow that car.
Now tumble out, and take cover.
Wanted, wanted, Dolores Haze.
Her dream-gray gaze never flinches.
Ninety pounds is all she weighs
With a height of sixty inches.
My car is limping, Dolores Haze,
And the last long laps is the hardest.
And I shall be dumped where the weed decays,
And the rest is rust and stardust.

3. 
«Ésta es una confesión: te amo...»
Así empezaba la carta, y durante un instante confundí sus garabatos histéricos con la mala letra de una colegiala.
«El domingo pasado, en la iglesia –¡qué malo fuiste negándote a ir a ver nuestras hermosas ventanas nuevas!–, sólo el domingo pasado, cuando supliqué al Señor que me iluminara, recibí instrucciones de actuar como ahora lo hago. No hay otra alternativa. Te he querido desde el minuto en que te vi. Soy una mujer apasionada y solitaria, y tú eres el amor de mi vida.
Ahora, amado mío, vida mía, mon cher, cher, cher, monsieur, has leído esta confesión. Ahora lo sabes todo. De modo que te suplico: márchate en seguida. Es la orden de la dueña de casa. Despido a un huésped. Lo echo. ¡Fuera! ¡Vete! Departez! Volveré a la hora de comer, si no tengo un accidente (¿qué importaría?), y no quiero encontrarte en la casa. Por favor, por favor, vete en seguida, ahora, no leas siquiera esta carta absurda hasta el fin. Vete. Adiós.
La situación, chéri, es muy simple. Desde luego, sé con absoluta certeza que no soy nada para ti, menos que nada. Oh, sí, te gusta hablar conmigo (y burlarte de mí), le has tomado afecto a nuestra casa acogedora, a los libros que me gustan, a mi jardín encantador, hasta a los alborotos de "Lo", pero... yo no soy nada para ti. ¿No es cierto? Absolutamente nada. Pero si después de leer mi «confesión» resolvieras con tu oscuro y romántico aire europeo, que soy lo bastante atractiva para sacar ventaja de mi carta y hacerme avances, entonces serías un criminal, peor que el raptor que viola a un niño. Ya lo ves chéri. Si resolvieras quedarte, si te encontrara en casa (cosa que no ha de ser, lo sé, y por eso soy capaz de desahogarme), tu permanencia sólo significaría una cosa: que me quieres tanto como yo a ti, como compañero para toda la vida, que estás dispuesto a unir nuestras vidas para siempre y a ser un padre para mi niñita.
Déjame divagar un poco más, amado mío, pues sé que ya habrás roto esta carta y sus pedazos (ilegibles) estarán en el vórtice del inodoro. Amado mío mon, tres, tres cher, qué mundo de amor he construido para ti durante este junio maravilloso. Sé qué reservado, qué "inglés" eres. Tu reticencia europea, tu sentido del decoro se sentirá alarmado ante la osadía de una muchacha norteamericana. Tú, que ocultas tus sentimientos más poderosos, me considerarás una tontuela descarada al verme abrir de tal modo mi destrozado corazón. El señor Haze era una persona maravillosa, un alma pura, pero era veinte años mayor que yo y... bueno, no diré chismes sobre el pasado. Amado mío, tu curiosidad se habrá saciado si has ignorado mi pedido y has leído esta carta hasta su amargo fin. Pero no hagas eso. Destrúyela y vete. No te olvides de dejar la llave en el escritorio de tu cuarto. Y alguna dirección a la cual pueda enviar los doce dólares que te debo hasta fin de mes. Adiós, amado. Reza por mí... si alguna vez rezas.

4. —¡Tú! –exclamó después de una pausa, con todo el énfasis de la sorpresa y la bienvenida.
—¿Tu marido está en casa? –grazné, con el puño en el bolsillo.
No podía matarla a ella, desde luego, como habrán pensado algunos.
¿Comprenden ustedes? La quería. Era amor a primera vista, a última vista, a cualquier vista.
5. Lo, con su belleza estropeada, sus manos adultas y venosas, sus brazos de piel de gallina, sus orejas chatas, sus axilas desgreñadas. Allí estaba mi Lolita, definitivamente gastada a los diecisiete años, con esa criatura que ya soñaba en su vientre con llegar a ser un gran borracho y con retirarse hacia 2020, anno Domini. La miré y la miré, y supe con tanta certeza como que me he de morir, que la quería más que a nada imaginado o visto en la tierra, más que a nada anhelado en este mundo.
6. —Lolita –dije–, esto quizá no tenga pies ni cabeza, pero debo decírtelo. La vida es muy corta. De aquí a ese viejo automóvil que conoces tan bien hay sólo un trecho de veinte, veinticinco pasos. Es un trecho muy corto. Da esos veinticinco pasos. Ahora. Ahora mismo. Vente así, como estás. Y viviremos felices el resto de nuestras vidas.
Carmen, voulez-vous venir avec moi?
–¿Quieres decir...? –dijo abriendo los ojos e irguiéndose apenas: la serpiente a punto de morder–. ¿Quieres decir que nos (nos) darás ese dinero sólo si me voy contigo a un hotel? ¿Eso es lo que quieres decir?
—No. Has entendido mal. Quiero que dejes a este Dick transitorio, este horrible agujero, que te vengas a vivir conmigo, que mueras conmigo, que lo hagas todo conmigo.
—Estás loco –dijo con los rasgos crispados.
—Piénsalo, Lolita. Nada te ata. Salvo, quizá... bueno, no importa.
7. Me cubrí la cara con la mano y estallé en el llanto más ardiente que había conocido en mi vida. Sentía que las lágrimas caían a través de mis dedos, por la barbilla, y me quemaban, y la nariz se me tapó, y no podía parar, y entonces ella me tocó la muñeca.
—Me moriré si me tocas –dije–, ¿De veras no quieres venir conmigo? Dime eso tan sólo.
—No, querido, no.
Nunca me había llamado querido antes.
—No –dijo–, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Cue. Quiero decir...
No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»).
8. —Una última palabra –dije en mi inglés abominable y cuidadoso–. Estás bien segura... Bueno, no mañana, desde luego, ni pasado mañana, pero... Bueno, algún día, si quieres venirte a vivir conmigo... Crearé un nuevo Dios y le agradeceré con gritos desgarradores si me das una esperanza microscópica.
—No –dijo ella sonriendo–. No.
—Qué distinto habría sido... –dijo Humbert Humbert.
Entonces tomé el revólver... Ésa es la tontería que aguarda el lector. Pero no se me ocurrió siquiera.
—¡Adióoooos! –cantó mi dulce, inmortal, desaparecido amor norteamericano.
Porque ella estará muerta e inmortalizada cuando lean ustedes esto. Quiero decir que así lo han dispuesto las llamadas autoridades.

9. Nos enamoramos simultáneamente, de una manera frenética, impúdica, agonizante. Y desesperada, debería agregar, porque este arrebato de mutua posesión sólo se habría saciado si cada uno se hubiera embebido y saturado realmente de cada partícula del alma y el corazón del otro...
10. Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección tal que no puede sino resultar incomprensible para los jovenzuelos materialistas, rudos y de mentes uniformes, típicos de nuestro tiempo.
11. 
Cuando me vuelvo para mirarlos, los días de mi juventud parecen huir de mí en una ráfaga de pálidos deshechos reiterados, como esas nevadas matinales parecidas a papel usado y que el pasajero de tren ve arremolinarse tras el último vagón.

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